segunda-feira, 9 de maio de 2016

El nuevo fordismo individualizado***



Lelio Demichelis




¿De verdad hemos salido felizmente del fordismo del siglo XX? ¿O es que estamos
simplemente en una nueva fase del Gran Relato técnico y capitalista?

¿De verdad que ha cambiado el trabajo, hoy, en tiempos de la tercera (o ya de la
cuarta, con la digitalización) revolución industrial, respecto a la primera de
finales del XVIII? ¿De verdad que hemos salido felizmente (¡y finalmente!) del
fordismo asfixiante y pesado del siglo XX para llegar al post-fordismo ligero,
flexible y virtuoso, a la producción ágil, a la economía del conocimiento y a la
era del acceso, a la “new economy” de los años 90, y ahora a la “sharing
economy” [“economía colaborativa”] y a los “smart jobs” [“empleos
inteligentes”], y hay quien (Paul Mason) imagina incluso un fabuloso
post-capitalismo? ¿O estamos simplemente (y dramáticamente) en una nueva fase
del Gran Relato técnico y capitalista?

Si un rasgo típico y definitorio del fordismo era la producción industrial
masiva basada en el empleo de trabajo repetitivo y generalmente sin particulares
cualificaciones ni especializaciones («Yo» – decía Henry Ford – «no lograría
hacer lo mismo todos los días, pero para otros las operaciones repètitivas no
son un motivo de horror. El obrero medio desea un trabajo en el cual no tenga
que gastar mucha energía física, pero sobre todo desea un trabajo en el que no
tenga que pensar»), el post-fordismo se caracterizaría en cambio por la adopción
de tecnologías y criterios organizativos que ponen un énfasis particular en la
especialización y la cualificación del trabajo y de las competencias, además de
en la flexibilidad de los trabajadores. Pero de aquí a imaginar el paso –
gracias también a a las nuevas tecnologías – de un trabajo puramente material
(el fordismo ligado, precisamente, a la manufactura) a un trabajo sobre todo
intelectual e inmaterial (eran las retóricas de la economía del conocimiento y
del capitalismo cognitivo de hace pocos años), el paso ha sido breve, pero
también demasiado rápido. Como breve e igualmente rápido ha sido el paso de las
retóricas de la “wikinomics” a las de la “sharing economy”, así como de la
precarización del trabajo al énfasis de su virtuosa uberización. Los
economistas y, sobre todo, nosotros, los sociólogos, tenemos (no todos, pero)
mucha culpa por haber favorecido esta revolución lingüística. Que se basaba y
todavía se basa – es la tesis que aquí nuevamente se sostiene y se intenta
profundizar – en un dramático error de valoración de las transformaciones
acontecidas y todavía en juego, justamente en la organización del trabajo
técnica y capitalista. Un error. Intelectual y de análisis.

Porque en verdad – una verdad que debería ser ya evidente, si se excavase
foucaultianamente bajo las apariencias, si se hiciera arqueología pero sobre
todo se analizase la genealogía de los saberes y de los poderes que gobiernan la
red y el capitalismo (el tecno-capitalismo) – lo que no van a cambiar son las
formas y las normas de organización y de funcionamiento del sistema. Basadas
siempre – de la primera revolución industrial a la Red y hoy a la
digitalización – antes sobre la subdivisión y la individualización del trabajo,
y luego sobre su recomposición/totalización (Foucault una vez más) en algo que
debe ser siempre mayor que la suma de las partes subdivididas y separadas.
Formas y normas de organización que justamente no han cambiado substancialmente
desde que el capitalismo se desposó con la industria (un matrimonio de interés,
pero más estable y prolífico que un matrimonio por amor), si acaso se afinan
cada vez más con el surgimiento y difusión de las diversas tecnologías
dominantes: los telares, la máquina de vapor, la fábrica de clavos de Adam Smith
y, sobre todo, el reloj (según Lewis Mumford, la verdadera máquina que ha
permitido la industrialización) y la división de tiempo y su utilización cada
más exhaustivo – en la primera revolución industrial; la cadena de montaje y la
organización científica del trabajo, y todavía más el reloj y el control y la
intensificación del tiempo de trabajo mediante su subdivisión incrementada – con
la segunda revolución industrial; y ahora con la Red y todavía el reloj (el
tiempo real) y mañana con la fábrica 4.0.

