terça-feira, 7 de março de 2017

La revolución de octubre y el superpoder comunista***

  

Christian Laval

La conferencia de Roma sobre comunismo no puede evitar interrogar la historia
del comunismo o más bien de los comunistas, y es lo que hoy, en esta misma
historia, hipoteca el futuro de los comunistas. Si el futuro está hoy confiscado
por el neoliberalismo, esta confiscación debe mucho a la forma en la que el
pasado comunista bloquea los futuros posibles. Sin embargo, y yo tomo aquí una
fórmula de Enzo Traverso en una reciente entrevista, “la rebelión no puede
confiar en la amnesia” /1. Se puede añadir: si el comunismo es todavía posible,
no puede apostar por la amnesia. Y especialmente, sobre el olvido de lo que ha
sido realmente la impostura seudo-soviética del sistema de poder en los países
llamados del “socialismo real”.
¿Qué debe entenderse por poderes comunistas”. ¿Hablamos de formas de
autogobierno amplias, es decir, de instituciones democráticas que aseguren a
todos los niveles que la mayoría no será dominada en las relaciones de poder por
una pequeña oligarquía, por una nueva clase dirigente, por una aparato
burocrático? O al contrario, ¿hablamos de organizaciones, de partidos, de
Estados que se proclaman comunistas y ejercen el poder absoluto sobre la
sociedad en nombre del proletariado?
Hay que volver sobre lo que llamamos la “Revolución de octubre” que suscitó
inmensas esperanzas y desilusiones igual de importantes. “Todo el poder a los
soviets” Esa era la consigna de los bolcheviques que tomaron el poder”. Se podía
ver en estos “soviets” o “consejos” la quintaesencia de la institución comunista
que aseguraba a la mayoría de los obreros y campesinos el poder efectivo, a la
vez legislativo y ejecutivo. Sin embargo, cómo podemos saber o cómo deberíamos
saber lo que no pasó, puesto que el partido socialdemócrata bolchevique,
convertido en partido comunista en 1918, es el que ejercerá el poder dictatorial
desde la guerra civil hasta el fin de la Unión Soviética. El poder llamado
“soviético” que se construyó a lo largo del siglo XX fue un poder no solo no
soviético sino completamente antisoviético, si queremos devolver a la palabra
“soviet” su auténtico significado. El uso de ese término está en el corazón de
la mentira de lo que ha sido el comunismo burocrático de Estado desde la
Revolución de Octubre hasta el fin del siglo XX.
El comunismo histórico, el que se realizó y que los historiadores mantienen como
el comunismo del siglo XX, ha sido un comunismo muy particular de partido-estado
o estado-partido. Algunos hablarían de forma más polémica, y asumiendo el
oximorón, de un “comunismo de cuartel”. Este comunismo burocrático de estado no
tiene mucho que ver con el comunismo aún totalmente teórico de Marx y Engels,
pero sobretodo, se diferenció radicalmente de las formas de auto-organización
que se desenvolvieron a lo largo de la revolución rusa durante el año 1917,
algunas de las cuales continuaron aún algunos años después en un proceso
múltiple él mismo.
Este abismo entre el comunismo burocrático de Estado y el comunismo teórico de
Marx y Engels, que apuntaba hacia la disolución progresiva del Estado en las
nuevas formas de autogobierno de las sociedades, mancha el mismo nombre de
“comunismo”. Hay que ser conscientes para no columpiarse en hermosas historias
retrospectivas. Esto hace más problemática una pura y simple repetición del
“proyecto comunista” hoy, sobre todo, cuando tiene que ver con ese término y
especialmente, cuando tendemos a utilizar el término comunismo en singular y no
en plural. Y además, antes de hablar de hipótesis comunista como Badiou, habría
que hablar de hipoteca comunista La palabra hipoteca se emplea aquí en su
sentido político: “obstáculo que impide el cumplimiento de una cosa” /2. Lo que
además impide cualquier realización con retraso del comunismo “a la antigua”, es
precisamente la forma estatista, o más exactamente hiperestatista, que tomó el
comunismo del siglo XX. Esta forma se podría denominar de “superpoder” del
Estado-Partido Comunista, tomando prestado a Foucault el término de “superpoder”
que designa la soberanía absoluta e ilimitada del Antiguo Régimen.
Calificar la hipoteca comunista de superpoder estatista supone dos condiciones.
En primer lugar, hay que comprender cómo el comunismo ha llegado a este giro
estatista y no conformarse con convertir las explicaciones en justificaciones
como se hace muy a menudo. En segundo lugar, es necesario preguntarse cuáles son
las nuevas prácticas políticas, los experimentos, las elaboraciones políticas
que buscan hoy establecer prácticamente y teóricamente la hipoteca del
superpoder comunista.
