sábado, 24 de outubro de 2015

El capitalismo detrás de la pantalla






Por Rodrigo Fernández Miranda



En las últimas décadas el aparato mediático tuvo un fortalecimiento,
expansión y concentración sin precedentes. En el marco de la
globalización, los medios de comunicación dominantes son productores y
transmisores de la información. Versionan la realidad, diseñan la
realidad. En esta construcción mediática, ¿qué tratamiento recibe el
capitalismo? ¿Cómo se abordan sus actores y consecuencias? ¿Qué lenguaje
se usa para referirse a este sistema?



La industria de la comunicación es una de las más concentradas en la
globalización económica. Los grupos mediáticos dominantes producen y
emiten saberes, ideas, actitudes y valores. A su vez, tienen la potestad
de imponer una agenda, parcelar la realidad, definir qué es una “noticia”
y determinar cómo será tratada. Detrás subyace su función más importante:
construir el imaginario social y conservar el statu quo.




En el tratamiento que los medios de comunicación concentrados hacen del
capitalismo se pueden observar algunas reglas generales. La primera es su
omisión nominal: las palabras “capitalismo” o “sistema capitalista”, salvo
en contadas excepciones, quedan excluidas del lenguaje mediático. La
segunda regla es que el capitalismo no recibe un tratamiento como sistema,
sino que se aborda por partes inconexas, no interrelacionadas ni
interdependientes.

En tercer lugar, estos medios ocultan la composición del poder real: toda
referencia al “poder” es al que está legitimado democráticamente, nunca al
poder establecido o fáctico. Finalmente, sino se nombra, no se trata como
sistema ni se describe la composición de su poder, tampoco se lo debate,
quedando fuera de los márgenes de lo mediáticamente discutible.

Entonces, ¿cómo se aborda el capitalismo en estos medios? ¿Qué lugar ocupa
en su versión de la realidad? Para una aproximación a estas preguntas se
analizará el relato de los principales grupos de comunicación en torno a
la actualidad del sur de Europa, atravesada por la implementación de la
versión más radicalizada del capitalismo. A falta de un tratamiento
integral, se indagará sobre trozos de esta narrativa.




Hechos sin contexto y con causas sesgadas




Aunque las “noticias” incluyen a diario hechos vinculados directamente con
el capitalismo, éstos nunca son puestos en contexto. En esta narrativa,
los “noticias” políticas, económicas o sociales no tienen una visión
sistémica, sino aislada, atomizada. En paralelo se desvía la mirada sobre
el origen de los impactos del capitalismo, tratando estas cuestiones
superficialmente, sin indagar sobre sus raíces: no hay causas sistémicas
que expliquen los hechos.

Por ejemplo, la “crisis” se atribuye fundamentalmente a “haber vivido por
encima de las posibilidades” o “gastar más de lo que se tiene”, orígenes
que pretenden explicar la generación y profundización de desigualdades sin
precedentes, la reducción de las rentas del trabajo y el aumento de las
rentas del capital, principalmente financiero.




Desvío de causantes




Al sesgar las causas también se tergiversa la identificación de los
causantes. En este storytelling de la “crisis” fue el Estado el que se
excedió en el gasto y la población la que vivió por encima de sus
posibilidades; no fue el capital financiero el que aumentó
exponencialmente las inversiones especulativas que generaron una burbuja
que terminó explotando. El señalamiento mediático de los responsables se
trasladó desde el poder financiero hacia el Estado y las mayorías
sociales.

Otros actores estelares son “noticia” aunque desprovistos de protagonismo
sobre el funcionamiento y los impactos del sistema. Recientemente, los
medios concentrados se hacían eco de la “preocupación” de Lagarde (FMI)
por el aumento de las desigualdades y de Draghi (BCE) y Blanchard (FMI)
por el elevado desempleo español. Estas versiones anecdóticas, además de
pasar por alto las intenciones detrás de dichas declaraciones[1], omitían
la relación de causalidad entre los intereses que representan estos
dirigentes y la construcción de las problemáticas por las que manifestaban
“preocupación”.