La mutación que – errando – hemos llamado post-fordismo y ahora “sharing
economy” y fábrica 4.0 ha tenido lugar, entonces, no en las formas y en las
normas de organización (subdivisión y totalización: del trabajo de producción,
del trabajo de consumo, en la fruición de los productos de la industria
cultural) sino en la calidad y en la cantidad de esta individualización. Si ayer
en el fordismo era necesario concentrar miles de trabajadores en el interior de
lugares cerrados como eran precisamente las grandes fábricas, porque el medio de
conexión/totalización de las partes subdivididas del trabajo era necesariamente
físico y presuponía un espacio concentrado y concentrador (esto permitía la
eficiencia productiva de entonces), hoy el medio de conexión, o sea, la Red,
permite descomponer e individualizar n veces más la forma y la norma de
organización y hacerla explotar en trabajos (y en trabajadores) disconectados de
un lugar físico (la fábrica), pero conectados en un lugar virtual, como es
precisamente la Red. Del fordismo concentrado de ayer hemos pasado, así pues, no
al post-fordismo sino a un fordismo individualizado. Pasando por el fordismo
territorial y de distrito, por el pequeño y hermoso, por el capitalismo personal
y el trabajo free-lance. Ningún post-fordismo; si acaso la socialización del
ordoliberalismo (la sociedad en forma de mercado y según la norma del mercado,
la vida como empresa, la competición como imperativo existencial).

Gracias a la red – cada vez más medio de conexión y cada vez menos medio de
comunicación y de conocimiento; cada vez más capitalista y cada vez menos libre
y anarquista como en los orígenes – todo trabajador antes físicamente y
contractualmente subordinado puede (debe) hoy convertirse en un trabajador
autónomo, un emprendedor de sí mismo, un “maker” que produce innovación, un
trabajador individualizado; con su puesto de trabajo y sus tiempos de ejecución
de la prestación, pero externos a toda fisicidad concentrada. Aparentemente
(pero también contractualmente) es de veras un trabajador autónomo, es de veras
un emprendedor de sí mismo; concretamente es, por el contrario, un falso
emprendedor de sí mismo (así como es un falso individuo) porque está subordinado
a un nuevo patrono.

Es, sí, externo a la estructura de la empresa pero está aun más
integrado-conectado a ella. Es un proceso análogo y paralelo al que concernía a
la sociedad de masas del siglo XX. Antes se trataba de masas predominatemente
concentradas, después hemos pasado (es la lección de Günther Anders) a una masa
individualizada, en la que cada uno tiene comportamientos de masa (en el
consumo, en la industria cultural, en los comportamientos colectivos, en el
conformismo, en el hedonismo, en la nueva sociedad del espectáculo y hoy de la
espectacularización de uno mismo) pero la practica individualmente, haciéndose
la ilusión de ser libre. Algo análogo se ha verificado precisamente en la
organización del trabajo. Todos estamos integrados en el sistema capitalista y
en la Red, pero uno por uno, separados físicamente de los demás, pero
virtualmente todavía más integrados con los demás y con el tecno-capitalismo de
lo que se estaba en tiempos del fordismo.