La cuestión del partido, sea el partido de la insurrección armada o el partido
de la conquista progresiva del poder, es decisiva cuando nos interesamos en los
“poderes comunistas” aspecto muy descuidado durante mucho tiempo y que no puede
serlo hoy; es lo que podríamos llamar el riesgo del partido o aún mejor, el
peligro del partido para el mismo comunismo entendiéndolo como la forma en la
que la organización construida como un instrumento para la toma del poder se
vuelve contra el proyecto de autogobierno de la sociedad dando nacimiento a un
aparato que controla políticamente la sociedad y favorece su saturación
estatista. Esta cuestión del partido, sus lazos con el Estado constituye la
dimensión principal de la hipoteca del superpoder comunista.
Los trotskistas quisieron ver en esta toma del poder por Stalin un cambio
contrarrevolucionario que llamaron por analogía un “Termidor”. A grandes rasgos,
el modelo explicativo era el de una progresiva burocratización del partido y del
Estado bajo el efecto de un retroceso mundial de la revolución. Además, es a
grandes rasgos como Lenin en su “testamento” analizaba él mismo la degeneración
del poder delante de la que, enfermo, quedó desamparado e impotente /3.
Sin embargo, no hay que olvidar que este famoso “Termidor” estalinista había
comenzado mucho antes por la fetichización del partido de vanguardia, heredero
de la socialdemocracia alemana teorizada por Kaustsky. Todas las medidas que
condujeron a la monopolización del poder por el partido, y sobre todo, por la
dirección y el aparato, fueron otros tantos factores de degeneración como, por
otra parte, fue percibido por un cierto número de lúcidos revolucionarios, entre
quienes se encontraba en primera fila, Rosa Luxemburgo. El partido no solo se
burocratizó internamente, substituyó muy rápido las propias formas soviéticas y
más ampliamente, las formas más diversas de autogobierno de la sociedad, las
vació de cualquier efectividad colonizándolas y burocratizándolas hasta el punto
de que la palabra “soviet” o “soviético” perderá completamente su significado
original de “consejo”, es decir, de institución del poder popular /4. Esta
burocratización del partido y de los soviets fue pareja con el auge de una
administración hipercentralizada, de un hiperestado, de una gigantesca máquina
burocrática de la que el partido era al mismo tiempo el centro y su doble.
A menudo se imputa este fenómeno de la substitución y burocratización a las
circunstancias, a la guerra civil, al caos al que había sucumbido Rusia, a la
debilidad de la clase obrera, a las tradiciones rusas y sobre todo, al fracaso
de las revoluciones europeas en las que los dirigentes bolcheviques había puesto
todas sus esperanzas. Evidentemente, el proceso de degeneración no se debió solo
a los bolcheviques o a su jefe Lenin. Él mismo tenía tendencia a imputar la
degeneración administrativa al lejano pasado de la burocracia rusa. Trotsky, que
se negó a cualquier crítica del bolchevismo después de 1917, quiso interpretarla
por la pendiente declinante de la revolución. Sin duda, un partido él solo no lo
puede todo, incluso lo peor, pero puede contribuir a ello. Porque todo no se
debió a las circunstancias. Lo que se llama la “tragedia del comunismo” se apoya
también en el triunfo del tipo de partido y a las estrechas relaciones entre
este tipo y el auge del estado burocrático. Lo que no había tenido en cuenta la
concepción leninista del partido, y de lo que Lenin se daría cuenta más tarde,
es del predominio de los modelos administrativos, la fuerza de los esquemas
estatistas e incluso la lógica absolutista que estaban inscritas, al menos en
germen, en el tipo de partido y esto desde antes de la revolución. Las críticas
del partido “jacobino” hechas por Trotsky en 1904, más tarde por Luxemburgo, por
no hablar de todos los ataques de los “moderantistas” opuestos al bolchevismo,
no han destacado suficientemente que el tipo leninista de partido solo era la
exacerbación tiránica de un centralismo que se calcaba sobre el tipo de estado y
que contenía todas las derivas burocráticas que Lenin y Trotsky pudieron
constatar desde comienzo de la década de 1920 sin poder hacer nada.
La interpretación de la Comuna de París
La Comuna de París es el escenario original de la revolución comunista, incluso
más que la revolución de 1848. Dos textos inscritos en coyunturas particulares
han dado fe o mejor dicho, han tenido fuerza de ley teórica, en la tradición
marxista: La guerra civil en Francia, Discurso del Consejo General de la AIT del
30 de mayo de 1871, redactado por Marx ß y El Estado de la revolución de Lenin
redactado en agosto de 1917. Estos dos textos suministraron la interpretación
dominante de la Comuna en el marxismo y tuvieron una cierta influencia en el
destino del comunismo.
¿A qué se debe el alcance histórico de la Comuna? A su creatividad histórica
respondía Marx, y más exactamente, a la invención de un tipo de poder obrero que
permitía la emancipación del proletariado. Marx alaba la Comuna de París por
haber descubierto la forma política de la emancipación económica de la clase
obrera. Para Marx, el gran éxito de la Comuna fue el tipo de poder que inauguró.
