quinta-feira, 26 de dezembro de 2013

El invisible pueblo de los nuevos pobres


El movimiento de los “forconi” (de las horcas, por ser éstas los instrumentos
simbólicos que llevaban) nació en Sicilia en enero de 2012, protagonizado por
las protestas de los transportistas y agricultores. Posteriormente se ha
extendido por toda Italia y recoge a vendedores ambulantes, precarios,
estudiantes, desempleados, inmigrados, incluso ultras de los clubes de fútbol y
agitadores de extrema derecha. Es un conjunto social disperso y desagregado,
pero unido en manifestaciones en plazas públicas, donde se pide la caída del
gobierno Letta, la salida del euro o la reducción de los impuestos.
Este artículo que publicamos a continuación expresa una determinada opinión
sobre este movimiento y sobre lo que significa en estos momentos de profunda e
histórica crisis social. Según el autor, no nos podemos fijar en la presencia de
grupos fascistas para definir al movimiento como de carácter fascista. Otros
comentaristas marcan precisamente la afinidad del movimiento con la marcha sobre
Roma de Mussolini en 1922. De cualquier modo, este fenómeno social italiano, lo
podemos relacionar con otras manifestaciones distintas en otros países europeos
pero similares en lo que significan de protesta difusa, desarticulada,
disgregadora, al margen – y muchas veces en contra- de las clásicas
organizaciones políticas y sociales (partidos y sindicatos). Si la gente no ve
en las históricas plataformas de organización una respuesta a sus demandas lo
que hace, sencillamente, es salir a la calle y gritar, protestar, a veces
destruir… ¿les queda otra alternativa?

