terça-feira, 5 de maio de 2015

Los profesores como nuevos proletarios


Renán Vega Cantor



“En las instituciones de enseñanza […] para el empresario de la fábrica de
conocimientos los docentes pueden ser meros asalariados”.

Karl Marx, El Capital, Libro I, capítulo VI (inédito), Ediciones Signos, Buenos
Aires, 1971, p. 89.




La proletarización es un tema de vieja data en el análisis social y político,
que durante el siglo XX llamó la atención de sociólogos y economistas, así como
de teóricos revolucionarios. En términos etimológicos el vocablo proviene de
proletario, una palabra de origen latino (proletarius, derivado de proles,
hijos), que en la antigüedad se refería a quien carecía de bienes, era un
desposeído, no tenía propiedad y cuya única función se reducía a engendrar hijos
para abastecer las tropas imperiales. El término fue actualizado por Karl Marx
en la década de 1840 al catalogar de proletario al obrero moderno, carente de
propiedad privada de los medios de producción y con su fuerza de trabajo como lo
único que tiene para venderle al capitalista, a cambio de un salario, así como
ofrecerle su prole para permitir la reproducción del capitalismo. Cuando se
habla de proletarización, se alude a que una determinada fracción de clase,
distinta en principio a la clase trabajadora, se transforma en miembro de esta
última. Tal proceso lo han vivido campesinos, artesanos y otras clases sociales,
y también diversas fracciones de la pequeña burguesía –denominada en forma
imprecisa como “clase media” –, algunas de cuyas capas se deslizan hacía el
proletariado, como sucede en la actualidad con los miembros de lo que antes se
consideraban “profesiones liberales”, entre los cuales se encuentran los
profesores.

UNA DOBLE PROLETARIZACION

Existen dos tendencias predominantes en el análisis de la proletarización: las
teorías de la “descualificación laboral” y de la “proletarización ideológica”.
La descualificación laboral fue estudiada por Harry Braverman, en el libro
Trabajo y capital monopolista, publicado en 1974. Según este autor, la búsqueda
de ganancias por parte de los empresarios conduce a la descualificación laboral,
mediante la implementación de mecanismos de control que afectan tanto a los
trabajadores fabriles de la industria, como a los trabajadores de “cuello
blanco” en las oficinas. Esta descualificación busca aumentar la productividad,
y reducir los costos de producción, mediante el control directo de los
trabajadores. Debido a este énfasis se le ha bautizado como la teoría del
control patronal. Braverman estudió con detalle el taylorismo como el principal
modelo de organización capitalista en la producción, en el que se implementaron
las formas más “sofisticadas” de control laboral, mediante la introducción del
cronometro y el registro de tiempos y movimientos de los operarios. Esto se
inició en las fábricas de los Estados Unidos, pero después continuó en las
oficinas y en los servicios, colonizando a las “profesiones liberales”, que
quedaron sujetas a la fragmentación productiva y al control patronal.

Para Braverman el capitalismo avanza en el control de los trabajadores mediante
la fragmentación de un proceso en múltiples operaciones simples, que se asignan
a operarios diferentes. Con esto se incrementa la división técnica del trabajo,
con tres mecanismos complementarios: separación de la concepción y ejecución en
el proceso productivo, como resultado de lo cual el trabajador se limita a
efectuar tareas que la gerencia le impone; la descualificación significa una
pérdida de conocimientos y habilidades que le permitían al operario planificar,
comprender e intervenir en la producción; y, se pierde el control sobre el
propio trabajo, que ahora queda en manos del capital y sus gerentes, lo que
dificulta la organización y resistencia de los obreros.

