sábado, 18 de março de 2017

China.- El cinturón, la carretera y los pasos hacia el “gran salto”



Alberto Cruz
CEPRID

China ha marcado con claridad el camino del futuro y le ha puesto un nombre a su
estilo: “Un cinturón, una carretera”. Parece ya muy lejano aquel año de 2013
cuando el presidente Xi Jinping hizo una propuesta para dar un vuelco radical al
orden financiero y económico hasta entonces vigente. Es lo que se conoce
popularmente como “Nueva ruta de la seda”, un nombre mucho más fácil de retener
que el oficial.
Poca gente se dio cuenta entonces de lo que representaba una iniciativa de estas
características puesto que no sólo suponía el inicio de un nuevo orden
económico, sino que iba acompañada de toda una revisión del sistema financiero
en el que se sustentaba hasta entonces el mundo y que se basaba en el sistema de
Bretton Woods que ha regido desde la II Guerra Mundial. Porque en paralelo a
esta “Nueva ruta de la seda” se ponía en marcha el Banco Asiático de Inversión
en Infraestructuras (BAII), el organismo financiero que la da soporte.
Poca gente se dio cuenta entonces de que China es un país gobernado formalmente
por el Partido Comunista, que la mayoría de sus grandes empresas y bancos están
en manos del Estado y que, en síntesis, la “Nueva ruta de la seda” y todo lo que
la acompaña representa una ambiciosa (y al mismo tiempo preocupante, para
Occidente) expansión del capitalismo de Estado tanto en el ámbito económico como
en el financiero. No hay que perder de vista que cuatro de los cinco bancos más
grandes, en cuanto a volumen de dinero, reservas y negocios, son chinos. El otro
es japonés.
Pero en lo que sí cayeron algunos, como EEUU, fue en que la “Nueva ruta de la
seda” no sólo era la versión moderna de la abierta por la propia China hace más
de 2000 años, sino que esta tenía un componente nuevo: no sólo era terrestre,
sino que incluía el transporte marítimo. De ahí lo de “cinturón”, que hace
referencia a un cinturón marítimo puesto que lo de “carretera” es evidente para
el desarrollo por tierra. Teniendo en cuenta que el mar ha sido tradicionalmente
el Talón de Aquiles de China, EEUU se puso manos a la obra para evitarlo e
inició toda una estrategia de cerco marítimo, reforzando y multiplicando su
presencia militar en los países asiáticos y oceánicos.
Este fue el eje sobre el que Obama quiso que pivotase su segundo mandato (1).
Tenía claro que una combinación de poder territorial y marítimo suponía el fin
de la hegemonía comercial estadounidense en Asia, por lo que pese a muchas
reticencias terminó adhiriéndose a la Asociación Trans-Pacífico aunque su
sucesor, Donald Trump, ha dado marcha atrás y ha retirado a EEUU de la misma.
Ironías del destino, los ahora huérfanos países de la fenecida ATP quieren
invitar a China a que forme parte de esa asociación, a la que dicen querer
reformar de sus pretensiones iniciales, y China se está dejando querer.
Otros, como Rusia, vieron el cielo abierto con la iniciativa de “Un cinturón,
una carretera”. Aunque no fue inmediato el interés que Rusia puso en ella, las
sanciones que impuso EEUU en 2014 (a las que se sumó irreflexivamente la Unión
Europea) hicieron que el sector euroasiático del Kremlin ganase finalmente el
enfrentamiento con los euroatlánticos y la política tradicional del Kremlin de
mirar a Europa cambió hacia Asia, hasta entonces considerado sólo un territorio
secundario a excepción del correspondiente a los países que habían formado parte
de la Unión Soviética. Y en Asia la potencia incuestionable es China.
China no dio este paso a la ligera. Lleva años de penetración callada en todos
los continentes haciendo gala del “consenso de Beijing”, la considerada
ideología oficial en política exterior y que, en síntesis, se basa en la
multipolaridad, la no injerencia y la diplomacia. Tres aspectos que están en las
antípodas de la forma en que EEUU (como el resto de países occidentales) se ha
venido comportando para lograr su hegemonía mundial.
