quinta-feira, 20 de fevereiro de 2014

De "Malebranche" a "Sugar Man"


Juan Domingo Sánchez



«Dieu fait pleuvoir dans le dessein de rendre les terres fécondes, & cependant
il pleut dans les sablons et dans la mer; il pleut dans les grands chemins: il
pleut également dans les terres inégalement cultivées. N'est il pas évident par
tout ceci que Dieu n'agit pas par des volontés particulières?», P. Malebranche,
Méditations chrétiennes et métaphysiques, Méditation XIV.



(Dios hace llover para hacer que las tierras sean fecundas, y, sin embargo,
llueve en los arenales y en el mar; llueve en los caminos: llueve también en las
tierras desigualmente cultivadas. ¿ No es evidente a partir de todo esto que
Dios no actúa por voluntades particulares?, Malebranche, Meditaciones cristianas
y metafísicas, Meditación XIV).




Searching for Sugar Man, el documental largo de Malik Bendjelloul que ganó un
Oscar en 2013 es una película sorprendente. En primer lugar, la historia que nos
cuenta parece más digna de la ficción que de la realidad, y el personaje que la
protagoniza, lleno de realidad, no deja de ser increíble en una sociedad como la
nuestra. El documental nos muestra una larga búsqueda, la de un mito. En los
últimos años de la Sudáfrica del apartheid, un cantante americano del que solo
se conocía el nombre y alguna foto sacada de álbums se convirtió en el ídolo de
los jóvenes blancos en rebelión contra el apartheid que no solo era un régimen
de explotación y humillación brutal contra los negros, sino que negaba las
libertades mínimas al conjunto de la población, incluida buena parte de la
minoría blanca. En ese mundo asfixiante sin apenas contacto con el exterior,
unos pocos discos o cassettes de un cantante de canción protesta norteamericano
llamado Sixto Rodríguez, con un estilo que a veces recuerda al del primer Bob
Dylan y otras a Creedence, consiguen introducirse en el país burlando la
vigilancia policial. Las canciones de Rodríguez se escuchan, se graban, se
copian, se difunden por todos los medios y se convierten en auténticos himnos de
desafío al apartheid. El cantante no es blanco como los que lo escuchan, tampoco
es negro. es un hispano de los Estados Unidos míticos que los sudafricanos
blancos ven como una tierra de libertad.

Mientras tanto, Sixto Rodríguez ha llegado a ser en su país un perfecto
desconocido: después de haber hecho dos álbumes y dado varios pequeños
conciertos en Detroit y sus alrededores, a pesar de que su voz y sus letras son
de indudable calidad, no logra saltar a la fama y regresa plácidamente, sin
particular sentido de derrota, a su trabajo habitual de albañil, al que acude,
como muestra de dignidad de clase un poco anticuada, impecablemente vestido de
traje y chaleco. También se dedica a la actividad política y se presenta a las
elecciones defendiendo a los trabajadores de su deprimida ciudad. Mientras, en
el otro lado del mundo es un fenómeno de masas a través de sus canciones, en su
propio país nadie lo conoce, como descubrimos al principio del documental cuando
se pregunta sobre Rodríguez a alguna gente por la calle. Incluso hay quien lo da
por muerto. De su éxito en Sudáfrica, Rodríguez lo ignora absolutamente todo, en
particular que, tras la caída del apartheid, se grabaron discos suyos y tuvieron
una amplia difusión. Su productor norteamericano no le dijo nada, ni tampoco le
dió un céntimo del dinero de los derechos de autor que le pagaron religiosamente
los sudafricanos.

Hay así dos Rodríguez: el de carne y hueso, un buen cantante que no obtuvo éxito
ni fama en su país, y el de Sudáfrica, el ídolo musical y político de un país
para el que las canciones de Rodríguez eran un chorro de aire fresco. El
Rodríguez de carne y hueso hizo su vida de obrero, tuvo hijas que educó en la
dignidad de clase de un trabajador orgulloso de serlo y a las que logró dar
gusto por los estudios y la cultura. Los dos Rodríguez, el real y el de vinilo
existen en dos mundos que recuerdan los mundos posibles de Leibniz en los que un
mismo personaje podía tener existencias enteramente distintas a partir de tan
solo un pequeño acontecimiento de su vida. Hay un mundo posible en el que César
cruzó el Rubicón y otro en el que retrocedió en lugar de hacerlo. Rodríguez, por
una serie compleja de razones no dio el paso a la fama y no le importó nada.
Mantiene frente a las fascinaciones del business del espectáculo una distancia
irónica, con cierta guasa, sin rencor, sin amargura. Ha tenido la vida que ha
querido en las circunstancias sociales que le tocó vivir. Incluso su paso por
Sudáfrica una vez "redescubierto", los conciertos masivos, el entusiasmo del
público no lo perturban. Agradece al público que "lo mantuviese vivo" en su
primer concierto: "thank you for keeping me alive", pero regresa a los Estados
Unidos y su vida sigue como antes.

La historia de Sixto Rodríguez es, como otras muchas, la de un "fracaso" social.
Un talento que en una sociedad que une el éxito al negocio se ve frustrado. Es
como la semilla que en la parábola evangélica del sembrador cae en la roca y no
germina o como la lluvia de Malebranche que cae en el mar, en los caminos o los
arenales. La particularidad de la historia de Rodriguez es que lo que era un
fracaso en un mundo, en ese otro mundo del cono sur de África fue un éxito
rotundo. Por lo demás, Rodríguez era, para un sistema que evalúa a los
individuos conforme al valor de cambio y al beneficio, un simple residuo.

Tal es la suerte de la inmensa mayoría de los humanos en una sociedad de clases.
El capitalismo es a estos efectos un régimen particularmente cruel, pues priva a
la inmensa mayoría del mínimo reconocimiento social, sume a casi todo el mundo
en el anonimato y la soledad, mientras hace relucir el mito de la fama y la
gloria universales asociadas al dinero. El biólogo norteamericano Stephen Jay
Gould afirmaba sobre los supuestos "genios": "En cierto modo me interesan menos
los pliegues del cerebro de Einstein que la casi certidumbre de que gente con el
mismo talento vivió y murió en los campos de algodón y en las fábricas". La
historia de las sociedades de clases es la historia de la producción en masa de
restos, de residuos, de talentos frustrados y de vidas truncadas.

Sin embargo esos residuos que son para las clases dominantes los trabajadores,
pueden reservarles sorpresas. Pueden encontrarse con circunstancias que les
permitan desplegar su capacidad u obtener reconocimiento social. Circunstancias
que, como en el caso de Sixto Rodríguez pueden ser perfectamente fortuitas.
También pueden construir las condiciones que les permitan abandonar esa
condición de residuo, encontrándose con otros y asociándose a ellos en la
construcción de otro mundo posible -que está ya en este- donde los iguales se
reconozcan en sus diferencias y en sus talentos singulares. En la Sudáfrica del
apartheid, el fin de ese espantoso régimen de opresión pareció durante muchos
años un sueño, en el que sonaban las canciones de Rodríguez entre los blancos o
musicas de otro tipo en la mucho más oprimida y empobrecida mayoría negra. El
apartheid cayó. Hoy es posible soñar con el fin de la sociedad de clases,
incluso es posible y hasta urgente prepararlo.

Fuente original:
http://iohannesmaurus.blogspot.be/2014/02/de-malebranche-sugar-man.html

Rebelion
http://rebelion.org/noticia.php?id=181087
20-2-2014

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