La gerencia se dedica a monopolizar y sistematizar los conocimientos sobre el
proceso de trabajo que les han sido expropiados a los trabajadores, quienes se
limitan a ejecutar órdenes. En esto consiste la descualificación real de los
trabajadores, la cual se facilita con la incorporación de la ciencia y
tecnología a la producción, a través de las máquinas, en las que se concentran
conocimientos y saberes que antes reposaban en los operarios. Dichos procesos de
degradación cobijan a los obreros de la industria y a las demás actividades,
como las de oficina, en la medida en que se expanden las relaciones
capitalistasi.

Una segunda explicación es la de la proletarización ideológica, formulada por el
investigador estadounidense Charles Derber en Professionals as workers: mental
labor in advanced capitalism, publicada en 1982. Este autor diferencia entre la
proletarización técnica y la ideológica. En la primera, el trabajador pierde el
control sobre el proceso de trabajo y dicha proletarización se concreta cuando
la dirección subordina a los trabajadores a un plan técnico de producción y con
un ritmo e intensidad determinados, en ninguno de los cuales pueden intervenir
los operarios. En la segunda, la proletarización ideológica, el asunto se centra
en la pérdida de control no sobre los procesos técnicos como tales, sino en los
fines del trabajo. Esta proletarización se “refiere a la pérdida de control
sobre los fines y los propósitos sociales a los que se dirige el trabajo de cada
uno. Constituyen elementos de la proletarización ideológica la capacidad de
decidir o definir el producto final del trabajo de cada uno, su disposición en
el mercado, sus usos en la sociedad en general, y los valores o política social
de la organización que compra la fuerza de trabajo”ii. En ese caso, “los
aspectos morales, sociales y tecnológicos son sutilmente situados fuera del
alcance del trabajador, así como éste pierde el control de su producto y su
relación con la comunidad”iii.

Como norma dominante, los profesionales afectados por la proletarización
ideológica no responden con rebeliones directas o resistencia masiva, sino que
utilizan mecanismos defensivos o acomodaticios, es decir, se pliegan a las
transformaciones en marcha, como forma de proteger sus intereses. Al respecto
existen dos formas acomodaticias: la desensibilización ideológica, que consiste
en no reconocer que “el área en que se ha perdido el control tenga algún valor o
importancia”, con lo cual se abandona cualquier compromiso con los usos y fines
sociales de su trabajo. En otras palabras, se niega el contexto ideológico del
empleo, puesto que no se enfatiza en su dimensión moral y social, sino que se
aceptan los criterios técnicos que se implantan desde afuera; la segunda forma
es la cooptación ideológica, con la que se redefinen los fines y objetivos
morales de una profesión para que se “vuelvan compatibles con los imperativos de
la organización”. Esto significa que un trabajador identifica su labor con los
propósitos morales que otros definen por él y se los imponen, en sentido
estricto El Estado o los empresarios capitalistas. Estos dos aspectos
indicarían, según el autor mencionado, que existen diferencias entre la
proletarización de los trabajadores clásicos y los profesionales, porque estos
últimos tienden a aceptar y adaptarse en forma rápida y relativamente pasiva a
las nuevas condiciones. En definitiva, la proletarización ideológica se
constituye en un “emergente sistema de control organizativo”, con la intención
de integrar a los profesionales, concediéndoles en apariencia cierta autonomía,
lo que supondría que a la larga permanecerían lejos del proletariado industrial.

En cuanto a la proletarización técnica relacionada con la descualificación,
múltiples aspectos indican que ese proceso está en marcha en muchos lugares del
mundo en el sector docente, incluyendo a los profesores universitarios. El
aspecto central es el referido a la pérdida de control del profesor de
importantes aspectos del proceso de trabajo, porque ya no decide sobre el tipo y
la forma de evaluaciones, que vienen dictados desde fuera y por arriba –por las
autoridades educativas, por los rectores y gerentes–, no es dueño del tiempo que
se le destina a una asignatura, porque hay una meticulosa programación de
tiempos y contenidos (acorde con el taylorismo) y en general el currículo está
fuera de su control y se le impone desde el exterior en forma autoritaria.
Además, tiene que dedicarse a realizar tareas que antes no efectuaba y en las
que invierte gran parte del tiempo que le destinaba a sus labores pedagógicas,
tales como las de llenar papeles y formularios, desempeñar labores
administrativas y, en muchos casos, de tipo empresarial, como vender cursos
fuera de la escuela.