Para él, fue la primera revolución que entendía no “tomar la maquinaria del
Estado” sino romperla. Los partidarios de la Comuna inventaron un poder que
inscribe en su inicio de funcionamiento, la disolución del estado como
instrumento opresivo y represivo separado de la sociedad. Esta revolución
proletaria muestra que la “clase obrera no puede tomar posesión simplemente de
la maquinaria del Estado preparada y hacerla funcionar a su favor” /6. En ese
sentido, la Comuna era la última de las revoluciones por su fecha pero la
primera de las revoluciones en romper con la historia de las revoluciones.
Pero, ¿qué quiere decir romper la maquinaria del estado sirviéndose del estado
como instrumento de represión? Significa que es necesario el Estado, es decir,
la coerción de una clase sobre otra pero que se trata de un Estado completamente
nuevo, e incluso paradójicamente, de un Estado que se extingue por la actividad
política de las masas. El “verdadero secreto”, explica Marx, es que la Comuna es
el “gobierno de la clase obrera”. El punto clave de la lectura de Marx es que la
Comuna fue una “revolución contra el Estado” por la extensión de la democracia,
por la intensificación de la vida política. Lo que hay de nuevo en la Comuna es
la forma en la que actúa la clase obrera para asegurar el dominio político. Lo
hace mediante la participación muy amplia de las masas en la actividad política,
controla a los funcionarios elegidos y revocables, arma al pueblo. Y sobre todo,
la Comuna siempre une estrechamente actividad democrática del pueblo y
emancipación económica del proletariado. Las dos van a la par, se alimentan
mutuamente. “Sin eso, escribe Marx, la constitución comunal hubiera sido un
imposible y un engaño. El dominio político del productor no puede coexistir con
la continuidad de su esclavitud social” /7.
El contenido de la acción de la Comuna es la auto-emancipación del proletariado:
se libera de sus cadenas mediante las medidas que toma él mismo. Esta
emancipación económica no es únicamente el objetivo de la política proletaria,
es la condición misma. La política obrera crea sus propias condiciones de
posibilidad, las condiciones incluso del despliegue de su propia actividad
política, del autogobierno. Es la piedra de toque de la Comuna de París. El
comunismo es la “realización” del autogobierno, del “gobierno del pueblo para el
pueblo” /8.
¿Cuáles son las lecciones de la Comuna en la tradición marxista?
¿Qué hay que retener de la Comuna? ¿Su creatividad o su fracaso? Marx alaba la
forma democrática de la Comuna pero critica la falta de decisión, es decir, la
ausencia de un centro político y militar necesario en la guerra civil. Lamenta
que los partidarios de la Comuna no hayan comprendido que debían ejercer una
dictadura inmediata en vez de esperar para desarrollar formas democráticas. Por
ejemplo, lamenta en una carta a Kugelmann del 12 de abril, que “el comité
central, (de la Guardia Nacional) haya abandonado demasiado pronto el poder
cediendo el puesto a la Comuna” /9. Es el principal reproche que Marx hace a la
Comuna: no haber ejercido la coerción y la represión de forma más decidida. Este
punto es esencial. Porque detrás de este reproche, existe de forma no explícita
la cuestión clave: ¿cómo la dictadura del proletariado, sobre todo en periodos
de guerra civil abierta, puede establecer las formas democráticas de
autogobierno? Después de Marx, la literatura marxista va a ver en la Comuna
menos una invención democrática que una carencia. Esta carencia, los
socialdemócratas y después los bolcheviques la identificaron como la falta de un
partido como órgano de “toma del poder”. La lección política a extraer de la
Comuna ya no es el tipo original de poder obrero sino la falta del órgano para
la toma del poder y de la dictadura. El reproche de Marx, que una vez más solo
se fija en un aspecto de las lecciones a extraer de la insurrección parisina, va
fundar una interpretación inmensamente deficitaria de la Comuna de 1871.
La doctrina posterior fijará como un dogma este único aspecto del comentario
marxista: le faltó un partido capaz de aprovechar el momento oportuno, de tomar
las decisiones políticas urgentes, de centralizar y coordinar las acciones
militares en la guerra civil, de tomar las medidas represivas que se imponen
para acelerar y salvar la revolución. Por extensión, se dedujo que en la lucha
revolucionaria, incluso fuera de los periodos de insurrección y de guerra civil,
las masas tienen necesidad de ser encuadradas, dirigidas, educadas por un
partido. Kautsky y después Lenin, cada uno a su manera, extrajeron una teoría
del partido dirigente que aporta a la clase desde el exterior la consciencia de
su misión y el saber político que le falta. Kautsky y Lenin siguen a fondo los
pasos de Engels que había extraído desde 1895, en su famoso prólogo a la
reedición de la Luchas de clase en Francia, una conclusión estratégica
particular dando la espalda a la forma insurreccional de la revolución. Insistía
en la necesaria dirección del partido sobre el proceso político. Para él, el
futuro está confiado “al único ejército internacional de socialistas,
progresando sin cesar, creciendo cada día en número, en organización, en
disciplina, en clarividencia y en certeza en la victoria”.
Pero el texto más influyente en la tradición marxista fue el famoso ¿Qué hacer?