Son ya muchos los países de todos los continentes que han constatado que China
apuesta por el desarrollo pacífico y por minimizar el conflicto para facilitar
el desarrollo económico y las inversiones. Es una opinión muy extendida, sobre
todo en los países africanos y asiáticos. Y son muchos los que ya contraponen
este sistema al del FMI y al del BM. Pero a quien le corresponde hacer que la
diferencia sea palpable en todo el planeta es a la misma China y aquí tiene un
claro déficit: su propia situación interna (corrupción, desarrollismo a
cualquier costo, aumento de la desigualdad social y conflictos sociales
generados por todo ello) suele ser puesta de relieve por Occidente para
atemperar las ansias de cambio de otros países y el que miren como nuevo
referente económico y financiero a China.
Así que esta es una de las razones del giro interno dado no hace mucho por la
dirección del PCCh, con el presidente Xi Jinping a la cabeza, y la lucha no sólo
contra la corrupción sino contra la pobreza y un mayor interés en las cuestiones
ambientales que se acaba de sancionar en la recién terminada reunión anual de la
Asamblea Nacional Popular (5-15 de marzo).
Los pasos hacia el “gran salto”
En esta reunión se ha podido constatar que dentro del PCCh hay dos sectores, al
igual que en el Kremlin, aunque no se les puede denominar igual que a los rusos
pese a que tengan la misma o muy parecida orientación. Dentro del PCCh hay quien
apuesta por una mayor rapidez en cuanto a desbancar a EEUU como superpotencia
–sobre todo el sector vinculado con el Ejército- y quien dice que hay que
ralentizar todo el proceso para evitar un enfrentamiento abierto en unos
momentos en los que China aún está por debajo de EEUU en términos militares.
Este sector afirma que aunque China ya no está en una situación como la de las
tres grandes crisis que ha sufrido en los últimos 20 años como consecuencia de
la rápida integración a una economía globalizada (lo que consideran “crisis
importadas”) y que ha resistido muy bien la penúltima agresión económica externa
de 2015, cuando varios ataques simultáneos de los grandes intereses financieros,
desde dentro y fuera de China, causaron importantes caídas en los mercados de
valores y una reducción de las reservas de divisas, aún no se es lo
suficientemente fuerte como para dar “el gran salto”.
Esta es la posición de la gran mayoría del sector gobernante, que ha retrasado
todo lo que ha podido el sistema financiero alternativo (principalmente el BAII)
y apuesta siempre que puede por mantener la supremacía del sistema de Bretton
Woods (léase el FMI y el BM) hasta que llegue ese momento del “gran salto”. Así
hay que interpretar las constantes apelaciones chinas a que el BAII
“complementa” a esas dos instituciones.
Sin embargo, la situación de crisis mundial de los países capitalistas clásicos
está haciendo casi imposible esa espera. El BAII es claramente ya la alternativa
tanto al FMI como al BM y los hechos son tozudos al respecto: sólo en el año que
lleva plenamente operativo ha concedido créditos, en yuanes, por un equivalente
a los 48.000 millones de euros para financiar la friolera de 120 proyectos
relacionados con la “Nueva ruta de la seda”. El último hasta el momento ha sido
otorgado el pasado 13 de marzo a Filipinas –con lo que queda palpable el giro
que da este país en sus relaciones exteriores, distanciándose aún más de EEUU-
por un equivalente, en yuanes, a 6.900 millones de euros. Por el contrario, el
Banco Asiático de Desarrollo, que lidera Japón y que también es subsidiario del
BM, otorgó en 2016 únicamente 13’5 millones de euros para proyectos en
infraestructuras aun reconociendo que la región necesita una inversión anual de
800 millones sólo en ese aspecto. Como se ve, la diferencia es abismal y los
países asiáticos se dan perfecta cuenta de ello.
A estos proyectos y créditos hay que sumar los concedidos por China a América
Latina –si bien no han sido realizados o bien bajo la cobertura del BAII sino
del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (otra de las instituciones
alternativas al FMI y al BM), como es el caso de los proyectos en Brasil, o bien
de forma unilateral- y que suponen un total de 21.200 millones de dólares (aquí
sí en esta moneda) superando, con mucho, lo concedido en el mismo tiempo por el
BM y su subsidiario zonal, el Banco Interamericano de Desarrollo, y que ha sido
de 11.600 millones en total.