Los profesores están siendo proletarizados porque se descualifican sus procesos
de trabajo, puesto que se introducen formas de control técnico del currículo en
las instituciones escolares, lo que genera una separación entre concepción y
ejecución. Esto se expresa en el uso de materiales educativos que son diseñados
para los docentes, sin que ellos participen en su elaboración. Esto se agrava
con la implementación de materiales que vienen incluidos en los artefactos
tecnológicos, como sucede con los textos que traen las tabletas que se
suministran a los estudiantes, y sobre los cuales el profesor no tiene el más
mínimo control y, en forma frecuente, ni idea del contenido que se le
suministra. En este caso sí que se ha dado un salto en el proceso de
descualificar al profesor, porque éste pierde por completo el control del
proceso educativo.

Se introducen mecanismos de control técnico externo que convierten a los
profesores en ejecutores de procedimientos y administradores más que en
pedagogos. De todo esto se deriva que en la escuela ya no cabe la labor
artesanal, en la que los profesores controlaban gran parte del proceso de
trabajo y tenían una visión global sobre el mismo, puesto que la educación se
convierte en una empresa con labores de administración y supervisión en la que
los profesores vienen a ser una parcela de la cadena de producción. Estos hechos
llevan a Michael Apple a decir que los profesores pertenecen a la vez a dos
clases, porque comparten los “intereses de la pequeña burguesía como los de la
clase obrera”iv.

La proletarización ideológica de los docentes es una noción que ayuda a entender
la modificación sobre la concepción misma de la educación, sus objetivos y sus
fines, que se ha impuesto en los últimos años. Dicha proletarización ideológica
prevalece sobre la proletarización técnica, porque en el ámbito docente resulta
difícil la descualificación absoluta. Tampoco es fácil implementar en forma
plena los procesos de racionalización capitalista, por las peculiaridades del
proceso de trabajo educativo. En ese sentido, la proletarización ideológica
resulta más importante que la descualificación técnica, por la pérdida de
sentido ético del trabajo docente, lo que se traduce en una desorientación
ideológicav.

Existiría una diferencia fundamental de los profesores con respecto a los
trabajadores industriales, porque los primeros no sólo se descualifican sino que
se recualifican mediante la adquisición obligada de nuevas habilidades, ligadas
a las transformaciones que conlleva la racionalización del trabajo educativo: se
incrementa el control disciplinario por parte del profesor, lo que modifica su
conducta, y se ve obligado a implementar otras estrategias organizativas en el
aula. En tal perspectiva, en lo propiamente instructivo se presenta una notable
descualificación, puesto que el capitalismo transforma los procesos de
enseñanza-aprendizaje y los reduce a una medida de carácter cuantitativo.

Incluso, en el terreno de la disciplina en el aula se reduce el control que
pueden ejercer los profesores, sobre todo en las escuelas urbanas, dada la
interferencia permanente de los aparatos microelectrónicos, empezando por el
omnipresente teléfono celular. El profesor ya no controla el tiempo del
estudiante dentro del aula, porque ya ni siquiera logra que su cuerpo esté en
clase, porque aquél usa sus manos y sus sentidos para juguetear con el móvil o
el computador portátil. Para completar, en muchos lugares del mundo existen
reglamentos que les prohíben a los profesores que restrinjan el uso de los
teléfonos celulares entre sus estudiantes, con lo que se garantiza la
interrupción perpetúa de las clases y de cualquier actividad académica
medianamente seria y rigurosa. Ni siquiera este aspecto disciplinar de tipo
elemental en cuanto el control del aula se refiere lo puede manejar el docente,
que está sometido a la dictadura del mundo electrónico.

