sexta-feira, 30 de setembro de 2016

El proyecto educativo de la nueva derecha




Raúl Zibechi

Ha nacido una nueva derecha adecuada a los tiempos extractivos y de
expolio-piratería contra los pueblos; una derecha posterior al Estado del
bienestar, que ya no aspira al desarrollo, sino a consolidar las desigualdades,
la segregación de la mitad pobre, mestiza, india y negra de nuestro continente.
Una derecha implacable formada en el rechazo a lo popular, a la soberanía
nacional, a las leyes y las constituciones.
En el terreno educativo, esa nueva derecha busca desembarazarse de los
anteriores compromisos, entre ellos la laicidad y la libertad de cátedra, para
adecuar el sistema educativo al periodo de guerra y confrontación que
atravesamos. El objetivo es retomar el control del conjunto del sistema
educativo, desde los ministerios hasta el aula, consolidando una educación
antiemancipatoria, en la que el control de la población es el objetivo casi
excluyente.
Hace 12 años nació en Brasil la organización no gubernamental Escuela Sin
Partido, muy activa en las redes sociales y los grandes medios, articulada con
diputados y concejales de los más diversos partidos para hacer aprobar sus
propuestas. En su página web (escolasempartido.org/) se puede acceder al
programa de seis puntos titulado Deberes de los profesores, en el que se destaca
que el profesor no promoverá en el aula sus propias ideas, ni perjudicará a los
alumnos que profesen ideas diferentes, ni hará propaganda político-partidaria se
limitará a exponer de forma neutra el programa, y otorga a los padres la
elección de la educación moral que quieren para sus hijos.
Algunos principios de Escuela Sin Partido parecen compartibles. Sin embargo,
conllevan objetivos que nos hacen retroceder más de un siglo. Por un lado,
disocia entre el acto de educar y el de instruir. Para ellos la educación es
responsabilidad de la familia y la iglesia, mientras los profesores deben
limitarse a instruir, o sea a trasmitir conocimiento como si éste fuera neutro,
ahistórico, descontextualizado.
La segunda es lo que consideran como adoctrinamiento en el aula. Hablar sobre
feminismo, homofobia o derechos reproductivos, por ejemplo, sería tanto como
imponer una ideología de género en las escuelas. Todo lo que sea desviarse de la
asignatura se considera adoctrinamiento, situación que en los proyectos de ley
que ha presentado Escuela Sin Partido en varios municipios y en parlamentos de
los estados sería tipificada como crimen de acoso ideológico y abuso de
autoridad, punibles con cárcel y penas agravadas.
En el apartado capturando al adoctrinador, en su web, aparece una larga lista de
situaciones comunes en las aulas, como difamar personalidades históricas,
políticas o religiosas, entre muchas otras. El docente debería mencionar a
Hitler, Pinochet o Mussolini sin más, como a cualquier otra personalidad, sin
establecer diferencias, dejando a los padres la exclusividad de opinar. Lo mismo
respecto a los genocidios, los feminicidios y así, porque está rigurosamente
prohibido mentar valores. Consideran que los debates sobre diversidad sexual,
contemplados en las currículas de muchos países, serían en este caso
inconstitucionales.

Una de las prácticas más graves promovidas por Escuela Sin Partido es el
espionaje de la práctica docente para luego denunciarla. Bajo el epígrafe
Planifique su denuncia, pide a los alumnos y a sus padres que anoten
cuidadosamente o filmen los momentos en los cuales el docente estaría
adoctrinando a los alumnos. Promueven actitudes que llevan a los jóvenes a
convertirse en policías de los docentes.
Uno de los objetivos centrales de la nueva derecha en el terreno educativo es la
descalificación de los docentes que serían culpables de todos los males de la
educación, desde el fracaso escolar hasta la baja calidad de la enseñanza. De
ese modo consiguen desviar la atención de los problemas estructurales en la
educación, focalizando sólo las consecuencias y ocultando sus causas. El
profesor siempre es sospechoso de izquierdismo. En paralelo, consideran que los
alumnos no tienen capacidad para formar sus propias convicciones y que deben
estar sujetos a la autoridad paterna, eclesial o docente.
Como era de esperar, los profesores han reaccionado con campañas de denuncia del
proyecto, que ya fue aprobado en el estado de Alagoas, Brasil, y será abordado
en otros. Pero no debemos olvidar que lo que se proponen en esta coyuntura, no
sólo en Brasil, es frenar en seco al creciente movimiento estudiantil, en
particular a los estudiantes de secundaria, que son los menos susceptibles de
ser cooptados por las instituciones estatales y de la izquierda electoral.
En efecto, la crisis política brasileña está modelada por las movilizaciones de
junio de 2013; una crisis que está lejos de haberse cerrado con la destitución
ilegítima de la presidenta Dilma Rousseff. Incluso Chile, el régimen neoliberal
modélico por su estabilidad, atraviesa una crisis de legitimidad a consecuencia
del potente movimiento estudiantil, que desde 2011 abrió brechas por las que
están pasando diversos actores sociales. Uno de los más importantes empresarios,
Andrónico Luksic, reconoce que el país se está cayendo y destaca el papel del
movimiento por la educación en esta crisis (goo.gl/qpXIsA).
En otros países sucede algo similar. En Paraguay los estudiantes se mostraron
como un actor potente en pleno gobierno reaccionario de Horacio Cartes. Nuevas
camadas de jóvenes rebeldes están presentes en casi todos los países. Ni qué
hablar de México, después del parteaguas que fue Ayotzinapa.
Buena parte de los objetivos que se propone Escuela Sin Partido en Brasil
parecen utopías de orden que cuentan con escasos apoyos. Sin embargo, no se los
debe subestimar. Cuando las crisis políticas se profundizan, aparecen potentes
bifurcaciones; la derecha se quita el velo para mostrarse como lo que es: el
partido del orden, dispuesto a pasar por encima de todo. Son las izquierdas las
que deben decidir si optan por las instituciones o por acompañar las
resistencias.
In
LA JORNADA
http://www.jornada.unam.mx/2016/09/29/opinion/019a1pol
29/9/2016

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