Al mismo tiempo, China es el principal suministrador de créditos a 15 países
africanos (de los 54 que componen el continente) y está cogiendo cada vez más
fuerza incluso en la moribunda Unión Europea, donde ya es el principal socio
comercial de Alemania (170 millones de euros de comercio anual), superando a los
EEUU (165 millones de euros).
Por lo tanto, la tendencia es ya global e imparable. Este papel claramente
hegemónico o, si parece muy fuerte la expresión, preponderante en las relaciones
internacionales representa un contrapeso, quiérase o no, del sistema occidental
basado en Bretton Woods y muestra que China tiene capacidad para dar un giro al
sistema económico global. Si quisiera. Porque en estos momentos quien lleva la
voz cantante en el Partido Comunista de China es el sector que quiere mantener a
cualquier costa las conexiones con Occidente sin asustar demasiado.
Este sector no quiere convertir al BAII en la alternativa definitiva al FMI y al
BM, de ahí la insistencia en que son instituciones “complementarias”, y tampoco
quiere reemplazar al dólar como moneda de referencia del mundo a pesar de
constatar una y otra vez que EEUU rescribe sus propias normas, como ha hecho con
el FMI, por ejemplo, para responder a la subida de los rivales económicos. EEUU
tuvo que admitir que el yuan formase parte de la canasta de monedas de reserva
(divisas) del FMI pero al mismo tiempo impuso un cambio normativo en el que los
préstamos emitidos en dólares deben ser pagados en su totalidad pero no así los
de otras monedas. Eso perjudica de forma clara a China.
Sin embargo, las tensiones internas y la propia dinámica económica global, con
un descenso de la hegemonía occidental y el creciente auge del resto (la propia
China, así como India e, incluso, Rusia) hacen que ese reemplazo esté mucho más
cerca de lo que a este sector le gustaría y el camino es cada vez más rápido
hacia la igualdad yuan-dólar en cuanto al comercio internacional y transacciones
financieras se refiere. El ser ya moneda de reserva en la canasta del FMI lo
hace inevitable, aunque se podrá acelerar más o menos. Esa es la baza que ahora,
después de la Asamblea Nacional Popular van a jugar los dirigentes chinos.
El BAII tiene ya su propio ritmo y su simple entrada en funcionamiento, en enero
del año pasado, ha supuesto una mayor coordinación de los esfuerzos financieros
de China para la exportación de capital, el fortalecimiento de los vínculos
financieros con otros países, especialmente los asiáticos, y se ha otorgado más
formalidad a esos vínculos dotándoles de un alcance mucho mayor que el
económico. Ha puesto ya la base para una mayor influencia estratégica de China
en todo el mundo y así lo han reconocido países aliados tradicionales de EEUU,
como Alemania o Gran Bretaña, que se han sumado al BAII desoyendo a los
estadounidenses. Es la primera vez en la historia reciente que EEUU (y Japón)
queda fuera de una institución financiera de este relieve y pone de manifiesto
que están empezando a surgir importantes contradicciones entre EEUU y sus
aliados. El hecho ya mencionado de que China se haya convertido en el primer
socio comercial de Alemania es suficientemente significativo al respecto.
Esto supone un espaldarazo al sector del PCCh que quiere ir más deprisa y
desbancar a EEUU como superpotencia. Estamos en un momento histórico, dicen,
“donde los planes de reformar la globalización prescindiendo del neoliberalismo
para mejorar la vida del planeta están a punto de erosionar el orden liberal
internacional que EEUU ha impuesto al mundo desde 1945”. Este sector está
creciendo e imponiendo algunas cuestiones en el discurso, como quedó patente en
la última cumbre del G-20, celebrada precisamente en China, cuando Xi Jinping
hizo un llamamiento a una “nueva globalización” fuera de los parámetros
neoliberales, de los valores occidentales y de sus instrumentos (2), haciendo
hincapié en que cada país tiene que seguir su propio camino específico hacia el
desarrollo “fuera del desastroso, largo y ruinoso camino de extender la
democracia tal y como lo planteaba la antigua globalización”.
