segunda-feira, 2 de janeiro de 2023

La peligrosa nostalgia por la URSS

 

 



OLEG YASINSKY, PERIODISTA UCRANIANO

*/El peor crimen que cometió la URSS, aquel que nunca se le perdonará,
fue el de haber sido una esperanza compartida para lograr una sociedad
más justa, más digna y más humana. /*

Pertenezco a una generación privilegiada. Nací a finales de los años 60
en Kiev, la capital de una Ucrania soviética y socialista, y tuve la
suerte de pasar los años de mi infancia, adolescencia y hasta mi
juventud en un país satanizado como ningún otro en la historia de la
humanidad: la URSS.

Un recuerdo enorme, que tendremos que rescatar del olvido. No para los
museos, sino como material para los nuevos andamios de los tiempos que
vienen. Es una tarea inmensa que todavía está por hacerse.

Conversando en La Habana con el hijo mayor del Che, Camilo Guevara, un
gran ser humano que hace poco meses partió, cuando tratábamos de
analizar el rol de la Unión Soviética en la historia mundial, él me dijo:

«(…) Estamos hablando de una gran nación que desarrolló una revolución
autóctona y épica contra viento y marea. Que venció a las hordas nazi
fascistas a costa del sacrificio de su pueblo, haciéndole un favor
impagable a la humanidad. Los soviéticos realizaron hazañas de diversa
índole y en infinidad de campos. Soy de los que creen que ni los
críticos o enemigos más objetivos o viscerales de la URSS se esperaban
algo así. Siempre tuve la convicción de que no había fuerza capaz de
destruir tan enorme obra. Subestimé la burocracia política, la
acumulación de errores y la influencia capitalista en la mentalidad de
algunos dirigentes. (…) Creo que todavía hay que hacer un análisis lo
más científico posible. Es decir, despojado de cualquier atisbo de
sentimentalismo o afinidad ideológica para llegar a un resultado más o
menos preciso. No abogo por que se aborde este tema sin perspectivas
militantes o de clase, eso es imposible, solo pido que se vea como una
experiencia que se debe desnudar, radiografiar, auscultar hasta el
último e insignificante pedacito para descubrir las raíces de lo que
estuvo mal o bien, porque esa experiencia es, quizás, en una versión
mejorada, la única forma que existe de salvarnos como especie…»

El peor crimen que cometió la URSS, aquel que nunca se le perdonará, fue
el de haber sido una esperanza compartida para lograr una sociedad más
justa, más digna y más humana. Esto es lo que la Unión Soviética entregó
no solo a sus habitantes, sino a todos los pueblos del mundo sin
excepción alguna.

Desde el triunfo de la Revolución bolchevique en la lejana y exótica
Rusia, el mundo no volvió a ser el mismo. El poder de los soviets
(consejos populares) desafió a aquel anterior orden establecido desde
arriba para aplastar a los de abajo, orden que hasta entonces parecía
inmutable.

En la Unión Soviética desde niños aprendimos que la felicidad en la vida
consistía en ayudar a los demás y que nuestro destino era conocer el
Universo sin límites. Solo teníamos que estudiar y aprender mucho, ser
buenos compañeros, convertirnos en personas dignas de nuestros padres y
nuestros abuelos. Teníamos los servicios de salud y educación totalmente
gratuitos; aún más: en la universidad, por las buenas notas, el Estado
nos pagaba. Leíamos muchísimo y veíamos bastante cine.

Soñábamos con viajar por el mundo, haciéndonos amigos de todos los
países, culturas y colores. Sentíamos que el futuro era nuestro, que
estaba al alcance de nuestros años, y a nuestra generación le
correspondería acabar con las guerras y hermanar a los pueblos del
mundo, encontrando las curas para las enfermedades y terminando con la
injusticia y la explotación del hombre por el hombre, en la historia
humana. Soñar con tener mucho dinero estaba mal visto.

Creíamos profundamente en el amor romántico, pudoroso, inocente y en la
amistad desinteresada como valores supremos. No nos sobraba nada, pues
no teníamos lujos, ni grandes viviendas, ni viajes al extranjero.
Tampoco nos reuníamos con nuestros amigos en los cafés ni en los
restaurantes, sino en nuestros hogares, donde compartíamos lo poco y lo
mucho que teníamos. Conocíamos la literatura, la música y el cine de
todo el mundo y no nos cansábamos de conversar ni de querer conocer más.

Cuando alguien se enfermaba, los médicos iban a visitarlo gratis en su
domicilio. Las mujeres se jubilaban a los 55 y los hombres a los 60
años. Teníamos como los derechos constitucionales, a la salud, la
educación y la vivienda gratuitas, que se cumplían rigurosamente.