(1902). Se recuerda su denuncia del economicismo y del espontaneísmo obrero,
asimilado al tradeunionismo. Se recuerda menos su crítica del “democraticismo”,
es decir, del control de la base a los dirigentes del partido, incompatible para
él con una organización de revolucionarios profesionales. Esta crítica al
“democraticismo” encuentra su eco tres años después, en otro folleto de Lenin
donde entra directamente en la cuestión de la Comuna. En Dos tácticas de la
socialdemocracia en la revolución democrática (1905), destaca con competencia
las carencias de su dirección y concluye: la Comuna “fue un gobierno como no
debe ser el nuestro” (destacado por Lenin). Al menos, las cosas se decían
claramente. Lenin, consecuente consigo mismo, consagró casi completamente su
vida militante en la emigración a la construcción de una vanguardia de
profesionales dirigida por una pequeña élite de revolucionarios.
La cuestión de las lecciones que hay que extraer de la Comuna va a volver a
plantearse en el momento de la revolución rusa y la vuelve a plantear
directamente por Lenin en el partido bolchevique en un momento crucial. Nos
hemos quedado con Tesis de abril, y sobre todo, El estado y la revolución /10.
Doce años más tarde, el juicio sobre la Comuna parece ser totalmente inverso, de
negativo se ha convertido positivo. El parágrafo 9 de las Tesis de abril
presenta lo que Lenin llama “nuestra reivindicación de un estado-comuna”
definido al margen como “estado del que la Comuna de París fue la
prefiguración”. A propósito de esto, lo cual no es baladí, propone cambiar el
nombre del partido, que de socialdemócrata debe pasar a partido comunista /11.
Partido Comunista quiere decir bajo su pluma y en ese momento, “partido que
quiere la creación del estado-comuna”, es decir, como él precisará en el
capítulo III de El Estado y revolución, partido de la demolición de la
maquinaria del Estado y de la creación de nuevas estructuras estatales.
El programa de las Tesis de abril es pues destacable en que parece asimilar el
desarrollo de tipo soviético de la revolución rusa a la Comuna. “Todo el poder a
los soviets” quiere decir entonces, y Lenin lo precisa: supresión de la policía,
del ejército y del conjunto de la burocracia del Estado. ¿Es un giro únicamente
táctico? Toda la obra de Lenin cree mostrar lo contrario. Lenin quiere
establecer la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado como un instrumento de
dominación y de explotación de la burguesía y esto en un momento, (entre julio y
agosto del 17) en el que combate a los “conciliadores pequeño burgueses”, a los
mencheviques y a los socialistas-revolucionarios que quieren ver en la forma
parlamentaria del Estado, un medio de conciliar las clases sociales, pero
también en el seno del Comité Central, a todos a quienes estaban dispuestos a
que durara una situación de doble poder. Incontestablemente, la obra que quiere
ser una puesta a punto teórica, tiene también un alcance coyuntural y lo es más
porque en su propio partido las tendencias conciliadoras y partidarias de
esperar eran potentes /12.
¿Pero qué representa La Comuna para él en ese momento? Su interpretación no
valora los órganos de autogobierno o la intensidad de la acción de masas, sino
que pone de relieve el carácter supuestamente sansimoniano de la Comuna. Es
volver a integrar esta experiencia política en la doctrina de Engels
desarrollada especialmente en Anti-During y que identifica la extinción del
Estado a la famosa sustitución del “gobierno de los hombres por la
administración de las cosas”. El estado no es “abolido”, se extingue, explica
Engels, porque ya no habrá necesidad de gobernar, será suficiente administrar la
sociedad convertida en algo semejante a una gran empresa. El problema del poder
se reduce al de la dirección de las operaciones de producción.
Lenin identifica así mismo, el poder a una administración, y más exactamente, a
una administración que tiene un triple papel de control, de contabilidad y de
vigilancia de la producción y del reparto de recursos. Ya no hay necesidad de
relaciones de mando: las funciones de gestión serán desempeñadas por proletarios
en el marco de una economía cuyos medios son propiedad del Estado. Lenin destaca
que felizmente las funciones indispensables de vigilancia y de contabilidad se
han simplificado y mecanizado hasta el punto de que la gente del pueblo (la
famosa “cocinera”) podrá ocuparse rápidamente de ellas. La gestión por parte de
todos de la economía y el estado, esa es la definición del poder proletario.
Por otra parte, Lenin, no oculta que los soviets tendrán un papel en el
disciplinamiento de la mano de obra en “toda una sociedad que será un solo
despacho y un solo taller, con igualdad de trabajo e igualdad de salario”. Y
añade: “Aquí, todos los ciudadanos se transforman en empleados a sueldo del
estado constituido por los obreros armados. Todos los ciudadanos se convierten
en empleados y los obreros de un solo “cártel” del pueblo entero, del estado. El
todo es obtener que hagan un esfuerzo igual, observen exactamente la medida del
trabajo y reciban un salario igual”. En una segunda fase del comunismo, no habrá
necesidad de control, cada uno habrá integrado la necesidad de
autodisciplinarse. La actividad de los soviets, lo vemos, se reduce a una mera
tarea técnica de administración de la vida económica y de la vigilancia del
trabajo. Para resumir, la definición de Lenin reduce los soviets, esas
instituciones de autogobierno comunista, a órganos de la administración del
Estado asimilado a una gran empresa.