Por si no hubiese quedado claro el mensaje, en esta crucial reunión de la
Asamblea Nacional Popular se ha contrapuesto la situación en los países
occidentales (con referencias a EEUU y a la UE) con “la estabilidad del sistema
comunista”. Y se ha utilizado una cita de Mao para afirmar que “la aparición de
la crisis social del capitalismo es la evidencia más actualizada para mostrar la
superioridad del socialismo y del marxismo”. Es la primera vez en mucho tiempo
que se utiliza un lenguaje semejante, sobre todo cuando se añade que “la
democracia de estilo occidental solía ser un poder reconocido en la historia
para impulsar el desarrollo social, pero ahora se ha llegado a su límite (…)
puesto que está secuestrada por los capitales y se ha convertido en el arma para
los capitalistas que persiguen beneficios”.
Si China no está mostrando el camino, sí está diciendo “aquí estoy” y
presentándose como una superpotencia estable, promocionando sus valores –tanto
económicos como políticos- para encabezar esa nueva globalización que reclamó en
el G-20. Incluso se llega a afirmar que se está casi en una situación inversa
respecto a 1979, cuando China y EEUU restablecieron relaciones diplomáticas, y
donde el impacto ideológico, institucional y económico de EEUU en China fue
brutal y espectacular, pero ahora la situación es otra puesto que ya no es EEUU
quien marca el paso en muchos aspectos, sino China. Incluso en un asunto de
importancia capital: la cibernética.
China tiene el sistema más grande de telecomunicaciones del planeta, la red
ferroviaria de alta velocidad más larga del mundo y ahora es quien utiliza la
política industrial y comercial para dominar las tecnologías emergentes, quien
hace inversiones masivas de capital como se ha apuntado antes y quien lleva
nuevas ideas al mercado a escala mundial. Desde EEUU aún se dice que China no
innova, que solo imita, pero pese a ello ya considera al país asiático como su
gran rival pese a la retórica con la “amenaza rusa”.
La amenaza Trump
En EEUU están hoy más preocupados con los grandes planes económicos y
financieros de China que con Rusia, pese a las apariencias. Trump se dio cuenta
de ello cuando pretendió buscar un acercamiento a Rusia para debilitar la
alianza estratégica que este país mantiene con China, pero la “rusofobia” del
“estado profundo” le está haciendo desistir a marchas forzadas de ese
acercamiento y China está sacando partido de todo ello mientras tanto.
China sabe que es una tregua temporal, que cuando se asiente Trump, gane o
pierda su enfrentamiento con el “estado profundo”, no sólo van a volver las
tensiones sino que se van a multiplicar. Y para ello tiene que estar preparada
porque de ello depende el éxito de “Un cinturón, una carretera” dado que China
ya ha dejado claro que pretende liderar el mundo a través de las
infraestructuras.
China está construyendo todo un entramado financiero y económico que va a unir y
enriquecer a las naciones y muchas de ellas ya han convertido a este país en su
principal socio comercial. Para esto es el BAII, el corazón de toda la
estrategia china y de la que la sangre es “Un cinturón, una carretera”. La
torpeza de EEUU de no unirse al BAII está provocando que EEUU sea espectador de
las grandes transformaciones que se están dando en el mundo. EEUU se ha pasado
décadas sermoneando, y amenazando, a los países sobre mundo libre, democracia y
todas esas monsergas mientras China se limita a construir aeropuertos, puertos y
carreteras.
Por eso en estos momentos a EEUU sólo le queda el único recurso del que dispone
en estos momentos para impedir ser desbancado como gran superpotencia: agitar
las tensiones bélicas, como está haciendo ahora mismo en el Mar Meridional de
China. Hoy por hoy su poderío militar es superior al chino. Pero eso está
también cambiando y vemos cómo China está construyendo de forma acelerada toda
una cúpula con la que va a proteger su estrategia de “Un cinturón, una
carretera”.
Poder militar
Para que China sea de forma clara una superpotencia sólo le falta un elemento:
poder militar. No hay más que mirar el desarrollo histórico de EEUU para darse
cuenta de que su posición dominante como país se sustenta en la posición
dominante del dólar, y ello ha sido posible por el apoyo, y la intimidación, que
ha supuesto su poderío militar y su despliegue de bases por todo el mundo.
