quarta-feira, 23 de maio de 2018

Las tareas inmediatas



Atilio A. Boron
Rebelión



La oposición venezolana desperdició este domingo una posibilidad única para
medir fuerzas con el Gobierno de Nicolás Maduro. Si como dicen sus voceros,
dentro y fuera de Venezuela, los opositores cuentan con el favor de la gran
mayoría de la población, ¿por qué no presentaron una candidatura única que,
quizás, podría haberle abierto la puerta del Palacio de Miraflores y lograr, por
vías institucionales, la tan anhelada “salida” del presidente Maduro? No lo
hicieron, y la excusa fue que no existían garantías de honestidad y
transparencia en el proceso electoral. Olvidaron, o prefirieron olvidar, la
sentencia del ex presidente de Estados Unidos Jimmy Carter -un crítico del
chavismo- cuando en el año 2012 dijo, en el discurso anual ante el Centro
Carter, que "de las 92 elecciones que hemos monitoreado, yo diría que el proceso
electoral en Venezuela es el mejor del
mundo."(https://actualidad.rt.com/actualidad/view/54145-jimmy-carter-sistema-electoral-venezolano-mejor-mundo).

Por si lo anterior fuera poco en los 23 procesos electorales que se llevaron a
cabo desde que Hugo Chávez asumió la presidencia en 1999 jamás se presentaron
pruebas concretas de fraude ante el Consejo Nacional Electoral. Todo se redujo a
airadas declaraciones y denuncias sin fundamento, mentirosas como las que
estamos escuchando en estos días y que son recogidas y reproducidas ad infinitum
por esa cloaca maloliente de lo que una vez fue el periodismo: los grandes
medios de comunicación hegemónicos en América Latina, encargados de desinformar
meticulosamente a la opinión pública.
 ¿Por qué desertaron del comicio, por qué no recogieron el guante que les arrojó
Maduro? Fácil: porque ni ellos se creían sus propias bravuconadas. Sabían que no
era verdad que la mayoría del electorado acompañaría a la oposición; eran
conscientes de que por más protestas y quejas que suscite la crisis económica y
las poco efectivas respuestas del Gobierno el pueblo venezolano sabe muy bien
que los opositores son la oligarquía, superficialmente aggiornada, que por
siglos lo oprimió y despreció. Por eso en lugar de ir a las urnas se dedicaron a
denunciar de antemano que las elecciones serían fraudulentas, un pretexto para
evitar que su inferioridad numérica quedase registrada para siempre. En lugar de
ello apostaron a la abstención, y a la "vía corta" para tumbar a Maduro por
medios violentos y confiando en la eficacia destructiva de las presiones
internacionales. Es la estrategia de "cambio de régimen" que Estados Unidos
viene propiciando hace décadas. En línea con ésta la Casa Blanca se puso a la
cabeza de esa ofensiva y le ordenó a sus peones latinoamericanos que lanzaran un
ataque frontal contra Caracas. Para infortunio de la oposición, la abstención
quedó muy lejos de la marca que esperaba para, de ese modo, deslegitimar el
triunfo de Maduro. En realidad aquella es casi idéntica a la que hubo en Chile
en primera vuelta presidencial del 2017, en donde la tasa de participación
electoral también fue del 46 por ciento, y no hemos escuchado a ninguno de los
publicistas y empleados de la derecha que dicen ser periodistas rasgarse las
vestiduras por ello y cuestionar el triunfo de Sebastián Piñera. Pero una cosa
es Venezuela y otra es Chile; la primera tiene la principal reserva de petróleo
del mundo y Chile no.
 Un índice comparativo de la representatividad presidencial, necesario para
calmar las angustias de las buenas almas democráticas, lo ofrece el cociente
entre los votos obtenidos por diferentes presidentes y la población electoral.
Sebastián Piñera fue elegido presidente de Chile con el respaldo del 26.5 % del
electorado; Juan M. Santos con menos todavía, el 23.7 %; Mauricio Macri, con el
26.8 %; Donald Trump con el 27.3 % y Nicolás Maduro, el domingo pasado, con el
31.7 %. O sea, que si se va a hablar del atropello a la democracia en Venezuela,
como lo hace el Cartel de Lima, habría primero que mirar un poco estas cifras y
entender lo que ellas significan. Pero la Casa Blanca no se inmuta ante nada.
Fiel a lo que una vez le dijera a un periodista del New York Times el señor Karl
Rove (en el 2003, cuando era el principal asesor de George W. Bush) "nosotros
ahora somos un imperio y, cuando actuamos, creamos la realidad"
(http://www.reddit.com/r/quotes/comments/8citkn/were_an_empire_now_and_when_we_act_we_create_our/),c
el Gobierno de Estados Unidos creó la "realidad" de una dictadura para un
Gobierno que convocó a 23 elecciones en 20 años y que en las dos ocasiones en
que fue derrotado reconoció de inmediato el veredicto de las urnas. La oposición
"democrática" jamás reconoció sus derrotas y sumió al país en el caos y la