Es en el trabajo en forma de multitud – el crowd-work – que es una multitud
(mejor: una masa) de individuos y, sobre todo, es una masa de individuos
conectados, porque el concepto de multitud/masa es incompatible con el de
libertad y de autonomía individual, y el trabajo en forma de masa es un trabajo
que, como sucede en la multitud-masa, anula la individualidad haciéndola más
bien disolverse en la multitud (el mercado, la red); pero al mismo tiempo dando
al individuo en la locura-masa una sensación de gran fuerza colectiva, de
potencia, de capacidad de cambiar el mundo (¿el post-capitalismo?) – haciendo
olvidar que también este trabajo se finaliza para beneficio de alguien.
Individuos, entonces, pero que se mueven como un solo hombre, aunque sea
individualmente. Que se creen emprendedores de sí mismos, pero están todavía más
suordinados a las formas y a las normas de funcionamiento del aparato que los
han transformado en masa (la socialización del capitalismo), masa como forma
clásica de organización donde cada uno está solo pero junto a los demás, pero
este estar junto a los demás y conectados con los demás impide (y es una gran
ventaja para el poder que organiza la masa) la formación de toda posible
consciencia colectiva o de clase, porque estar en una multitud-masa
individualizada excluye toda consciencia de clase como toda autonomía individual
y todo discurso sobre los fines). Aparato tecno-capitalista que luego ha logrado
disolver a su adversario de clase (su organización antagonista, su estructura
organizativa, su conciencia) individualizándolo justamente mediante subdivisión
creciente del trabajo y personalización del consumo; aparato que precariza el
trabajo e individualiza, pero crea al mismo tiempo la retórica (el
“storytelling”) del compartir. Que aliena más que en el pasado, pero ofrece a
cada uno la ilusión de ser patrono de los propios medios de producción (el
ordenador personal, el dispositivo personal móvil), además de los bienes que
produce, quizás gracias a una impresora 3D. Es el triunfo del capitalismo de
plataforma, que no es algo virtuoso que permita una cooperación libre entre
sujetos también ellos libres, justamente mediante una plataforma tecnológica (un
medio), pudiendo cada uno disfrutar del trabajo compartido con otros. Pero que
es un capitalismo de plataforma porque los beneficios (el fin) son de quien
posee la plataforma (como en el caso de Uber o de Airbnb), no de quien la usa. Y
la misma “sharing economy” significa sí compartir, pero debe producir
“business” para la plataforma; o si no, es definible mejor como economía de la
supervvivencia en tiempos de empobrecimiento de masa.

El trabajo de hoy no es, por tanto, diferente del de ayer. Sí que es todavía más
individualizado, pero se ha hecho también más integrado (y esta es la esencia de
funcionamiento de toda organización industrial y moderna del trabajo: subdividir
e individualizar cada vez más, pero consiguientemente integrar cada vez más
gracias al medio de connexión dominante; hacer prevalecer los intereses de la
organización-sistema sobre los individuales). Incrementando la cantidad de
prestación requerida a cada uno, extrayendo de cada uno una cantidad cada vez
mayor de valor y de beneficio, pero haciéndole creer que es libre. Se ha
producido una autentica mutación antropológica y cultural. Que se puede
representar bien con esta ejemplificación.

En estos días, en algunos trenes de alta velocidad italianos, en los videos que
cuelgan en los vagones, se pasa un video promocional en el que se ve a un
maquinista a los mandos de su tren. Mirada intensa, gran atención, gran
participación en la tarea asignada. Imagenes del tren desde lo alto, bello y
velocísimo. Luego la imagen se divide en dos, a la izquierda todavía el
maquinista, a la derecha una mujer en casa que pone flores en los jarrones y
cuida a su niño. Luego, siempre a la izquierda, el tren llega a la estación, el
maquinista desciende de la locomotora y, atravesando la línea que divide en dos
mitades la pantalla, entra en casa ya sin uniforme de maquinista y saluda
sonriente a la mujer y al niño. En ese punto la mujer besa a su niño, atraviesa
a su vez, pero en sentido contrario al del hombre, la línea divisoria de la
pantalla y se convierte ella también en maquinista, sube a la locomotora y hace
partir el tren de alta velocidad.

Un anuncio que trae a la memoria un cuento de 1958 de Italo Calvino, titulado
L’avventura di due sposi [La aventura de dos esposos] También en Calvino hay un
él y un ella. Él, el obrero Arturo Massolari, trabaja en el turno de noche, el
que termina a las seis. Vuelve a casa más o menos a la hora en que suena el
despertador de la mujer, Elide, que trabaja, en cambio, de día. Un breve
encuentro entre ellos, algunas caricias, luego ella sale de casa para ir a
trabajar y él se mete en la cama por su lado, pero moviéndose enseguida hacia
donde había dormido Elide para buscar su calor y su perfume. Todo muy parecido
al anuncio antes descrito. Hoy como entonces, la familia, la pareja, el amor
hacen cuentas con el trabajo. Nada ha cambiado desde entonces. Sin embargo, hay
una diferencia: entonces, Calvino describía, con su estilo ligero una realidad
amarga hecha de fatiga y de separación forzada entre él y ella, implícitamente
criticaba ese modo de organizar el trabajo y (consiguientemente) la vida de las
personas. Hoy la misma condición humana es vivida y ofrecida como positiva y
como virtuosa forma de emancipación, de paridad de géneros, de liberación de la
mujer, sobre todo de modernidad. Cambia la casa: obrera y pobre la de Calvino,
espaciosa y con una gran cocina la de hoy. Las desigualdades de entonces – y la
alienación – son las mismas de hoy. Pero se ofrecen precisamente como modernidad
e innovación, no como un pasado que no cambia. La mutación antropológica
acontecida está también en este vuelco.

