sexta-feira, 30 de outubro de 2015

El mito de la vuelta al “Estado del Bienestar”. Otro capitalismo es imposible.




"El Estado de los burgueses no es más que un seguro colectivo de la clase
burguesa contra sus miembros individuales y contra la clase explotada". Karl
Marx[1]


El pasado 20 de febrero se hizo público un Manifiesto1“En defensa del Estado del
Bienestar y de los servicios públicos” firmado por cuarenta organizaciones entre
las que se encuentran algunas organizaciones como CC.OO, CEAPA o la FADSP.

Su aparición debe vincularse con el auge de un discurso que, coincidiendo con la
pérdida del poder político del PSOE en el gobierno del Estado, CC.AA y
Ayuntamientos, propone como solución a la crisis la vuelta a una especie de
paraíso perdido, llamado “Estado del Bienestar”; una treta, que lo único que
persigue es precisamente mantener el “bienestar” de toda la nebulosa que accedió
a la gestión del capitalismo en el estado español de la mano del PSOE en lucha
puramente interna de poder con los exfranquistas (hoy en el PP) y en medio de
una gravísima crisis sistémica que amenaza por afectar a los propios equilibrios
dentro del bloque dominante recompuesto tras la Transición.


Efectivamente, hay un cinismo en origen en plantear ahora, por parte de
organizaciones que se sitúan ideológicamente en la órbita del PSOE – y que han
sido generosamente subvencionadas – unas políticas que han sido sistemáticamente
negadas por los gobiernos “socialdemócratas”, tales como fiscalidad progresiva,
gestión pública directa de los servicios públicos o financiación suficiente de
los mismos.

La desfachatez alcanza cotas delirantes cuando se dice que “las políticas de
bienestar social y las propuestas relacionadas con los servicios públicos han
sido elementos esenciales en el proceso de construcción europea” o que “la
evolución de los estados democráticos en Europa ha estado vinculada al
desarrollo del Estado de Bienestar Social, conocido como el Modelo Social
Europeo”.

Una de las constantes en las declaraciones de este tipo de organizaciones es
incidir en los “recortes sociales” sin señalar el objetivo esencial al que ha
venido respondiendo durante muchos años: las privatizaciones. Tanto en sanidad,
como en educación, como en los servicios sociales, con la complicidad necesaria
de todos los gobiernos – estatales, autonómicos y municipales – se ha producido
desde la Transición un proceso continuado de penetración del capital privado en
los servicios sociales públicos. Ciertamente ahora, con la profundización de la
crisis sistémica, muchos “recortes sociales” responden simple y llanamente a una
política de transferencias desde la esfera social a la financiera para salvar y
fortalecer a los mismos que han provocado la crisis; una política de
expropiación social, donde también la única disputa real entre pepistas y
“centroizquierdistas” gira en torno a quién se lleva las prebendas por gestionar
esa política.

En este tipo de manifiestos, que mal encubren a quien defienden, se oculta que
los conciertos en educación con la enseñanza privada– sobre todo religiosa-
fueron obra de gobiernos socialistas, que en sanidad – tras un proceso de
privatizaciones de servicios hospitalarios- la Ley 15/97 permite la entrada
masiva del capital privado en la gestión de los centros sanitarios (votada por
PP,PSOE, CiU, PNV y CC) y que los precarios servicios sociales han sido
subcontratados por ayuntamientos y CC.AA de todo color político.

Lo que se pretende enmascarar es que los diferentes gobiernos,
independientemente del color político, sirven – con los correspondientes
sobornos que pocas veces salen a la luz pública – a una estrategia general del
capitalismo. Su ocultación les hace cómplices, no sólo por ocultar sus objetivos
– que conocen perfectamente – sino por contribuir con el poder económico que
reciben y con el acceso a los medios de comunicación que les ofrecen, a
debilitar la respuesta social ante tamaño atropello.

Un intento desesperado de legitimar la UE y la Constitución Española

Es imposible que los redactores y firmantes de dicho Manifiesto ignoren que las
políticas neoliberales implementadas por el capitalismo a escala mundial desde
los años setenta2 han supuesto un sistemático recorte del gasto social público y
que en el Estado español, desde 1980, el desfase ha pasado de ser de cinco a
siete puntos en relación al PIB con respecto a la media de la UE.

El falseamiento deliberado que se hace obedece al objetivo de insistir en el
mito de un “modelo social europeo”, que tan útil fue al PSOE en 1986 para vender
la entrada a un paraíso de derechos sociales y laborales, - ya en plena
descomposición - por el cual bien valía pagar el peaje de entrada en la OTAN.