violencia callejera en el 2013 y 2017. Pero Estados Unidos creó esa "realidad" y
sus impresentables lacayos de Lima se movilizaron al instante para acosar al
Gobierno bolivariano y profundizar la crisis en Venezuela. No deja de ser una
penosa tragicomedia que personajes tan desprestigiados como los miembros de esa
banda pretendan darle lecciones de democracia a la Venezuela bolivariana. El
Gobierno argentino, presidido por un demagogo que prometió el oro y el moro en
su campaña para luego incumplir todas sus promesas, y que además preside un
Gobierno cuyos principales figuras son millonarios que no repatrían sus fortunas
convenientemente alojadas en paraísos fiscales porque no confían en la seguridad
jurídica ... ¡que brinda su propio Gobierno!, amén de haber arrasado con la
libertad de prensa y el estado de derecho; el Gobierno de México, que en el
sexenio de Peña Nieto contabilizaba 40 periodistas asesinados hasta enero de
este año, y con un proceso político electoral corrupto hasta la médula por el
narcotráfico y el paramilitarismo, con miles de muertos y desaparecidos y en
donde los 43 jóvenes de Ayotzinapa son la pequeña punta de un gigantesco iceberg
de 170.000 muertos y más 35.000 desaparecidos en los últimos diez años, sin que
el hiperactivo secretario general de la OEA tomara nota de lo que para él,
seguramente, es una nimiedad; el de Colombia, otro Gobierno penetrado por el
narco, con un presidente que ha saboteado el proceso de paz y asistido impávido
a la incesante matanza de líderes sociales, aparte de su probada participación
-como Ministro de Defensa- en los asesinatos en masa de la época de Uribe, los
"falsos positivos" y las fosas comunes que siguen apareciendo a lo largo y ancho
de Colombia; el Gobierno de Brasil, presidido por un corrupto probado que fraguó
un golpe de estado y usurpó la presidencia de ese país, y que cuenta con la
raquítica aprobación de sólo el 3 % de la población y un 0.9 % de intención de
voto. Estos son los personajes que tienen la osadía de vituperar al Gobierno de
Maduro calificándolo como una dictadura. No creo que ningún demócrata en el
mundo debiera preocuparse por a opinión que puedan emitir sujetos con tan
dudosas credenciales democráticas.
 Pensando a futuro: con la re-elección de Maduro asegurada, con la Asamblea
Nacional Constituyente a favor del Gobierno, la casi la totalidad de los
gobernadores y las alcaldías no puede haber excusa alguna que impida lanzar un
combate sin cuartel contra la guerra económica decretada por el imperio y atacar
a fondo a la corrupción (no sólo la que practican las grandes empresas sino
también la que, desgraciadamente, está enquistada en algunos sectores de la
administración pública) y combatir con fuerza las maniobras especulativas y el
contrabando de los grandes agentes económicos locales, peones de la estrategia
destituyente diseñada por Washington. Sería suicida ignorar que las penurias que
está sufriendo la población venezolana tienen un límite. La menor afluencia a
las urnas este domingo fue una señal temprana de ese descontento y de un
peligroso acercamiento a ese límite. El Gobierno, con el poder que acumula en
sus manos, tiene que actuar sin más dilaciones en dos frentes: el político, para
resistir una nueva e inminente arremetida del imperio, que puede llegar a ser
violenta y que para desbaratarla será necesario profundizar la organización y
concientización del campo popular. Y el frente económico, para resolver los
problemas del desabastecimiento, la carestía, el circulante y la inflación.
En una palabra: es preciso rectificar el rumbo y mejorar la calidad de la
gestión de la política económica para evitar que las penurias del pueblo se
conviertan en decepción y esta, de no mediar una solución a los problemas, en el
hartazgo que abre las puertas de la ira y la violencia. Y, por favor, evitar por
ahora enredarse en estériles discusiones sobre el cambio de la matriz productiva
del rentismo petrolero y todo lo que lo rodea. Ese es un programa de cambio
estructural que, con suerte, para concretarse se requieren quince o veinte años
de continuidad política. Por lo tanto, hay que concentrarse en las tareas
inmediatas, al menos por ahora. Los problemas económicos que afectan a la
población y que debe resolver el Gobierno son de cortísimo plazo, de hoy y
mañana, de una semana a lo máximo. Si fracasara en ese empeño el futuro del
Gobierno de Nicolás Maduro podría verse muy seriamente debilitado y su
estabilidad entraría en una zona de peligro inminente.
Esta nota es una versión ampliada de la nota publicada originalmente en
Página/12.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.

In
REBELION
http://rebelion.org/noticia.php?id=241932
23/5/2018

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