Poderes invisibles




Otro rasgo de este tratamiento es la invisibilización de ciertos actores
del capitalismo y del poder real que detentan. Tal es el caso los
lobbies,grupos de presión que defienden intereses sectoriales determinando
las decisiones políticas nacionales, continentales y globales. Estos
poderes fácticos quedan en la sombra, ausentes de la agenda, de la
“información”

Más allá de esto, los medios concentrados ocultan el mapa del poder real y
eluden la discusión sobre su composición. La concepción del poder que
transmiten realza a los actores legitimados por el voto popular y
desvanece a quienes ostentan el poder establecido, su capacidad de
presión, influencia y potencia rectora sobre las instituciones
democráticas. En definitiva, se invisibiliza cómo está compuesto el
entramado de poder, del que estos medios, además de portavoces, son parte.




Verdades instaladas



Otro recurso es la repetición incesante de argumentos y relatos hasta
instalarlos como verdades. Siguiendo el principio de la propaganda de
Joseph Goebbels, la repetición hasta el hartazgo de estos argumentos,
aunque intencionadamente falaces, terminan estableciéndose como verídicos
en el imaginario social. Volver una y otra vez sobre una misma lógica
argumental pero desde diferentes ángulos, aumentando exponencialmente las
posibilidades de arraigarla como verdad y reduciendo el margen para
ponerla en cuestión.




Chivos expiatorios



En ocasiones, los medios hegemónicos se ven impelidos a señalar de forma
crítica a actores del capitalismo con nombre y apellido. No obstante, a
estos casos se llega después de la evidencia de su derrumbe, centralizando
la responsabilidad en el actor nombrado, aislándolo, descontextualizándolo
y tratándolo como una excepción. De esta forma, cargar las culpas sobre un
actor permite exculpar al resto, y a las propias dinámicas sistémicas.

Por ejemplo, Lehman Brothers, el caso más visible en el inicio de la
“crisis financiera” de 2008, recibió una condena mediática por su codicia.
Sin embargo, fue tratado como una conducta irresponsable excepcional,
obviando que el grueso del sistema financiero internacional había sido
partícipe y beneficiario del mismo casino.




Hostilidad frente a críticas



Estos medios también naturalizan al capitalismo y sus modos de producción.
Así, las críticas y las contestaciones a este orden natural reciben un
tratamiento hostil, siendo ignoradas, deslegitimadas o criminalizadas.
Asimismo, las alternativas al capitalismo son moldeadas, considerándolas
anacrónicas, inviables, populistas o no realistas.



En esta versión mediática de la realidad el capitalismo no existe; hay
“mercados” y “mercados libres”; no hay un sistema motorizado por la
codicia. Hay injusticias y desigualdades, pero no un orden sistémico que
las determine, un sistema político que las habilite, ni una matriz
ideológica que las legitime. El capitalismo como totalidad, sus impactos y
actores estelares están ausentes de la agenda, y su abordaje se hace de
forma anecdótica, parcial o sesgada. Una construcción funcional que
contribuye a mantener y a legitimar las condiciones para la expansión de
un sistema que, a través de estos medios de comunicación, se hace
inasible.




El capitalismo detrás de las palabras



Seguramente el lenguaje es el medio más poderoso de estos grupos
concentrados. Al condicionar el significado de las palabras, condicionan
la realidad. ¿Con qué lenguaje se refieren los medios hegemónicos a un
capitalismo que no nombran?



Siguiendo con el análisis de la actualidad del sur de Europa, en el que
necesariamente los medios dominantes deben hablar del empeoramiento de las
condiciones de vida de las mayorías, también se puede observar el uso
intencionado del lenguaje.



En este teatro de la retórica, los recortes de la inversión pública social
se llaman “reformas”, que son decisiones positivas, ya que en el futuro
van a mejorar la vida de la sociedad. La transferencia de recursos
públicos a manos privadas se denomina “políticas de ajuste”, que a su vez
son necesarias para recuperar la economía. El problema es de
“crecimiento”, nunca de distribución.

En el plano de los derechos sociales, pagar dos veces por un servicio
público sanitario no es un repago, sino un “copago”. Al retroceso de
derechos y la precarización de trabajadores y trabajadoras se lo llama
“flexibilización del mercado laboral”, a la reducción de sueldos
“moderación salarial” y “racionalización” a despedir en masa.