PROLETARIZACIÓN Y PRECARIZACIÓN LABORAL

Resulta pertinente examinar algunas nociones que se relacionan de manera directa
o indirecta con la proletarización docente, aunque no son sinónimas, como las de
empobrecimiento, pauperización, precarización… Cuando se habla de
empobrecimiento de los profesores se alude al hecho de que se estanca o reduce
su salario real y, en forma correlativa, disminuye su nivel de vida. A esto hay
que agregar que la feminización laboral es un componente central del
empobrecimiento, puesto que una mayor porción de mujeres se incorporan como
fuerza de trabajo docente y sus ingresos se convierten en el sostén principal de
las familias. Esto representa un cambio importante porque, hasta hace unas
cuantas décadas, los ingresos de las profesoras eran un complemento al ingreso
de sus maridos, que tenían, por lo general, otras profesiones “liberales”. El
empobrecimiento en sí mismo no es sinónimo de proletarización, puesto que es
posible que existan sectores del proletariado clásico que tengan mejores
ingresos salariales y un mejor nivel de vida que los profesores.

El empobrecimiento puede entenderse como sinónimo de pauperización, lo que se
refiere a la degradación en la condición social que proporciona una profesión y
el ingreso y estatus que a ella corresponde. Históricamente, esto acontece en
diversos lugares del mundo, donde la docencia perdió el respeto y honorabilidad
que en otro tiempo tenía como profesión y como vocación. La proletarización se
refiere a un cambio cualitativo, porque se transita de una clase a otra,
mientras que la pauperización significa un cambio cuantitativo, en el sentido de
producir la pérdida de ingresos y de nivel de vida. O dicho de otro modo: “La
pauperización implica el cambio de un grupo poblacional, dentro de una misma
clase social, desde las capas más acomodadas a las más pobres, mientras que la
proletarización implica un cambio de clase, de la propietaria a la
proletaria”vi.

La proletarización no es sinónimo de pauperización, aunque en las últimas
décadas es lo que se ha impuesto en forma correlativa, porque los trabajadores
asalariados en forma mayoritaria se han deslizado hacia la pobreza, en lo que se
identifican con diversos sectores sociales, incluso que no son asalariados y que
están al margen de cualquier proceso productivo.

Por su parte, la precarización laboral se deriva del empeoramiento y degradación
en las condiciones de trabajo. Esto lo soporta un amplio sector de profesores en
el sector público y privado, que experimentan en carne propia el deterioro de la
infraestructura física, el aumento de estudiantes por aula de clase, la carencia
de materiales e instrumentos de trabajo, el enrarecimiento del ambiente escolar,
la agresividad en el contexto circundante… A ello debe agregársele la
inestabilidad laboral, la contratación a tiempo parcial, la movilidad de los
trabajadores de una escuela a otra, el pago por horas… La precarización laboral
en sí misma no supone que se haya perdido la estabilidad en el puesto, porque
muchos docentes tienen contratos indefinidos, pero al mismo tiempo se han hecho
muy difíciles las condiciones para desempeñar su trabajo.

En síntesis, los docentes soportan una triple crisis: frustración de sus
expectativas de desarrollo profesional, la pauperización y el creciente
desprestigio de la labor que ejercen, lo cual está relacionado con un acelerado
proceso de proletarización técnica, de pérdida del control sobre su proceso de
trabajo y sometimiento a la gerencia educativa y a los intereses del capital
educativovii. A diferencia de lo que todavía se podía decir hace 30 o 20 años en
que el principal proceso observable en el seno de los profesores era la
proletarización ideológica, ahora podemos sostener que también se presenta con
fuerte impacto la proletarización técnica, por las razones arriba mencionadas.