La política, en lo que se refiere a ella, es un asunto del partido, más
específicamente, de su dirección. Según Lenin, organiza la clase en clase
dominante dentro del Estado. Organizar la clase obrera en clase dominante quiere
decir que el partido obrero, iluminado por la ciencia del marxismo, tiene una
función de educación y dirección. “Educando el partido obrero, el marxismo educa
una vanguardia del proletariado capaz de tomar el poder y de llevar a todo el
pueblo al socialismo, de dirigir y organizar un régimen nuevo, de ser el
educador, el guía y el jefe de todos los trabajadores y explotados por la
organización de su vida social sin la burguesía y contra la burguesía”.
En realidad, este partido educador se concede el monopolio de la actividad
política. Él es el único capaz de extraer la experiencia política de las
enseñanzas que debe transmitir a la clase obrera para su educación. La cuestión
es saber si esta visión del nuevo Estado sansimoniano es semejante a la lección
que Marx extraía de la Comuna. Sin duda, Marx también había sufrido la
influencia del sansimonismo. Hay huellas manifiestas en sus texto de La guerra
civil. Sin embargo, lo que llama la atención en su comentario es la importancia
que concede a la actividad política de masas de la población. El proletariado no
está confinado a las tareas técnicas de gestión, hace política y para eso, no
necesita un partido dirigente. Lenin, en el apogeo de la acción, no tuvo tiempo
de escribir el anunciado capítulo del El Estado y la revolución que debía
consagrar a la experiencia de la revoluciones rusas de 1905 y 1917. Sin duda, es
el capítulo que falta del leninismo, el de las conclusiones teóricas extraídas
de la revolución. A menos de que el testamento de Lenin y sus últimas
advertencias al Comité Central en 1923 no hayan sido la clave. Si los leninistas
extrajeron enseñanzas de la Comuna, ¿qué lecciones pudieron sacar de Octubre?
La experiencia de la revolución
El proceso revolucionario no se redujo a la preparación de la insurrección del
otoño de 1917. Al contrario de la leyenda, la revolución social precede a la
política y no a la inversa. Después de las jornadas del 27 y 28 de febrero, se
abre una situación de “ doble poder “ entre el comité provisional de la Duma,
dominada por los liberales y el soviet de Petrogrado. La llamada revolución de
“febrero” no es solo una revolución burguesa dirigida por los liberales, no se
limita al conflicto entre la Duma burguesa y el soviet con predominio de los
mencheviques. Estos órganos se pusieron más o menos de acuerdo para tomar las
medidas liberales contra la autocracia pero fueron sobrepasados y superados por
la espontaneidad de las masas.
La primavera de 1917 ve la eclosión de nuevas instituciones y el despertar de
antiguas instituciones, todas independientes de los partidos e incluso de los
soviets de diputados controlados por los partidos: comités de fábrica compuesto
de delegados de talleres, comités de barrio, comités de viviendas, milicias,
guardas rojas, sindicatos, cooperativas. El proceso revolucionario toma
espontáneamente las formas de un autogobierno generalizado a todos los niveles
de la sociedad, como había sido el caso de la forma más embrionaria en 1905. Es
una inmensa toma de palabra que surge repentinamente, una insurrección nutrida
de reivindicaciones de lo más diversas, de exigencias democráticas en el marco
laboral, de ocupaciones de fábricas y de prácticas de autogestión en las
fábricas, de cuestionamiento generalizado de la jerarquía, en especial, en el
ejército, el reparto de tierras en el campo revelan toda la fuerza de las
reivindicaciones de la democracia agraria, de las reivindicaciones de las
nacionalidades oprimidas por el centralismo zarista. Sin consigna de los
partidos o de los sindicatos, a menudo hostiles, indiferentes o desbordados, un
verdadero poder popular autónomo crece que se dota de sus propias instituciones,
fuera del gobierno provisional y del soviet de diputados controlados por los
partidos. La Conferencia de los comités de fábrica de Petrogrado, la Conferencia
Inter Barrios o más aún, la de la Guardia Roja son ejemplos de ello /13.
Observemos que en este punto es notable aunque haya sido poco destacado, la
referencia impuesta a la kommouna. A partir de febrero y mucho más allá de
octubre, el término de “comuna” designa ciudades, regiones, (se hablará de la
comuna laboriosa de Petrogrado, por ejemplo) e incluso a veces de los servicios
municipales.. El mundo está llamado a convertirse en la “comuna mundial” /14 En
cuanto al campo, atrae tanto como repele.
Lenin, uniéndose a los análisis de Trotsky de la revolución permanente,
comprende que la emergencia espontánea de los comités y de los soviets obreros,
soldados y campesinos, eran prueba de que la fase llamada “burguesa” de la
revolución se había sobrepasado, que era necesario romper con el gobierno
provisional que quería continuar la guerra. Los sucesos de mayo le dan la razón
con la unión de los socialistas y los socialistas revolucionarios a la política
de continuación de la guerra. Esta se convierte en un desastre, los soldados
desertan por centenas de millares frente a la ofensiva alemana de julio.