Más grave es, si cabe, la afirmación que se hace en el citado Manifiesto de que:
“La protección integral y la universalización de la cobertura, parte
indispensable del Estado Social, han tenido su reflejo en las constituciones
democráticas como la española, lo que supone un mandato a los poderes públicos
para que desarrollen una política redistributiva activa que garanticen de forma
real y efectiva los principios de igualdad, libertad y participación”.

Como estamos comprobando de forma dramática, todos los artículos de la
Constitución Española que hacen referencia a derechos como el trabajo, la
vivienda, las pensiones públicas dignas, la educación o la sanidad públicas de
calidad son meros “principios de política social y económica” que los gobiernos
de turno interpretan a su antojo. Son papel mojado frente al derecho a la
propiedad privad o a la libre empresa que tienen carácter de derechos
fundamentales y reivindicables directamente ante la justicia. El Estado Social y
Democrático de Derecho fue un pobre plato de lentejas para comprar la
complicidad de una izquierda que vendió a los derrotados en la Guerra contra el
Fascismo y al potente movimiento obrero y popular que se gestó en la lucha
contra la Dictadura.

El señuelo del “modelo social europeo es directamente una estafa. Como cada vez
se deja más a las claras, la Constitución Europea es la herramienta privilegiada
para imponer un modelo de capitalismo salvaje, y principalmente al servicio de
un núcleo duro imperial en torno a Alemania, en la que los derechos sociales,
medioambientales y laborales, están en vías de extinción y subordinados a la
hegemonía de la banca y las grandes multinacionales.

La famosa “carta secreta” de Trichet (presidente del BCE) y del “socialista”
Fernández Ordóñez (gobernador del Banco de España) dirigida a Zapatero
exigiéndole reducir el gasto social y privatizar, aún más, la sanidad y la
educación, a cambio de vulnerar el artículo 123 de la Constitución Europea3 para
comprar deuda pública y evitar así que aumentaran los intereses de la misma y
evitar la quiebra del Estado, es suficientemente explícita.

Tanto la reivindicación del “modelo social europeo” como de los “aspectos
sociales” de la Constitución, son engañifas destinadas a legitimar – ante unos
pueblos progresivamente esquilmados en sus derechos - instituciones básicas del
capitalismo europeo y español que han servido para legitimar una Transición que
perpetuó el poder de las clases dominantes herederas de la Dictadura y de los
nuevos ricos de la “democracia” de la mano del PSOE y del PP. Por eso, aspirar a
reformar la UE no es menos irreal que aspirar a reformar la OTAN y, a despecho
de IU (e incluso de una parte de la izquierda extraparlamentaria), el primer
paso que, de alcanzar el poder, habría de tomar todo proyecto mínimamente
transformador sería el inmediato abandono de la Unión Europea y del euro.

Lo que el citado Manifiesto pone en evidencia una vez más, junto al Pacto
Social, mil veces reeditado, sobre la base de la primacía de la aceptación de la
competitividad como instrumento supremo para generar riqueza y crear puestos de
trabajo, es la impagable – para el capital - función de este tipo de
organizaciones para legitimar el orden establecido y evitar que la clase obrera
y los pueblos descubran el expolio a que se les somete y actúen en consecuencia.



El imprescindible análisis histórico e internacionalista del Estado del
Bienestar

Sólo un punto de vista internacional puede ayudarnos a comprender la realidad,
al constatar que fue la correlación de fuerzas a nivel mundial la que, tras las
revoluciones socialistas y los movimientos de liberación nacional, obligaba a
los capitalistas a efectuar concesiones y políticas preventivas. Ahora, una vez
derribado el campo socialista, sobornados los sindicatos y desarticuladas las
organizaciones obreras en todo el mundo, el capital ejecuta su contraofensiva.

Sin embargo, la socialdemocracia, a pesar de estar recibiendo su refutación más
definitiva por parte de los propios hechos, vuelve a ponerse de moda. ¿Para qué
socializar los medios de producción, intercambio y distribución? Basta con
resucitar el “modelo social europeo” (como sugiere el Manifiesto citado),
incrementar los impuestos directos así como su progresividad (como propone
Vicenç Navarro) y, como mucho, crear “una” banca pública -sin nacionalizar,
faltaba más, la privada- o alguna especie de Tasa Tobin (como sugiere ATTAC). La
misma lógica proponen los economistas de Izquierda Unida, que hablan
literalmente de que “hay alternativas” dentro del capitalismo. Una IU que,
actualmente, ha abandonado las propuestas marxistas, adoptando plenamente las
ideas neokeynesianas (es decir, una adaptación a la actualidad de las ideas de
un economista cuyo objetivo declarado era salvar la sociedad de clases).