Si nos ponemos a contar todo esto hoy, en la mayoría de los países
muchos nos dirán que es una exageración propagandística o un delirio de
viejitos nostálgicos, que es mentira porque la vida real ya no es así y
todas estas cosas jamás podrían ser ciertas ni posibles. Otros, más
informados, tendrán preparados sus mil peros, recordando los absurdos de
la burocracia, las represiones políticas de Stalin, las múltiples formas
de no libertades ciudadanas, las dificultades para poder salir al
extranjero, las enormes colas y el déficit de los productos en las
tiendas, la censura y la gran distancia entre el discurso oficial y las
conversaciones en privado. También sería verdad, pero una de esas que,
sin contextos ni matices, más se acerca a ser mentira.

Es muy difícil hablar de la Unión Soviética desde el reino de lo
secundario, tan normalizado y generalizado por el capitalismo, donde la
libertad de elegir entre mil colores y texturas de papel higiénico es
algo que con tanto descaro se presenta como uno de los pasos hacia la
felicidad plena. Los que nunca supieron soñar con nada fuera de su
bienestar personal no tienen cómo entender los logros y fracasos del
proyecto soviético, y no porque algo sea malo o bueno, sino por lo
incomparables que son sus dimensiones, niveles y tamaños.

La URSS fue la primera y la más contundente prueba de que es posible una
larga existencia de una sociedad donde el dinero no sea ni valor central
ni la principal condición para el desarrollo humano. Sí, en la Unión
Soviética era muy importante el dinero. Pero no lo era todo, y creo que
ésta es precisamente su principal diferencia con las sociedades
occidentales.

No es verdad que la URSS fue destruida por su incapacidad económica de
competir con Occidente. Tampoco es cierto que su caída fue el resultado
de un largo o inteligente trabajo de los servicios de inteligencia enemigos.

La Unión Soviética no dejó de existir por un enemigo político externo,
lo que la destruyó fue su propia falta de democracia y de participación
real de los ciudadanos en la toma de decisiones del Estado, junto a la
ingenuidad e infantilismo político de su pueblo, que no supo valorar ni
defender sus enormes conquistas sociales.

La nueva generación de oportunistas burócratas en el poder, que
masivamente permearon al Estado, entendió que le convenía mucho más el
capitalismo y, aprovechando la falta de experiencia política del pueblo,
desde los tiempos de Gorbachov, desató una tremenda campaña política
anticomunista que no ha parado hasta el día de hoy, y luego, encabezada
por Yeltsin, dio un golpe de Estado de derecha. Entendíamos de todo,
excepto de política. No nos dimos cuenta.

Pasaron décadas… y mientras en algunas repúblicas exsoviéticas hordas de
ignorantes alentados por el poder y su prensa destruyen todavía los
últimos monumentos a Lenin, pasando a profanar las tumbas y memoriales
de los soldados antifascistas, en otras ciudades los pueblos se juntan
el dinero para poner de nuevo las estatuas de José Stalin.

No discutiremos ahora sobre qué tan malo o qué tan calumniado ha sido
este personaje, dejemos esto para mejores tiempos, pero ese hecho en
particular nos dice que la gente siente una enorme necesidad de
aferrarse a su memoria histórica, donde perdura aquel proyecto que con
sus luces y sombras nos abría un futuro para todos, que nos hacía soñar
con un mundo diferente, cuando la palabra ‘futuro’ no despertaba miedo,
sino esperanza y anhelo.

Con las trágicas experiencias de este nuevo milenio, aprendimos que el
tiempo es reversible. Los pueblos de ahora simplemente no encuentran
ideologías ni esperanzas en otras visiones del ‘progreso’.

Todo análisis histórico, mínimamente serio, nos vuelve a hacer pensar en
la grandeza de un pueblo que fue capaz de crear otro tipo de economía y
de salirse del dominio cultural ajeno y crear el suyo propio, otro
proyecto estético, espiritual, ético, un recuerdo imborrable que hoy da
alas para saber que puede volver a hacerse, aunque no sea el mismo…
porque, como dice la canción ‘Todo Cambia’, «Y lo que cambió ayer,
tendrá que cambiar mañana». Porque todo lo que fue criticado de la URSS,
incluidos los peores errores y problemas no resueltos del ‘socialismo
real’, hoy son la constante en la sociedad que vivimos, solo que están
aumentados y multiplicados con creces por la degeneración del mundo
capitalista neoliberal moderno.

Si en la URSS muchas cosas funcionaban mal, en el sistema actual no
funciona prácticamente nada, solo si son negocios para muy pocos, a muy
corto plazo y a costa de todo. Hablando de los ‘campos de concentración’
o prisiones soviéticas, las seudodemocracias de hoy por todos lados
multiplican miles y miles de otras, de todo tipo, visibles e invisibles,
mucho peores que las de aquel tiempo.

Y la peligrosa nostalgia por la URSS cada vez más, se parece  a una
nostalgia por el futuro.

Em
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2023/01/02/la-peligrosa-nostalgia-por-la-urss/
2/1/2023

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