Después de las dudas bolcheviques a comienzos de julio, las fuerzas de la
contrarrevolución se organizan. El golpe de Kornilov fracasa en agosto, los
bolcheviques aparecen como los salvadores de la revolución. El problema muy
práctico que se le plantea a Lenin y a los bolcheviques es el siguiente: los
soviets están dirigidos por “demócratas pequeñoburgueses” que no quieren
ampararse en el poder puesto que esperan la elección de la Constituyente.
çEs necesario doblar el brazo del destino, imponer como hecho consumado la toma
del poder derrocando el gobierno provisional. “Todo el poder a los soviets”
parece indicar una cierta difuminación del partido detrás de los supuestos
órganos autónomos de la revolución pero la revolución tal como la concibe Lenin,
como lo indican las cartas del 17 de septiembre, no es la toma del poder por el
soviet de Petrogrado. El poder debe volver a un gobierno revolucionario dirigido
por el partido. La carta del 12 de septiembre lo afirma claramente: “los
bolcheviques deben tomar el poder”. Sobre todo, no hay que esperar el congreso
de los soviets donde, sin embargo, los bolcheviques han logrado la mayoría, hay
que actuar bajo la cobertura de los soviets.
“Tomar el poder” y “todo el poder para los soviets” no es la misma cosa, como lo
testimonia el 25 de octubre, la puesta en marcha de un gobierno del consejo de
los comisarios del pueblo dirigido por Lenin que para nada emana del congreso de
los soviets y que solo es validado por él /15.
Lenin y Trotsky, contra Kamenev y Zinoviev que se habían opuesto a la toma del
poder mediante un golpe de mano, sacaron las conclusiones a su manera de la
teoría deficitaria de la Comuna de París. Es necesario un centro de de toma de
decisiones para desencadenar la insurrección contra el legalismo que permite
crecer la contrarrevolución. Este centro, es el partido, o más bien, el órgano
dirigente del partido, el comité central e incluso el dirigente bastante solo en
esta ocasión.
¿Partido y soviet? ¿Quién va a mandar? Formalmente el soviet. Es la razón por la
que la Constituyente es disuelta en 1917. No hay ninguna necesidad de una
asamblea elegida por sufragio universal puesto que los soviets son el supuesto
órgano de democracia real /16. Pero la realidad del poder será asegurada por el
partido, o más exactamente, por el dúo del partido y del gobierno de comisarios
del pueblo, dos poderes extremadamente centralizados e incluso personalizados.
Lenin preside el Consejo de los comisarios del pueblo y Sverdlov el partido /17.
Los soviets están subordinados al partido, como rápidamente, los sindicatos
convertidos en oficinas de registro. El gobierno compuesto por la pequeña élite
del partido decide todo. El partido no va a cesar de centralizar con la creación
del Buró político reducido en 1919. El partido integró una gran parte de los
miembros más activos de los soviets pero la masa del partido no hace nada mejor
que delegar las funciones efectivas de control, de vigilancia, de registro en
los soviets de base, ellos mismos rápidamente burocratizados y administrados por
los nuevos funcionarios (apparatchiki). Las instituciones populares autónomas
(comités de fábrica o de barrios) son a su vez colonizados por el partido
bolchevique y pierden su autonomía en pocos meses. El partido se convierte en el
único lugar donde teóricamente puede celebrarse un debate político.
Pero la prohibición de las tendencias en el X Congreso en 1921 y el
reclutamiento de gentes poco formadas que dependen para su denominación y su
ascenso en el nuevo aparato del Estado de su fidelidad a la jerarquía del
partido, va a impedir que juegue ese papel. La oposición obrera que defendía los
principios democráticos es liquidada, los marineros del Cronstadt aplastados. En
resumen, mucho antes del estalinismo, el partido se privó de la actividad
política de masas, de movimientos de opinión, de los debates de la sociedad al
tiempo que se constituía una capa de liberados separados de sus clases de
origen. En última instancia, la dictadura del partido se impone, y el partido él
mismo está completamente bajo las garras de un pequeño núcleo que controla todo
el aparato y ejerce su dictadura sobre el conjunto de los miembros del partido.
En cuanto a la Internacional Socialista, pronto será sometida a una
“bolchevización” dirigida a partir del centro, es decir, de la cabeza del
aparato del partido comunista ruso.
Desde el inicio del proceso de esta dictadura del partido sobre la sociedad, en
marzo de 1918, Rosa Luxemburgo critica la política de los bolcheviques. Para
ella, “los bolcheviques obstruyen la fuente viva donde podrían haber brotado los
correctivos a las imperfecciones congénitas de las instituciones sociales. La
vida política activa, enérgica, sin trabas de la gran mayoría de las masas
populares” /18. Ahogando la vida política mediante la prohibición de la libertad
de prensa, de la libertad de asociación, mediante el terror, el gobierno
interrumpe el progreso de la revolución que supone la experiencia política
directa de las masas /19. Es mediante la libertad política -”la libertad es al
menos, la libertad del que piensa de forma diferente”- que el socialismo puede
avanzar /20. A la inversa, añade ella, la teoría de la dictadura, según Lenin y
Trotsky, supone que el partido conoce todo antes y puede imponer todo. Sin
embargo, no hay socialismo sin inventiva democrática.
