segunda-feira, 8 de maio de 2017

Venezuela en la hora de los hornos



Atilio A. Boron
Rebelión


La dialéctica de la revolución y el enfrentamiento de clases que la impulsa
aproxima la crisis venezolana a su inexorable desenlace. Las alternativas son
dos y sólo dos: consolidación y avance de la revolución o derrota de la
revolución. La brutal ofensiva de la oposición -criminal por sus métodos y sus
propósitos antidemocráticos- encuentra en los gobiernos conservadores de la
región y en desprestigiados ex gobernantes figurones que inflan su pecho en
defensa de la “oposición democrática” en Venezuela y exigen al gobierno de
Maduro la inmediata liberación de los “presos políticos”. La canalla mediática y
"la embajada" hacen lo suyo y multiplican por mil estas mentiras. Los criminales
que incendian un hospital de niños forman parte de esa supuesta legión de
demócratas que luchan para deponer la “tiranía” de Maduro. También lo son los
terroristas -¿se los puede llamar de otro modo?- que incendian, destruyen,
saquean, agreden y matan con total impunidad (protegidos por las policías de las
19 alcaldías opositoras, de las 335 que hay en el país). Si la policía
bolivariana -que no lleva armas de fuego desde los tiempos de Chávez- los
captura se produce una pasmosa mutación: la derecha y sus medios convierten a
esos delincuentes comunes en “presos políticos” y “combatientes por la
libertad”, como los que en El Salvador asesinaron a Monseñor Oscar Arnulfo
Romero y a los jesuitas de la UCA; o como los “contras” que asolaron la
Nicaragua sandinista financiados por la operación “Irán-Contras” planeada y
ejecutada desde la Casa Blanca.
Resumiendo: lo que está sucediendo hoy en Venezuela es que la contrarrevolución
trata de tomar las calles –y lo ha logrado en varios puntos del país- y
producir, junto con el desabastecimiento programado y la guerra económica el
caos social que remate en una coyuntura de disolución nacional y desencadene el
desplome de la revolución bolivariana. Reflexionando sobre el curso de la
revolución de 1848 en Francia Marx escribió unas líneas que, con ciertos
recaudos, bien podrían aplicarse a la Venezuela actual. En su célebre El
Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, describía la situación en París diciendo
que “en medio de esta confusión indecible y estrepitosa de fusión, revisión,
prórroga de poderes, Constitución, conspiración, coalición, emigración,
usurpación y revolución. el burgués, jadeante, gritase como loco a su república
parlamentaria: «¡Antes un final terrible que un terror sin fin!»” Sería
imprudente no tomar estas palabras muy seriamente, porque eso es precisamente lo
que el imperio y sus secuaces tratan de hacer en Venezuela: lograr la aceptación
popular de “un final terrible” que ponga término a “un terror sin fin.” A tal
efecto Washington aplica la misma receta administrada en tantos países:
organizar la oposición y convertirla en la semilla de la contrarrevolución,
ofrecerle financiamiento, cobertura mediática y diplomática, armas; inventar sus
líderes, fijar la agenda y reclutar a mercenarios y malvivientes de la peor
calaña que hagan la tarea sucia de "calentar la calle" matando, destruyendo,
incendiando, saqueando, mientras sus principales dirigentes se fotografían con
presidentes, ministros, el Secretario General de la OEA y demás agentes del
imperio. Esto mismo hicieron hace unos años con gran éxito en Libia, en donde
Washington y sus compinches inventaron los “combatientes por la libertad” en
Benghasi. La prensa hegemónica difundió esa falsa noticia a los cuatro vientos y
la OTAN hizo lo que hacía falta. El resultado final: destrucción de Libia
bombardeada a mansalva durante meses, caída y linchamiento de Gadafi, entre las
risotadas de una hiena llamada Hillary Clinton. En Venezuela están aplicando el
mismo plan, con bandas armadas que destruyen y matan lo que sea ante una policía
poco menos que indefensa.