¿Problema? Que, en un capitalismo globalizado, los neoliberales tienen la razón:
si haces eso, Moody’s rebaja tu rating, tu deuda se incrementa automáticamente y
las empresas, simplemente, se deslocalizan y se van a otro país donde
encuentren condiciones más ventajosas, hundiendo tu economía. La
socialdemocracia, sencillamente, ha devenido imposible. Por eso hoy día los
reformistas son más utópicos que los revolucionarios: una salida de izquierdas
para la crisis es imposible desde un punto de vista estrictamente técnico y sin
abandonar el sistema económico capitalista. Máxime en países como el nuestro,
que, al haber estallado en el mismo centro del sistema una crisis que durante
años se ha venido retardando en la periferia “tercermundista”, devienen ellos
mismos la periferia de unos estados imperialistas mucho más fuertes que exigen
que nos “neoliberalicemos” a marchas forzadas.

Y es aquí que enlazamos precisamente con el aspecto principal a tener en cuenta
en toda esta cuestión. El proyecto del Estado del Bienestar no puede separarse
de su carácter imperialista, ya que las concesiones en las metrópolis del Primer
Mundo están estrechamente ligadas a la sobreexplotación histórica de las
neocolonias. Dicha explotación ha financiado, en última instancia, la “economía
social de mercado”, al producirse una redistribución internacional de salarios
entre los explotados.

A consecuencia de dicha redistribución, los trabajadores del Primer Mundo se han
beneficiado objetivamente de la explotación de sus equivalentes en el Tercer
Mundo. Ya lo dijo el Che Guevara en “El socialismo y el hombre en Cuba”: “Cabría
aquí la disquisición sobre cómo en los países imperialistas los obreros van
perdiendo su espíritu internacional de clase al influjo de una cierta
complicidad en la explotación de los países dependientes y cómo este hecho, al
mismo tiempo, lima el espíritu de lucha de las masas en el propio país”.

Si el nivel de vida no se calculara dividiendo el PNB de un país únicamente por
el número de habitantes del mismo, sino que en el denominador ubicásemos a todos
los habitantes de otros países que, de un modo u otro, han contribuido a su
riqueza, las estadísticas de los países imperialistas no serían tan halagüeñas.
Por eso, abandonar la perspectiva mundial del proceso de explotación capitalista
supone enmascarar el funcionamiento real del sistema.

La escuela mercantilista afirmaba que “el enriquecimiento de una nación sólo se
puede hacer a costa del empobrecimiento de otras”. En realidad, el mercantilista
concebía la riqueza únicamente en forma de metales preciosos, que, obviamente,
sólo podían incrementarse atesorándolos en el extranjero. Sin embargo, el
concepto de riqueza actual no sufre una menor escasez que el de los
mercantilistas. De hecho, en la siguiente dirección,
http://www.footprintnetwork.org/newsletters/gfn_blast_0610.html, puede
descargarse en lengua castellana un estudio del Global Footprint Network
(California) que analiza la Huella Ecológica del ser humano. Este estudio
concluye que el nivel de consumo por habitante promedio de Estados Unidos y
Europa es imposible de generalizar a toda la población del planeta, porque
serían necesarios, respectivamente, 5’3 (EE UU) y 3 (UE) planetas Tierra para
ello.

La genealogía de esta situación de privilegio tampoco es ningún misterio, ya que
figura en los libros de historia. Los países que experimentaron la revolución
industrial acudieron a los países precapitalistas por necesidades comerciales,
para extraer sus materias primas y para absorber mano de obra barata. A pesar
del transcurrir de los siglos, las antiguas colonias, siempre retrasadas en la
carrera tecnológica, sólo han logrado especializarse en las líneas de producción
que eran desmanteladas en las metrópolis, generando una nueva dependencia del
equipo extranjero.