En muchos lugares del mundo, los profesores tienden a ser proletarios y pobres,
un hecho que ha dado origen a usar la categoría del pobretariado. Este no es un
juego de palabras, sino un término que denota y sintetiza lo que viene
sucediendo con los profesores en las últimas décadas, puesto que soportan en
forma paralela un deterioro de sus condiciones de vida, que los lleva hacia la
pobreza, y de otro lado un tránsito hacia el proletariado, tanto en términos de
descualificación como ideológicos. Se ha modificado la posición y reconocimiento
social de los profesores, por el empobrecimiento de la gran mayoría de ellos, lo
cual afecta sus condiciones de vida y tiende a acercarlos a la situación
socio-económica de grandes masas de la población.

FORMAS DE RESISTENCIA DE LOS “PROLETARIOS DEL AULA”

Los profesores pueden ser definidos como los “trabajadores del aula”, a partir
del análisis de seis aspectos: la relación funcional de su trabajo con el
capital; su lugar en la división técnica del trabajo, es decir en términos de su
ocupación; su relación social con la producción, respecto a si son o no
propietarios de medios de producción; su lugar en la división social del
trabajo, en el que se incluye la división sexual del trabajo; su función en el
mercado como consumidores de acuerdo a sus ingresos; y su estatus socialviii.

El “trabajador del aula” –que, por supuesto, no es el único espacio en donde se
desenvuelve el profesor, pero sí es el más importante– mantiene una relación
directa con el capital por lo menos en dos sentidos: de un lado, porque su labor
es fundamental para la preparación y reproducción de la fuerza de trabajo; y de
otro lado, porque en la medida en que la educación se convierte en una empresa,
la fuerza de trabajo de los profesores valoriza el capital educativo y es la
fuente de ganancias de esa empresa singular. Al mismo tiempo, el profesor ocupa
un lugar en la división técnica del trabajo, en la que su actividad sigue
desempeñándose en forma dominante de la misma manera que se ha desarrollado
desde que existe la profesión docente, vale decir, con tiza, tablero y libros.

Aunque se haga tanto ruido con relación a la tecnificación de la labor docente,
con la introducción de computadores, internet y otras innovaciones, en lo
fundamental esto no modifica la forma convencional de enseñanza-aprendizaje. Y
esto les confiere un particular poder de negociación a los profesores, puesto
que su labor no ha podido ser sustituida por las máquinas, como sí sucede en
otras profesiones “liberales”.

En cuanto a la propiedad se refiere, los profesores no cuentan con ningún medio
de producción en el espacio escolar –salvo que se vuelvan empresarios o sean
socios de alguna empresa educativa, lo cual es más bien raro y marginal– y en
ese sentido, como los proletarios, lo único que tienen es su fuerza de trabajo.
Podría considerarse, superficialmente, que los libros o el computador portátil
de un profesor son medios de producción, pero éstos son más bien una propiedad
personal, porque no se utilizan para explotar trabajo ajeno o para generar un
producto que se le va a vender a otro. Los medios de producción básicos que
ellos utilizan (instalaciones escolares, salones, laboratorios, instrumentos,
biblioteca si la hay, campus…) pertenecen a otros, al Estado o al capital
privado.

En cuanto a la división social del trabajo, los profesores ocupan un lugar
ambivalente puesto que la mayoría se desempeña en el terreno intelectual de
manera exclusiva, pero otros están ligados directamente a la formación de fuerza
de trabajo técnica o profesional, que va a desempeñar labores manuales. Respecto
a la división sexual del trabajo, cada vez es mayor la participación de fuerza
de trabajo femenina en la actividad docente, aunque es menor su incursión en la
investigación, en la que sigue predominando el patriarcado. Esto indica que la
feminización del trabajo es una característica del nuevo proletariado docente
que se está configurando en diversos lugares del mundo.