“Austeridad” y “eficiencia” son los mantras para referirse a un Estado
mínimo y ausente para los intereses de las mayorías. Se denomina “hacer
los deberes” a someter la soberanía política al mandato del capital
transnacional y la Troika, apelar a “lo que hay que hacer” significa
ignorar la voluntad popular y “actuar con responsabilidad” o “con
valentía” significa traicionarla.



En el fondo, a la ley de la selva se la llama “libertad de empresa” yse le
dice “crisis” a una estafa del capital financiero sobre los Estados de la
periferia europea. Y se señala como “inevitable” a lo que es resultado de
la voluntad política del Gobierno español, la implementación de programas
neoliberales.



La misma intencionalidad en el uso del lenguaje se puede observar en el
tratamiento de las alternativas que se proponen al capitalismo. Por
ejemplo, “radical” significa extremista, “violenta” es cualquier forma de
desobediencia y lo “utópico” adquiere una connotación negativa.



También desde estos medios concentrados se despliega una batería
lingüística para deslegitimar y criminalizar la protesta social. Un
ejemplo es el de los “escraches” a dirigentes políticos, señalamientos
públicos liderados por la Plataforma de Afectados por las Hipotecas y
otros movimientos sociales, a quienes consideraban responsables o
cómplices de la desposesión de derechos de las mayorías. Estas acciones
fueron consideradas “ilegítimas”, “violentas”, “antidemocráticas”,
“atentados contra el orden público”, “amenaza a las instituciones”,
“acoso” e “intimidaciones”.



Todo este despliegue de lenguaje y de andamiaje retórico, de eufemismos y
de construcción mediática de significados se hace sin nombrar ni discutir
en ningún caso el fondo del asunto. El lenguaje nunca es neutro, y en este
caso se puede concluir que está plagado de intereses económicos y
políticos.




Opinión pública y control ideológico




Todo esta (no) narrativa del capitalismo tiene como correlato un sistema
de valores funcionales, como la competencia, el crecimiento, el
individualismo, la maximización del lucro, la libertad de empresa y el
consumismo como derechos inalienables. Estos valores son instituidos por
los medios hegemónicos como incuestionables y su matriz de opinión,
impuesta como un conjunto de verdades, configuran la visión de la realidad
de las mayorías.



En el fondo, siempre están presentes las ideas de “libertad” y
“democracia” como pilares sacros que sólo pueden caber en este capitalismo
innominado e inasible. Y detrás de la “libertad” y la “democracia” vale
todo: criticar al sistema es acometer contra estos dos valores.



No sólo se trata de ocultar y manipular, de sesgar y parcializar, sino que
principalmente es una cuestión de educación ciudadana y de prefiguración
de la percepción de la realidad. Estos portavoces del capitalismo, más que
medios de comunicación, son de transmisión y de control ideológico.



En este marco, la mejor protección para el capitalismo pasa por negarlo
como sistema, por no discutirlo y por ocultar la composición del poder
real.No es que los medios de comunicación dominantes sean una pata
fundamental del capitalismo, sino que ambos representan una unión
indisociablecon una suerte en común.



Esta estructura oligopólica, con un puñado de medios que controlan el
conocimiento y el reconocimiento de la realidad de millones de personas,
garantiza la reproducción de este tratamiento, y con ella la preservación
del statu quo y sus estructuras de poder. En este contexto, la información
es una mercancía esencial, cuya rentabilidad es el principio que rige la
pertinencia de su producción.



Esto también pone en evidencia el conflicto de intereses entre los
negocios y el derecho a la comunicación. Por ello, un reto central en la
batalla cultural contra el capitalismo consiste en desmercantilizar la
información y colocarlaen el plano de los derechos. Porque la
democratización de la sociedad y de la economía necesariamente van de la
mano de una democratización de las voces y las palabras, en definitiva, de
los medios de comunicación.


IN
ICEA
http://iceautogestion.org/index.php?option=com_content&view=article&id=722:el-capitalismo-detras-de-la-pantalla&catid=19:noticias
23/10/2015 ?

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