Conclusión: la participación activa de las masas populares, mucho más allá de
las tareas de control y de inventario de la producción según el modelo
sansimoniano de Lenin, es una condición para que la revolución se desarrolle:
“La única vía que lleva a un renacimiento es la escuela misma de la vida
pública, una democracia muy amplia, sin la menor limitación, la opinión pública”
/21. Sin estas libertades el “poder de los soviets” es una cáscara vacía e
incluso un engaño. En una palabra, la revolución solo se salvará por la más
amplia libertad política, es decir, la democracia más radical, más completa. La
democracia socialista no comienza mucho después de la revolución como la Tierra
prometida. Comienza en seguida del inicio de la revolución. La crítica de
Luxemburgo tiene el gran mérito de relacionar las formas institucionales, la
actividad política real y la marcha de la revolución concebida como experiencia
colectiva y proceso de autoeducación de las masas. También tiene el mérito de
decir que la revolución comunista no es una anulación pura y dura de las formas
de la democracia burguesa sino el desenvolvimiento de la vida política en el
exterior pero también en el interior de esas formas. La democracia socialista
añade, no resta nada. Y sobre todo, la revolución no consiste en la sustitución
de una institución política como la Constituyente por órganos
técnico-económicos. El socialismo es la política ejercida por todos.
La Revolución de Octubre no abre un nuevo capítulo de la política. Lo cierra.
Después de una fase de improvisación total, en unos meses, los soviets, órganos
políticos vivos durante la revolución, se convierten en órganos administrativos
mucho más que políticos. No es el Estado burocrático el que se apaga según lo
previsto, es el autogobierno el que se agosta, sus órganos se convierten en
engranajes en manos de los nuevos liberados poco a poco apresados por el
partido. Los bolcheviques restablecieron el orden reconstruyendo el Estado,
imponiendo a una sociedad fracturada lo que Lenin llama el “principio de Estado”
por la coerción y el terror. Y este Estado se impone haciendo creer en la
identificación entre el partido, la clase y las instituciones de clase. Todo
esto dicho cuando en 1920 Lenin plantea la ecuación “clase proletaria = partido
comunista ruso = poder de los soviets” o todavía mejor, cuando dice: “el
estado-somos nosotros”. Moshe Lewin resume la obra de los bolcheviques hablando
de una “empresa frenética de construcción del Estado” /22.
Lenin acabará por reconocer que el antiguo aparato estatal se reconstruyó y a
peor. Porque la proliferación burocrática, de una amplitud hasta entonces
desconocida en Rusia, se muestra ineficaz. En 1917, Lenin, lo hemos recordado,
concibe los soviets como órganos de registro, de control y de reparto, es decir,
administrativos. Se desengaña pronto. Desde 1918, repetirá en diferentes
ocasiones: “no sabemos administrar, hay que entrar en la escuela de la burguesía
para adquirir la ciencia de la administración”. En 1920, cuando está abierto el
conflicto con los sindicalistas que rechazan la militarización del trabajo,
constatará con franqueza: “¿cada obrero sabrá administrar el estado? La gente
práctica sabe que eso es un cuento” /23. La revolución fue un fracaso en este
punto fundamental y Lenin fue bastante lúcido para constatarlo, sin embargo, sin
extraer las consecuencias teóricas y prácticas.
En 1905, había fallado en no ver en los soviets instituciones de poder popular
revolucionario /24. Fue Trotsky quien mejor supo ver lo que podían ser. A
comienzos de la década de 1920 la única salida que ve Lenin es la creación de un
capitalismo de Estado autoritario y dictatorial. La prohibición del pluralismo
político en el exterior y en el interior del partido, así como en la
Internacional Comunista, preparó no un “progreso de la civilización” como se
creía todavía en 1923, sino una formidable regresión en la historia del
movimiento obrero. Como escribe Eric Hobsbawm, “cuando la nueva república
Soviética sale de sus ensayos, fue para darse cuenta de que se había
comprometido en una dirección muy alejada de la que pensaba Lenin en la estación
de Finlandia”, en abril del 17 /25.
Conclusión
La tragedia del comunismo histórico en el siglo XX tiene mucho que ver con que
ese instrumento de la toma del poder, el partido, se instaló duraderamente en el
centro político de la sociedad, como guardián de la ortodoxia, como un bloque
ilusoriamente monolítico, como un ejército disciplinado dirigido por un centro
fetichizado. Monolitismo que llevó a la eliminación de los mismos viejos
bolcheviques en las purgas de Stalin.