Y llega entonces Uber y los procesos de uberización del trabajo. Hay quien lo
toma como ejemplo de máximo autoemprendimiento, pero ¿qué son los falsos
taxistas de Uber si no trabajadores multitud o mejor todavía trabajadores
fordistas individualizados en el capitalismo de las plataformas? Creen poseer
los medios de producción (el coche, el smartphone), pero el verdadero medio de
producción es la plataforma, que no son ellos, ellos sólo están en sus
dependencias, están subordinados a la platadorma, con lo cual están
absolutamente alienados (en el sentido de Marx), pero no creen estarlo.

Además: la uberización de las empresas como nuevo momento transformador de época
y evidentemente virtuoso y positivo y por lo tanto (en opinión de Max Bergami,
de la Bologna Business School, en Il Sole 24 Ore del 3 de abril pasado) «como
algo difícilmente obstaculizable, porque la difusión de la innovación es mayor
que cualquier reacción». Es decir, que la uberización es un proceso positivo de
cualquier modo, porque es innovador y la innovación es siempre positiva y
quienquiera que trate de obstaculizarla es irracional y antimoderno, razonando
como Taylor hace cien años cuando criticaba a los sindicatos en caso de que
hubiesen querido contestar su organización científica del trabajo que, siendo
por autodefinición (por autoreferencialidad) científica, era por lo tanto
también racional, mientras que irracional se volvía ipso facto cualquier
contestación/oposición. La uberización del trabajo permitirá comprar trabajo y
competencias en caso de necesidad, descompondrá las organizaciones de empresa,
flexibilizará todavía más el mercado de trabajo, pero producirá miles de falsos
emprendedores de sí mismos, pero esto no tiene de verdad nada de nuevo, como no
sea extremar el viejo “just in time” aplicado a los recursos humanos. Y es
trabajo cuasi servil, es decir, peor que fordista. Rebarnizado de modernidad y
de ineluctabilidad.

Y entonces como todavía una vez más, la pálabra mágica (no del post-capitalismo
sino) del ultra-capitalismo: compartir. También aquí asistimos al retorcimiento
del diccionario, es decir, a la producción industrial de una neolengua conforme
al tecno-capitalismo, porque en realidad debemos compartir sólo lo que permite
al capitalismo extraer beneficio para sí (nuestros datos, nuestros perfiles,
nuestros “selfies”), pero luego podemos y más bien debemos ser egoístas en la
realidad (hacia los migrantes-prófugos, por ejemplo; pero también hacia los
demás individuos, ya no individuos que forman una sociedad sino nuestros
incesantes competidores). También el concepto y las prácticas del compartir se
han alterado y plegado al beneficio de los capitalistas y de los señores de
Silicon Valley. En realidad, compartir y ayudarse son prácticas antiguas y no el
producto virtuoso de las redes. La Revolución Francesa nació para realizar un
principio de fraternidad y de solidaridad, es decir, de compartir. La
Enciclopedia significaba compartir conocimiento. Y el “welfare” público
posterior a 1945 se basaba también en compartir (la redistribución de la
riqueza de arriba abajo en la sociedad, la creción de igualdad de oportunidades
para todos, los seguros sociales como forma de participación y de compartir
social de los riesgos), más que sobre la fraternidad/solidaridad
intergeneracional. Pero todo esto ha quedado progresivamente desechado,
cancelado. Como el hecho de que el trabajo era un derecho y se ha convertido en
una mercancía, llamando, sin embargo, a todo esto modernidad e innovación.







Lelio Demichelis

es profesor de Sociología Económica de la Universidad de Insubria, en Varese,
colaborador de MicroMega y Sbilanciamoci, y especialista en sociología de las
organizaciones, de la industria y del trabajo, en fordismo y post-fordismo y en
el análisis de los mecanismos biopolíticas y de las formas de biopoder en las
sociedades modernas.

In
SINPERMISO
http://www.sinpermiso.info/textos/el-nuevo-fordismo-individualizado
3/5/2016

***
E nem tão individualizado assim. Vários autores se referem a um "neotaylorismo".

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