Respecto a los dos últimos aspectos, puede decirse que por su nivel de ingresos,
sobre todo en la educación terciaria, los profesores muestran una clara
segmentación interna, puesto que hay un sector minoritario con elevados salarios
y una gran mayoría precarizada, sin trabajo fijo y con reducidos ingresos. Pese
a estas diferencias, en lo que si se identifica la casi totalidad del
profesorado, por lo menos en el mundo periférico y dependiente, es en la pérdida
acelerada de estatus, tanto profesional, como social, puesto que el desempeño de
esa actividad se hace en condiciones muy difíciles y la sociedad en general los
mira con desprecio, como inútiles o pertenecientes a una casta privilegiada.

A eso debe agregarse que cuando se trata de encontrar responsables sobre la
pésima educación que se imparte como resultado de la mercantilización, los
profesores siempre suelen ser señalados de incompetentes, como si eso fuera un
diagnostico original, y no una vieja letanía que se remite, como en Estados
Unidos, al siglo XIX. Este diagnóstico venía acompañado de la recomendación de
depositar en los estudiantes los mejores libros de texto, y con esto se
librarían de los malos profesores. En 1924 se decía en Kentucky (Estados
Unidos): “Cuanto peor es el profesor, más necesarios se hacen los libros de
texto”. Algo que se repite en la actualidad, simplemente hay que cambiar la
palabra libros por ordenadores, tabletas y otros cacharros electrónicos.

Esta culpabilización de los profesores requiere volver a defender la dignidad
docente, pero no solamente como una reivindicación gremial –que es necesaria–
sino también para construir otra educación pública y del común, que responda a
los requerimientos y necesidades de la sociedad y, sobre todo, de las clases
subalternas.

En las actuales circunstancias de pérdidas de derechos, de incremento de la
explotación y de expropiación generalizada de los bienes comunes, es
indispensable un movimiento de los trabajadores, porque es lo único que “puede
desafiar la locura económica que amenaza el futuro de amplios sectores de la
humanidad”. Pero, “ese movimiento es imposible a menos que se desmonten varios
mitos: que todos somos esencialmente de clase media; que la clase es un concepto
anticuado; y que los problemas sociales son en realidad los fallos de un
individuo”ix.

Es en este marco que adquiere relieve la situación de los profesores a escala
mundial. Como lo hemos mostrado antes, se han proletarizado desde el punto de
vista técnico e ideológico y comparten en el plano material los mismos problemas
que el resto de los trabajadores. Sin embargo, en términos de conciencia, no
sucede lo mismo, porque están fuertemente atomizados, divididos y predomina la
lógica individualista y competitiva. Ante tales circunstancias, pueden
plantearse algunas reivindicaciones de los profesores, que solo se obtendrán
mediante su organización y lucha.

Para ello se requiere, en primer lugar, que los profesores dejen de creer que
son de una pérdida “clase media” y que están muy distantes por su pertenencia de
clase del resto de los trabajadores. Es indispensable un acercamiento con otros
sectores de trabajadores para emprender acciones conjuntas por reivindicaciones
comunes, tales como la defensa de la educación pública como un bien común que le
atañe al conjunto de las clases subalternas. En este sentido, los profesores
deben defender a la enseñanza pública como el escenario en el que se tiene que
construir un saber que le sirva a las vastas mayorías de un país y que no tenga
un fin mercantil, lo cual supone enfrentar la homogenización del pensamiento y
de la vida por la que propugna el capital. Este proyecto se puede llevar a cabo,
siempre y cuando los profesores no sigamos encerrados en nuestros cubículos, y
concentrados en una isla de saber y eludiendo las agresiones directas que
soportamos a diario.

Hay que volver a pensar en una educación pública con adecuada financiación
estatal para su funcionamiento, sin que ese compromiso signifique se mengüe la
independencia y autonomía de la institución. Esa financiación es imprescindible
para que se contraten profesores en condiciones dignas, se mejore la
infraestructura escolar y se faciliten las labores básicas de docencia e
investigación que le competen.