En los países capitalistas, esta figura del partido dirigente tal como se
edificó al final del siglo XIX, no sobrevivió a la década de 1970. Vivimos el
declive de la forma del partido. Lo que está surgiendo, es una redefinición
completa de las formas de la actividad política, una reinvención de las formas
democráticas. Esta efervescencia multiforme gira hoy alrededor del concepto de
“lo común”. Es, si se quiere, una aspiración a un nuevo comunismo, a condición
de entender por esta palabra, toda teoría que en la historia, se refiere a lo
común. También, a condición de que si hay nuevo comunismo, descarta el comunismo
burocrático de estado cuyo fracaso en este comienzo del siglo XXI es hoy total.
El leninismo ha terminado su camino. Una nueva época se ha abierto, la del
“principio del común”.
No obstante, la cuestión de la organización política sigue planteada. Conviene
no abandonarse a los mitos espontaneístas, al encanto de la revuelta, a la
supuesta violencia espontánea de las masas encolerizadas. Al contrario, siempre
hay que plantear la cuestión del partido o más bien, de la organización en
relación a la exigencia democrática de autogobierno. Lo que está en juego, a
escala europea y mundial, es la coherencia entre los medios y el fin, de la
unicidad del principio de las formas de lucha y las formas de poder que
deseamos.
En una palabra, lo que está en el orden del día, es la creación de un
autogobierno en los movimientos sociales, en las organizaciones de lucha como en
las instituciones a las que las fuerzas políticas alternativas accederán.
Nuestra época ya no es la de los “consejos obreros, campesinos y soldados” del
siglo XX. La institución que desde la década de 1990 se presenta como horizonte
alternativo se llama un común, institución que no puede ser enteramente definida
a priori fuera de los experimentos a través de los que se concreta y se
enriquece. Toda nuestra atención debe estar puesta en lo que se inventa o
reinventa hoy a través del mundo, hacia una forma institucional basada en el
principio democrático según la cual, la única obligación que tiene es la de la
deliberación y de la decisión colectiva.
Notas
1/ Jean Birnbaum, “Enzo Traverso ; la lucidité d’un “vaincu”, Le Monde, viernes
23/12/ 2016.
2/ Dictionnaire Le Robert.
3/ Jean-Jacques Marie, Lénine, la révolution permanente, 2011.
4/ Como lo demuestra Marc Ferro, existían múltiples instituciones del poder
popular, nacidas a menudo, espontáneamente en las fábricas o en los barrios.
Marc Ferro,Des soviets au communisme bureaucratique, Gallimard, 1980.
5/ La Guerre civile en France es un texto redactado por Marx, pero
estatutariamente es una Comunicación del Consejo General de la Asociación
Internacional del Trabajo aparecido en mayo de 1871
6/ La Guerre civile en France, p. 151, nota 1, texte reproducido en Daniel
Bensaïd (ed) Inventer l’inconnu, Textes et correspondance autour de la Commune,
La Fabrique, 2008.
7/ Ibid., 160
8/ Ibid., 166
9/ Ibid., 254
10/ El subtítulo de la obra de Lenin es: “La doctrina del marxismo sobre el
estado y las tareas del proletariado en la revolución”.
11/ El partido socialdemócrata ruso (bolchevik) se convertirá efectivamente en
partido comunista en marzo de 1918.
12/ Alexander Rabinowitch, Les bolcheviks prennent le pouvoir, La révolution de
1917 à Petrograd, La fabrique, 2016.
13/Marc Ferro, (op.cit.) , p. 88-89.
14/ Tomamos prestados elementos de Eric Aunoble, “Le communisme tout de suite
!”, Le mouvement des communes en Ukraine soviétique (1919-1920), Les nuits
rouges, 2008. Este término de kommouna parece incluso haber sido importado a
Rusia mucho antes de la revolución de 1905, puesto que los estudiantes y loso
jóvenes intelectuales que vivían juntos en los mismos alojamientos llamaban a
esta práctica « vivir en comuna » En Trotsky, Ma vie, Livre de poche, 1970, p.
128.
15/ La forma en la que se constituye el nuevo gobierno, en la improvisación
total de Lenin y de Trostky, es un hecho histórico especialmente significativo
de apartar instituciones de poder popular.
16/ Como muestra Marc Ferro, los soviets fueron pronto colonizados por los
partidos y los responsables de los soviets de los diputados obreros no son
obreros sino pequeñoburgueses o burgueses miembros de partidos socialistas.
17/Jean-Jacques Marie, op.cit., p. 289.
18/ R. Luxemburg, « La révolution russe », in Œuvres II, Petite collection
Maspero, 1969, p.79
19/ R. Luxemburg, ibid., p. 82.
20/ Ibid., p. 83.
21/ Ibid., p. 84.
22/ EN Nicolas Werth, La terreur et le désarroi, Staline et son système, Tempus,
2007, p. 55.
23/ Ibid., p. 200.
24/ En Jean-Jacques Marie, op.cit., p. 102.
25/ En Eric Hobsbawm, L’Âge des extrêmes, André Versaille Ëditeur/ Le Monde
diplomatique, p. 97.
Traducción VIENTO SUR

In
VIENTO SUR
http://vientosur.info/spip.php?article12293
7/3/2017

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