Por comparación, la ofensiva imperial lanzada contra Salvador Allende en los
años setentas fue un juego de niños al lado de la inaudita ferocidad del ataque
sobre Venezuela. No hubo en Chile una oposición que contratara bandas criminales
para ir por los barrios populares disparando a mansalva para aterrorizar a la
población; tampoco un gobierno de un país vecino que apañara el contrabando y el
paramilitarismo, y una prensa tan canalla y efectiva como la actual, que hizo de
la mentira su religión. Días pasados publicaron la foto de un joven vestido con
uniforme de combate y arrojando una bomba molotov sobre un carro de policía y en
el epígrafe se habla ¡de la "represión" de las fuerzas de seguridad chavistas
cuando eran éstas las que eran reprimidas por los revoltosos! Esa prensa
proclama indignada que la represión cobró la vida de más de treinta personas
pero oculta aviesamente que la mayoría de los muertos son chavistas y que por lo
menos cinco de ellos policías bolivarianos ultimados por los "combatientes por
la libertad." Los incendios, saqueos y asesinatos, la incitación y la comisión
de actos sediciosos son publicitados como la comprensible exaltación de un
pueblo sometido a una monstruosa dictadura que, curiosamente, deja que sus
opositores entren y salgan del país a voluntad, visiten a gobiernos amigos o a
instituciones putrefactas como la OEA para requerir que su país sea invadido por
tropas enemigas, hagan periódicas declaraciones a la prensa, convaliden la
violencia desatada, se reúnan en una farsa de Asamblea Nacional, dispongan de un
fenomenal aparato mediático que miente como jamás antes, vayan a terceros países
a apoyar a candidatos de extrema derecha en elecciones presidenciales sin que
ninguno sea molestado por las autoridades. ¡Curiosa dictadura la de Maduro!
Todas estas protestas y sus instigadores están encaminadas a un solo fin:
garantizar el triunfo de la contrarrevolución y restaurar el viejo orden
pre-chavista mediante un caos científicamente programado por gentes como Gene
Sharp y otros consultores de la CIA que han escrito varios manuales de
instrucción sobre como desestabilizar gobiernos. [1] 
El modelo de transición que anhela la contrarrevolución venezolana no es el
"Pacto de la Moncloa" ni ningún pacífico arreglo institucional sino la
aplicación a rajatabla del modelo libio. Y, por supuesto, no tienen la menor
intención de dialogar, por más concesiones que se les haga. Pidieron una
Constituyente y cuando se la otorgan acusan a Maduro de fraguar un autogolpe de
Estado. Violan la legalidad institucional y la prensa del imperio los exalta
como si fueran la quintaesencia de la democracia. No parece que la
rehabilitación de Henrique Capriles o inclusive la liberación de Leopoldo López
podrían hacer que un sector de la oposición admitiera sentarse en una mesa de
diálogo político para salir de la crisis por una vía pacífica porque la voz de
mando la tiene el sector insurreccional. La derecha y el imperio huelen sangre y
van por más, y medidas apaciguadoras como esas los envalentonaría aún más aunque
admito que mi análisis podría estar equivocado. Desde afuera, gentuzas como Luis
Almagro que emergen cubiertos de estiércol desde las cloacas del imperio
orquestan una campaña internacional contra el gobierno bolivariano. Y países que
jamás tuvieron una constitución democrática y surgida de una consulta popular en
toda su historia, como Chile, tienen la osadía de pretender dar lecciones de
democracia a Venezuela, que tiene una de las mejores constituciones del mundo y,
además, aprobadas por un referendo popular.
Maduro ofreció nada menos que convocar a una Constituyente para evitar una
guerra civil y la desintegración nacional. Si la oposición confirmara en los
próximos días su rechazo a ese gesto patriótico y democrático el único camino
que le quedará abierto al gobierno será dejar de lado la excesiva e imprudente
tolerancia con los agentes de la contrarrevolución y descargar sobre ellos todo
el rigor de la ley, sin concesión alguna. La oposición no violenta será
respetada en tanto y en cuanto opere dentro de las reglas del juego democrático
y los marcos establecidos por la Constitución; la otra, el ala insurreccional de
la oposición, deberá ser reprimida sin demora y sin clemencia. El gobierno
bolivariano tuvo una paciencia infinita ante los sediciosos, que en Estados
Unidos estarían presos desde el 2014 y algunos, Leopoldo López, por ejemplo,
condenado a cadena perpetua o a la pena capital. Su mayor pecado fue haber sido
demasiado tolerante y generoso con quienes sólo quieren la victoria de la
contrarrevolución a cualquier precio. Pero ese tiempo ya se acabó. La inexorable
dialéctica de la revolución establece, con la lógica implacable de la ley de la
gravedad, que ahora el gobierno debe reaccionar con toda la fuerza del Estado
para impedir a tiempo la disolución del orden social, la caída en el abismo de
una cruenta guerra civil y la derrota de la revolución. Impedir ese “final
terrible” del que hablaba Marx antes del “terror sin fin.”