Por Marco REVELLI

Turín ha sido el epicentro de la llamada “rebelión de las horcas”, al menos
hasta ayer. Turín es también mi ciudad. Así que he salido de casa y me he ido a
buscarla, la rebelión, porque como decía el protagonista de una vieja película
de los años 70, ambientada en el tiempo de la revolución francesa, «si uno va,
uno lo ve…». Bien, tengo que decirlo sinceramente: lo que he visto, a la primera
ojeada, no me ha parecido una masa de fascistas. Y ni siquiera de vándalos de un
clan deportivo. Ni tampoco de mafiosos o camorristas, o de evasores sin castigo.
La primera impresión, superficial, epidérmica, fisionómica —el color y la forma
de los vestidos, la expresión del rostro, el modo de moverse— ha sido la de una
masa de pobres. Quizá lo digo mejor: de “empobrecidos”. Las numerosas caras de
la pobreza, hoy. Sobre todo de la que es nueva. Podríamos decir de la clase
media empobrecida: los endeudados, los prejubilados, los fracasados o en riesgo
de fracaso, pequeños comerciantes obligados por los requerimientos a quedarse
en descubierto bancario, u obligados al cierre, artesanos con los requerimientos
de Equitalia (agencia tributaria) y con el crédito cortado, transportistas,
“pequeños patronos” con el seguro caducado y sin dinero para pagarlo,
desempleados de larga y corta duración, ex albañiles, ex peones, ex empleados,
ex mozos de almacén, ex titulares del CIF que ya no pueden soportar ese
impuesto, precarios sin renovación gracias a la reforma de la ex ministra
Fornero, trabajadores con contrato limitado, despedidos de las obras ya paradas
o de las tiendas cerradas.
Los rostros marginales de cada categoría productiva, aquellas que están “al
límite” o ya se han desplomado, las hasta hace poco todavía sutiles, hoy ya en
rápida y quizá vertiginosa expansión… Alrededor, la plaza en círculo, con todas
las tiendas cerradas, las persianas bajadas formando un muro gris como el de la
muchedumbre. Y la “gente”, encerrada en los coches bloqueados por un filtro no
asfixiante pero suficiente para generar inquietud, ella también con sus propios
problemas, mirándolos —al menos en un primer momento— con cierto respeto, me ha
parecido. Como cuando uno se para porque pasa un entierro. Y piensa “podría
tocarme a mí…” Levantaban el dedo pulgar —no el índice, el dedo pulgar— como
diciendo “aquí andamos todavía “, desde los automóviles alguien respondía con el
mismo gesto, y una sonrisa triste como preguntando “¿hasta cuándo?”.
No había otra comunicación: la “plataforma”, por decir algo, el común
denominador que les unía era debilísimo, reducido a los huesos. El único cartel
que mostraban decía “Somos ITALIANOS”, con caracteres cubitales, “Paremos
ITALIA”. Y la única frase que repetían era: “Estamos hartos”. Es decir, si
transmitían algún dato sociológico era éste: que eran aquellos que no aguantan
más. Heterogéneos en todo, multitud solitaria por constitución material, pero
reunidos por ese único, terminal estado de emergencia. Y de una visceral,
profunda, constitutiva, antropológica extrañeza/hostilidad política.
No eran una astilla del mundo político. Eran un trozo de sociedad disgregada. Y
sería un error imperdonable liquidar todo esto como producto de una derecha
golpista o de un populismo radical. Había entre ellos gente de Fuerza nueva, es
verdad, allí estaban. Como había ultras entre las escuadras. Y los cultivadores
de la violencia por vocación o por frustración personal o social. Había de todo,
porque cuando un contenedor social se rompe y deja escapar su propio líquido
inflamable, a los incendiarios les ha caído el gordo. Pero no es esto lo que
explica el fenómeno. No se ceba así una movilización tan amplia, diversificada,
multiforme como la que se ha visto en Turín. La verdadera pregunta que hay que
hacerse es por qué precisamente aquí se ha materializado este “pueblo” hasta
ayer invisible. Y por qué una protesta en otro momento puntual y selectiva ha
tomado un carácter tan masivo…
¿Por qué Turín ha sido la “capital de las horcas”? En parte porque ya existía un
núcleo cohesionado —los vendedores ambulantes de Porta Palazzo, los llamados
“mercatali” , ya movilizados desde hace tiempo— que ha funcionado como principio
organizativo y detonador de la protesta, capaces de ramificarla y extenderla de
forma capilar. Pero sobre todo porque Turín es la ciudad más empobrecida del
Norte. Donde la ruptura sobrevenida a consecuencia de la crisis ha sido más
violenta. Las cifras hablan.
Con sus casi 4.000 procedimientos ejecutivos en 2012 (cerca del 30% más respecto
del año anterior, uno cada 360 habitantes como certifica el ministerio) Turín ha
sido definido como “la capital de los desahucios”. En su mayor parte debidos a
“morosidad involuntaria”, es decir, “cuando a consecuencia de la pérdida de
empleo o el cierre de la actividad, el inquilino no puede pagar el alquiler”. Y
ya se han anunciado otros 1.000, tal y como ha denunciado el obispo Nosiglia,
para los inquilinos de las casas populares que han recibido la advertencia de
pagar al menos los 40 euros mensuales marcados por una reciente ley regional,
también a quien está clasificado como “involuntario” y que no se lo puede
permitir.
Las actividades comerciales también están de luto: en los dos primeros meses del
año han cerrado 306 tiendas, es decir, el 2% de las existentes, lo que equivale
a 15 al día, y 626 en toda la provincia, de los que 344 son bares y
restaurantes. Es la última estadística disponible, pero podemos suponer que en
los meses sucesivos el ritmo no se ha parado. Otros casi 1.500 habían “muerto”
el año anterior […]
Si echamos un vistazo al mapa de los grandes ciclos socio-productivos ocurridos
en el tránsito hacia el siglo XX, está en crisis toda la composición social que
la vieja metrópolis de producción fordista había generado en su pasaje hacia el
post-fordismo, con la retroversión de la gran factoría centralizada y mecanizada
en un territorio, la diseminación de las subcontratas, la multiplicación de
empresas individuales que se emplean en aquello que quedaba del ciclo productivo
automovilístico, las consultas externalizadas, el pequeño comercio como
sucedáneo del welfare, junto con las prejubilaciones, los contratos por
programa, los empleos interinos de bajo nivel (no los cognitarios de la
creative class sino el peonaje de bajo costo)[1]. Era una composición frágil,
que sobrevivía en suspensión dentro de la burbuja del crédito fácil, de las
tarjetas revolving, del crédito bancario blando, del consumo compulsivo. Y así
ha ido hasta que la presión financiera ha puesto sus manos en el cuello de los
marginales, y cada vez más fuerte y cada vez más hacia arriba.
No da gusto ver esta segunda sociedad salida a la superficie con el símbolo
tremendamente obsoleto, premoderno, de feudalismo rural y de jacquerie
(levantamientos campesinos) como es la horca, pero a la vez portadora de una
hipermodernidad explosiva. De una tentativa de transición fracasada. Pero es
verdadera, más verdadera que los vacuos ritos que se vuelven a proponer desde
arriba, en los tenderetes de las primarias que, precisamente decían también, con
otra forma y con buen tono, que “no se puede aguantar más”, o en los programas
de debate de la televisión. Es sucia, fea, mala. Esclavitud, también. Está llena
de rencor, de rabia y a veces de odio. Porque la pobreza no es nunca serena.
Nada que ver con la “hermosa sociedad” (y la “hermosa subjetividad”) del periodo
industrial, con el lenguaje del conflicto áspero pero aseado. Aquí la política
es coto del orden del discurso. Ha sido demasiado profundo el abismo excavado en
estos años entre representantes y representados, entre el lenguaje que se habla
en voz alta y el dialecto con el que se comunica la gente de abajo. Demasiado
vulgar ha sido el éxodo de la izquierda, toda la izquierda, de los lugares donde
está la vida. Y quizás, como en la Alemania de los años treinta, serán sólo los
lenguajes guturales de los nuevos bárbaros los que vayan al encuentro de esta
nueva plebe. Pero sería una desgracia —peor, un delito— regalar a los
centuriones de la derecha social el monopolio de la comunicación con este mundo
y la posibilidad de que esos (malos) sentimientos coticen en su propia bolsa. Un
enésimo error. Quizás el último.
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Marco REVELLI es catedrático de Ciencia Política de la Universidad del Piamonte
Oriental. El artículo apareció publicado en il Manifesto, el 13 de diciembre. la
traducción la hizo J. Aristu.



[1] Es un término de Franco Berardi: el cognitariado es el conjunto de los que
elaboran, crean y hacen circular los interfaces tecnolingüisticos,
tecnosociales, tecnomédicos, etc., que articulan cada vez más profundamente la
sociedad contemporánea. Según este autor constituirían parte del nuevo
proletariado.

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IN
http://encampoabierto.wordpress.com/2013/12/20/el-invisible-pueblo-de-los-nuevos-pobres/

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