La herencia histórica del imperialismo ha conllevado la expoliación de los
recursos naturales de las neocolonias por parte de compañías extranjeras, que
además evaden los beneficios obtenidos y los reinvierten en la metrópolis; la
distorsión de la estructura económica mediante la imposición del monocultivo; el
intercambio desigual, debido a que los precios de los productos que exportan los
países subdesarrollados tienden a deteriorarse, mientras los precios de sus
manufacturas importadas crecen sin cesar; la deuda externa, a base de créditos
con elevados tipos de interés y condicionados a las privatizaciones que fija el
FMI…

Por eso, observando las fronteras y las leyes de extranjería, los ministros de
economía europeos proponen que nos encerremos en fortalezas, protegidos por
vallas cada vez más altas, donde poder literalmente devorar el planeta sin que
nadie nos moleste ni nos imite. Es nuestra solución final, un nuevo Auschwitz
invertido en el que en lugar de encerrar a las víctimas, nos encerramos nosotros
a salvo del arma de destrucción masiva más potente de la historia: el sistema
económico internacional

Pese a la obviedad de estos hechos, no sólo ya Izquierda Unida, sino incluso una
parte de la izquierda extraparlamentaria está cayendo en esta trampa, generando
un peligroso confusionismo. Una cosa es oponerse a los recortes sociales que se
produzcan, y otra muy distinta enunciar el “Estado del Bienestar”, así, de ese
modo, como proyecto. Por las siguientes razones:

1º El Estado del Bienestar fue un proyecto contrarrevolucionario de una clase
dominante que, atemorizada por las revoluciones del siglo XX, sobornó a la clase
trabajadora del Primer Mundo para que siguiera callando ante la explotación del
Tercero, abandonando toda perspectiva revolucionaria y los principios del
internacionalismo.

2º Su formulación, que hizo correr ríos de tinta, perseguía objetivos
ideológicos esenciales para el capitalismo. El Estado del Bienestar, el
capitalismo con rostro humano, había logrado “unir el capitalismo y lo mejor del
socialismo” salarios suficientes y derechos laborales y sociales. Era el fin de
la historia, enterraba la lucha de clases y debería perdurar por los siglos de
los siglos. Duró 30 años, hasta que fue barrido por las políticas neoliberales,
pero su función de alienación destinada a engrasar la inútil maquinaria
“socialdemócrata”, el mito de que el capitalismo es reformable, aún perdura.

3º Lo que entonces era un crimen, hoy es directamente una quimera. El
imperialismo – que no el eufemismo de la globalización – determina que, si no
acabamos con el capitalismo, la ley de hierro de la competitividad nos impondrá
las mismas condiciones laborales y sociales de esclavitud que rigen en los
países a los que deslocalizan las empresas y la guerra para el saqueo de sus
materias primas.

4º Reivindicar la vuelta al Estado del Bienestar es una inaceptable trampa para
que el movimiento obrero y popular adopte la entelequia de unos objetivos, hoy
más imposibles que nunca, que le aparten de su tarea esencial y la única que
puede resolver sus problemas: destruir el capitalismo, cambiar de raíz las
relaciones de poder y construir una sociedad en la que las riquezas y el poder
estén en manos del pueblo: el socialismo. Sólo así, manteniendo la perspectiva
revolucionaria, y tal como se ha demostrado históricamente, se conseguirá además
una mejor defensa de los derechos y conquistas alcanzados y una mayor
consecución de reformas sociales. Efectivamente, hoy más que nunca cabe decir:
“sé revolucionario y al menos mantendrás y conseguirás reformas; sé reformista,
y terminarás por perderlas”.



Notas:

1http://www.ceapa.es/web/guest/contenido-portada/-/asset_publisher/eR4t/content/manifiesto-en-defensa-del-estado-de-bienestar-y-los-servicios-publicos?redirect=%2Fweb%2Fguest%2Fhome

2El aumento del gasto social público entre 1977 y 1980 que pasó del 12 al 18%
del PIB tiene una relación directa con el objetivo de legitimar la Transición.

3El artículo 123 de la Constitución Europea prohíbe que el BCE venda dinero a
los Estados y sólo puede hacerlo a los bancos privados. Estos compran dinero a
un interés del 1,25% y lo venden a los Estaos, comprando deuda pública al precio
de mercado. La elevación de los tipos de interés impuestos a los Estados (el 6 o
el 7 %) , si no son fiables es la forma de imponer contrarrefromas laborales,
privatizaciones, “rescates” a la banca privada, etc.

[1] Karl Marx (1850) “La socialización del impuesto” Neue Rheinische Zeitung.



IN
RED ROJA
http://www.redroja.net/index.php/comunicados/831-el-mito-de-la-vuelta-al-estado-del-bienestar-otro-capitalismo-es-imposible
2/2/2012

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