Si el gobierno bolivariano adopta este curso de acción podrá salvar la
continuidad del proceso iniciado por Chávez en 1999, sin preocuparse por la
ensordecedora gritería de la derecha y sus lenguaraces mediáticos que de todos
modos ya hace tiempo vienen aullando, mintiendo e insultando a la revolución y
sus protagonistas. Si, en cambio, titubeara y cayera en la imperdonable ilusión
de que a los violentos se los puede apaciguar con gestos patrióticos o rezando
siete Ave Marías, su futuro tiene el rostro de la derrota, con dos variantes.
Uno, un poco menos traumático, terminar como el Sandinismo, derrotado
“constitucionalmente” en las urnas en 1989. Sólo que Venezuela está asentada
sobre un inmenso mar de petróleo y Nicaragua no, y por eso hay que desterrar el
espejismo de que si los sandinistas volvieron al gobierno los chavistas podrían
hacer lo propio, diez o quince años después de una eventual derrota. ¡No! El
triunfo de la contrarrevolución convertiría de hecho a Venezuela en el estado
número 51 de la Unión Americana, y si Washington durante más de un siglo ha
demostrado no estar dispuesto a abandonar a Puerto Rico ni en mil años se iría
de Venezuela una vez que sus peones derroten al chavismo y se apoderen de este
país y su inmensa reserva petrolera.

La revolución bolivariana es social y política y, a no olvidarlo, una lucha de
liberación nacional. La derrota de la revolución se traduciría en la anexión
informal de Venezuela a Estados Unidos. La segunda variante de una posible
derrota configuraría el peor escenario. Incapaz de contener a los violentos y de
restablecer el orden y una cierta normalidad económica una insurrección violenta
aplicaría el modelo libio para acabar con la revolución bolivariana. No olvidar
que ahora la número dos del Comando Sur es nada menos que un personaje tan
siniestro e inescrupuloso como Liliana Ayalde, quien fuera embajadora de Estados
Unidos en Paraguay y Brasil y que en ambos países fue la artífice fundamental de
sendos golpes de estado. Una mujer de armas tomar a quien no le temblaría la
mano a la hora de lanzar las fuerzas del Comando Sur contra Venezuela, derribar
su gobierno y, como en Libia, hacer que una turbamulta organizada por la CIA
termine con el linchamiento de Maduro como sucediera con Gadafi, y el exterminio
físico de la plana mayor de la revolución. La dirigencia bolivariana, la obra de
Chávez y la causa de la emancipación latinoamericana no merecen ninguno de estos
dos desenlaces, ninguno de los cuales es inevitable si se relanza la revolución
y se aplasta sin miramientos a las fuerzas de la contrarrevolución.
Nota:
[1]  El más completo de esos infames manuales escrito por Gene Sharp es De la
Dictadura a la Democracia publicado en Boston por la Albert Einstein
Institution, una ONG pantalla de la CIA. Sharp se considera el creador de la
teoría de la “no violencia estratégica”. Para comprender lo que significa esto,
y para comprender también lo que está ocurriendo hoy en Venezuela, aconsejo
fervientemente leer ese libro y sobre todo el Apéndice, en donde su autor
enumera 197 métodos de acción no violentas, entre los que se incluyen “forzar
bloqueos económicos”, “falsificar dinero y documentos”, “ocupaciones e
invasiones”, etcétera. Todas acciones “no violentas”, como puede verse.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226332
8/5/2016

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