quinta-feira, 1 de setembro de 2016

La tragedia brasileña




Atilio A. Boron

Una banda de “malandros”, como canta el incisivo y premonitorio poema de Chico
Buarque -“malandro oficial, malandro candidato a malandro federal, malandro con
contrato, con corbata y capital”- acaba de consumar, desde su madriguera en el
Palacio Legislativo de Brasil, un golpe de estado (mal llamado “blando”) en
contra de la legítima y legal presidenta de Brasil Dilma Rousseff. Y decimos
“mal llamado blando” porque como enseña la experiencia de este tipo de crímenes
en países como Paraguay y Honduras, lo que invariablemente viene luego de esos
derrocamientos es una salvaje represión para erradicar de la faz de la tierra
cualquier tentativa de reconstrucción democrática. El tridente de la reacción:
jueces, parlamentarios y medios de comunicación, todos corruptos hasta la
médula, puso en marcha un proceso pseudo legal y claramente ilegítimo mediante
el cual la democracia en Brasil, con sus deficiencias como cualquier otra, fue
reemplazada por una descarada plutocracia animada por el sólo propósito de
revertir el proceso iniciado en el 2002 con la elección de Luiz Inacio “Lula” da
Silva a la presidencia. La voz de orden es retornar a la normalidad brasileña y
poner a cada cual en su sitio: el “povao” admitiendo sin chistar su opresión y
exclusión, y los ricos disfrutando de sus riquezas y privilegios sin temores a
un desborde “populista” desde el Planalto. Por supuesto que esta conspiración
contó con el apoyo y la bendición de Washington, que desde hacía años venía
espiando, con aviesos propósitos, la correspondencia electrónica de Dilma y de
distintos funcionarios del estado, además de Petrobras. No sólo eso: este triste
episodio brasileño es un capítulo más de la contraofensiva estadounidense para
acabar con los procesos progresistas y de izquierda que caracterizaron a varios
países de la región desde finales del siglo pasado. Al inesperado triunfo de la
derecha en la Argentina se le agrega ahora el manotazo propinado a la democracia
en Brasil y la supresión de cualquier alternativa política en el Perú, donde el
electorado tuvo que optar entre dos variantes de la derecha radical.
No está demás recordar que al capitalismo jamás le interesó la democracia: uno
de sus principales teóricos, Friedrich von Hayek, decía que aquella era una
simple “conveniencia”, admisible en la medida en que no interfiriese con el
“libre mercado”, que es la no-negociable necesidad del sistema. Por eso era (y
es) ingenuo esperar una “oposición leal” de los capitalistas y sus voceros
políticos o intelectuales a un gobierno aún tan moderado como el de Dilma. De la
tragedia brasileña se desprenden muchas lecciones, que deberán ser aprendidas y
grabadas a fuego en nuestros países. Menciono apenas unas pocas. Primero,
cualquier concesion a la derecha por parte de gobiernos de izquierda o
progresistas sólo sirve para precipitar su ruina. Y el PT desde el mismo
gobierno de Lula no cesó de incurrir en este error favoreciendo hasta lo
indecible al capital financiero, a ciertos sectores industriales, al
agronegocios y a los medios de comunicación más reaccionarios. Segundo, no
olvidar que el proceso político no sólo transcurre por los canales
institucionales del estado sino también por “la calle”, el turbulento mundo
plebeyo. Y el PT, desde sus primeros años de gobierno, desmovilizó a sus
militantes y simpatizantes y los redujo a la simple e inerme condición de base
electoral. Cuando la derecha se lanzó a tomar el poder por asalto y Dilma se
asomó al balcón del Palacio de Planalto esperando encontrar una multitud en su
apoyo apenas si vió un pequeño puñado de descorazonados militantes, incapaces de
resistir la violenta ofensiva “institucional” de la derecha. Tercero, las
fuerzas progresistas y de izquierda no pueden caer otra vez en el error de
apostar todas sus cartas exclusivamente en el juego democrático. No olvidar que
para la derecha la democracia es sólo una opción táctica, fácilmente
descartable. Por eso las fuerzas del cambio y la transformación social, ni
hablar los sectores radicalmente reformistas o revolucionarios, tienen siempre
que tener a mano “un plan B”, para enfrentar a las maniobras de la burguesía y
el imperialismo que manejan a su antojo la institucionalidad y las normas del
estado capitalista. Y esto supone la organización, movilización y educación
política del vasto y heterogéneo conglomerado popular, cosa que el PT no hizo.
Conclusión: cuando se hable de la crisis de la democracia, una obviedad a esta
altura de los acontecimientos, hay que señalar a los causantes de esta crisis. A
la izquierda siempre se la acusó, con argumentos amañados, de no creer en la
democracia. La evidencia histórica demuestra, en cambio, que quien ha cometido
una serie de fríos asesinatos a la democracia, en todo el mundo, ha sido la
derecha, que siempre se opondrá con todas la armas que estén a su alcance a
cualquier proyecto encaminado a crear una buena sociedad y que no se arredrará
si para lograrlo tiene que destruir un régimen democrático. Para los que tengan
dudas allí están, en fechas recientes, los casos de Honduras, Paraguay, Brasil
y, en Europa, Grecia. ¿Quién mató a la democracia en esos países? ¿Quiénes
quieren matarla en Venezuela, Bolivia y Ecuador? ¿Quién la mató en Chile en
1973, en Indonesia en 1965, en el Congo Belga en 1961, en Irán en 1953 y en
Guatemala en 1954?
In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=216176
1/9/2016

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