En el caso de las universidades, una reivindicación prioritaria y urgente para
empezar a desmercantilizar el saber, algo que se ha impuesto en la universidad
pública, radica en oponerse a esa segregación interna de los profesores a partir
del reconocimiento salarial por puntos, para que en su lugar se impulse un
mejoramiento general del salario de todos los profesores universitarios y se
suprima la lógica del puntismo. Con esto se enfrenta uno de los aspectos
centrales de segregación de la universidad y de fragmentación interna. Esto no
quiere decir que se eliminen, por ejemplo, las categorías que existen de acuerdo
a estudios, experiencias y otros factores, pero esto no debe quedar al vaivén de
la esquizofrénica carrera por mejorar salario en concordancia con las
publicaciones en revistas indexadas, asistencia a seminarios, o consecución de
constancias.

Es prioritario que se luche por la dignificación del trabajo de los profesores a
todos los niveles, sin excluir, como si no formaran parte de la comunidad
académica, a los profesores que están sometidos a los contratos basuras. Debe
plantearse al respecto que todos los profesores tienen derechos y se les deben
respetar, empezando por un contrato digno, con un salario adecuado y con todas
las garantías de seguridad social que requiere cualquier trabajador. Eso supone
que se rompa con esa diferenciación interna que divide y segrega entre
profesores de planta y profesores contratados y entre docentes e investigadores.

Si la gran mayoría de los profesores hemos sido proletarizados en el doble
sentido aquí considerado (proletarización técnica y proletarización ideológica),
ya no nos podemos seguir reclamando como un sector privilegiado perteneciente a
una “profesión liberal”, y con ese argumento mantenernos distanciados del resto
de trabajadores. Esa reivindicación de una “profesión liberal” sólo tiene
sentido para una exigua minoría de profesores-investigadores-negociantes que se
han lucrado con la conversión de la universidad en un centro mercantil y con la
producción de mercancías cognitivas, porque el grueso del profesorado vive en
carne propia el proceso de proletarización, despojo de saberes, y nuevas formas
de control, que desde que surgió el capitalismo industrial en Inglaterra hace
más de dos siglos han soportado en forma sucesiva distintos sectores de
trabajadores. Muchos de esos sectores, como los artesanos de la naciente
industria textil a finales del siglo XVIII, no se resignaron a aceptar su nueva
condición sin antes librar memorables luchas, que llegaron incluso a arrinconar
al capital. Algo similar nos corresponde a nosotros los profesores, como
“artesanos del saber” y como “trabajadores del pensamiento”, para enfrentar el
capitalismo académico y evitar la liquidación de la escuela pública.

NOTAS

i . Harry Braverman, Trabajo y capital monopolista, Editorial Nuestro Tiempo,
México, 1978.

ii . Marta Jiménez Jaen, “Los enseñantes y la relación de trabajo en la
educación. Elementos para una teoría de la proletarización de los enseñantes”,
Revista de Educación, No. 285, 1988, pp. 231-245.

iii . Ibíd.

iv . Michel Apple, Maestros y textos. Una economía política de las relaciones de
clase y de sexo en educación, Editorial Paidós, Barcelona, 1989, p. 40.

v . José Contreras, La autonomía del profesorado, Ediciones Morata, Madrid,
1997, pp. 32-33.

vi . Ricardo Donaire, Los docentes en el siglo XXI. ¿Empobrecidos o
proletarizados?, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2012, p. 58.

vii . Ibíd., p. 47.

viii . Ursula Huws, “A construcao de um cibertariado? Trabalho virtual num
mundo real”, en R. Antunes y Ruy Vraga (organizadores), Infoproletarios.
Degradacao real do trabalho virtual, Boitempo Editorial, Sao Paulo, 2009, pp. 47
y ss.

ix . Owen Jones, Chavs. La demonización de la clase obrera, Ediciones Capitán
Swing, Madrid, 2012, p. 346.

Artículo publicado en papel en Revista CEPA, No. 20 (Bogotá), marzo-julio de
2015

In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=198435
5/5/2015

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