El dólar domina la economía mundial en tanto en cuanto continúe su superioridad
militar y mantenga las bases militares estadounidenses que lo sustentan a lo
largo de la Tierra. Mientras existió la URSS tuvo un cierto contrapoder que
ahora no existe y por eso inició guerras (Yugoslavia, Afganistán), invasiones
(Irak) y promovió derrocamiento de gobiernos (Libia) con un único fin: mantener
el papel del dólar. Esto es difícilmente cuestionable en lo referente a Irak y
Libia, dos países que habían mostrado su voluntad de deshacerse del dólar como
moneda de cambio en las transacciones financieras y comerciales.
Para EEUU es vital que el dólar sea hegemónico, por lo que todo lo que socave
este principio es una amenaza directa. En defensa de esta hegemonía monetaria
EEUU utiliza muchos argumentos, desde las monsergas sobre la defensa del libre
comercio hasta las sanciones y la guerra. Pero con China se está quedando sin
ellos. Es imposible sancionar a la primera economía del mundo, como ya es
reconocido de forma oficial incluso por la CIA (3), es difícil sostener el
discurso sobre que China no es una economía de libre comercio –sobre todo
después de que China forma parte de la OMC, pese a las reticencias sobre si
cumple todos los parámetros- y es muy complicado ir a la guerra aunque no sea
una opción que descarten los militaristas del Pentágono.
Por si acaso, el desarrollo chino en este aspecto es más que acelerado: su
programa de misiles puede hundir portaaviones enemigos; las bases de EEUU en
Japón y otros países cercanos están directamente amenazadas en caso de
confrontación bélica; ha comprado los sofisticados sistemas de misiles
defensivos rusos S-400 (por encima de ellos sólo están los S-500, de uso
exclusivo ruso), así como un nuevo lote de aviones Sujoi-35 y Sujoi-37 que tan
buenos resultados están demostrando en Siria; ha presentado su nuevo avión J-20,
el más rápido en estos momentos y con el que EEUU pierde su superioridad aérea y
ha anunciado que pronto contará con un motor de fabricación china y, lo más
importante, está ampliando con una rapidez sorprendente su flota marítima
anunciando que para finales de este año ya contará con un segundo portaaviones y
que está iniciando la construcción de un tercero, así como submarinos, fragatas,
corbetas y otras naves de combate. La meta es tener cinco en funcionamiento para
2020. Aún así aún estará lejos de EEUU en este aspecto, puesto que tiene 11
portaaviones, pero esa hipotética desventaja la suple con la cercanía de los
puertos de abastecimiento y con los misiles anti-portaaviones como el “Viento
del Este”.
El objetivo en este aspecto es claro y así lo ha refrendado, negro sobre blanco,
la Asamblea Nacional Popular en la reunión que acaba de finalizar: sólo con un
poder militar “adecuado” se podrá tener la certeza de que la estrategia
económica y financiera diseñada cumple sus objetivos. Especialmente, en lo
referente al control del comercio marítimo, al cinturón de la “Nueva Ruta de la
seda”. Porque, como también se ha dicho, “como consecuencia de los cambios
profundos que se están produciendo en el orden mundial, el país está dispuesto a
hacer frente a cualquier tipo de situaciones complicadas tanto dentro como fuera
de China”. Es la primera vez en la historia milenaria de China en la que se hace
mención expresa de actuar más allá de sus fronteras. Es el paso adelante que
asegura el cinturón y la carretera y que precede al “gran salto”.
Notas:
(1) Alberto Cruz, “La nueva estrategia de defensa de EEUU: el último intento por
mantener el dominio mundial” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1355
(2) Alberto Cruz, “A propósito del G-20 y de las críticas por su supuesta
irrelevancia”, http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2165
(3) CIA, “The wordl factbook”
https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/rankorder/2001rank.html
Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es “Las brujas
de la noche. El 46 Regimiento “Taman” de aviadoras soviéticas en la II Guerra
Mundial”, editado por La Caída con la colaboración del CEPRID.  Los pedidos se
pueden hacer a libros.lacaida@gmail.com o bien a ceprid@nodo50.org También se le
puede encontrar en librerías.
albercruz@eresmas.com
In
CEPRID
http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2219
15/3/2017

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