terça-feira, 1 de setembro de 2015

La mujer que ocupó la fábrica



Lavaca

Antonia Argota es petisa, morocha, peronista, matancera y acaba de contar que
vivió 45 días con cinco policías (tres hombres, dos mujeres) dentro de la
fábrica recuperada que hoy preside en Lomas del Mirador, a sólo tres cuadras de
Ruta 3, y a menos de 10 minutos de Capital Federal.

“¿45 días?”, es la repregunta, tonta y asombrada.

“45 días”, es la respuesta, concisa y sonriente.

Antonia deja un espacio al silencio. El grabador lo registra. Ella también:
sonríe.



El silencio también se registra cuando se suben las escaleras que conducen a la
enorme Cooperativa 10 de Noviembre -ex “Lanera El Mirador S.A.”-, adormecida
durante las últimas semanas por una merma en la producción que detuvo las
máquinas con las que esta empresa textil trabaja la fibra acrílica que después
se exhibe en forma de bellos tejidos en hilanderías de la calle Corrientes. El
silencio le duele a Antonia y al resto de los casi 20 integrantes de esta
fábrica sin patrón del oeste del conurbano bonaerense: si no hay producción,
tampoco hay dinero.

La cooperativa trabaja a fasón, es decir, para otras empresas que le proveen la
materia prima y, luego, la comercializan. No tiene marca propia. Producen para
Nube, que elabora hilados gruesos. Ese fue el motivo, explica Antonia, del
parate: el traicionero invierno de la temporada 2015 les jugó una mala pasada, y
los días primaverales acumularon un stock que aún no pudo venderse. “No pudieron
sacar el material y nos cortaron el trabajo de una semana a la otra”, dice la
mujer. “Arrancamos de vuelta con algunos clientes que sabemos que trabajan
hilado fino, pero de a poquito. Te traen 500 kilos, pasan dos o tres semanas, a
veces un mes, y te vuelven a traer 500, porque quieren ver cómo va el panorama
con el tema de las votaciones. Muchos especulan con eso”.

Para tomar una idea de la magnitud: la fábrica estaba trabajando hasta 1800
kilos por semana, casi 8 mil al mes. “Con eso estaba a pleno. Inclusive
trabajábamos algunos feriados, algunos domingos. Y cuando hubo mucho material
ingresaron más personas. Llegamos a ser 23 compañeros. Pero vinieron temporadas
malas y algunos buscaron irse”. La gran deuda es la marca propia. ¿Por qué no?
“Sale muy cara”, dice Antonia. “Y si querés comprar de a 200 ó 300 kilos, no te
traen. La compra tiene que ser mil kilos para arriba. Imposible: estamos
hablando de 4,20 dólar el kilo”. A 8 mil kilos por mes, serían casi 34 mil
dólares: 334 mil pesos mensuales.

Antonia suspira: “Hoy por hoy estamos así”.

Los señores de traje

La cooperativa 10 de Noviembre reinició la producción en agosto de 2009 luego de
dos años y medio. Lanera El Mirador cerró en 2007 sin presentar ningún drama
económico. “No tenía problema, estaba lleno de material”, recuerda Antonia. “Las
máquinas estaban llenas de material. Se había acumulado y la semana anterior
habían entrado varios fardos, grandes como esta mesa. Ni siquiera teníamos
problemas de cobro. Éramos 50 personas trabajando a pleno”.

Dice Antonia: “Todo comenzó por un problema interno”.

El problema interno detonó tres años después del fallecimiento del dueño. El
relato oscila entre su viuda, unos primos, y una serie de conflictos familiares
que se desataron con el correr de las semanas, y que derivó en movimientos
sospechosos dentro de la fábrica que los trabajadores fueron percibiendo de a
poco. Antonia recuerda que la fotografía habitual de la empresa, con las
máquinas encendidas, los hilos enganchados y las madejas listas para salir, se
fue manchando con la visita de misteriosos hombres de traje que llegaban para
mirar las maquinarias. Un día notaron que uno de esos hombres llevaba en el
traje una etiqueta que decía Conotex. “¡Era la empresa de las máquinas!”,
recuerda hoy Antonia. “Yo pregunté por qué venían, y me respondieron que era
porque la empresa había solicitado un préstamo y venían a verificarlas porque
estaban como garantía. ¡Todo mentira! Venían porque se estaba por poner en venta
la fábrica: la empresa iba a cerrar”.



Cuarenta y cinco

La alarma se encendió. A la visita de los hombres de traje se sumaban rumores
que otras compañeras habían escuchado en el sindicato. No dudaron un segundo:
reunieron las pruebas que tenían hasta entonces y presentaron una denuncia
formal en el Ministerio de Trabajo. La jugada fue estratégica porque fijó la
postura de los trabajadores de cara a los futuros conflictos: querían mantener
sus fuentes de empleo. El patrón, Juan Carlos Borrino, negó todas las
acusaciones. Los trabajadores ya contaban con un abogado para asesorarse. Las
audiencias fueron pasando una a una. Adriana Daquisto, 14 años en la fábrica,
recuerda como si hubiera sido ayer las palabras del patrón en una de las
jornadas en el Ministerio: “Esta empresa la abrí cuando yo quise y la voy a
cerrar cuando yo quiera”. Las tensiones iban en aumento.

El 9 de noviembre de 2007 -era viernes- tres muchachos fueron a la fábrica. Se
presentaron como militantes de Polo Obrero (el movimiento piquetero del Partido
Obrero) y pidieron hablar especialmente con Antonia Argota. Eran aproximadamente
las 17:30. Antonia bajó y los miró. Nunca los había visto en su vida. Recuerda
ese momento: “Me preguntaron si podíamos reunir a todos los compañeros que
ingresaban al día siguiente por la mañana. Dijeron que el patrón, el día 10 de
noviembre, a las 14:30 horas, iba a venir y a cambiar todas las cerraduras”.

Acudieron al día siguiente ante el inesperado aviso. Se metieron. Esperaron.
Pasaban los minutos. ¿Será verdad? ¿Será mentira? Eran las 14:29. “Exactamente a
las 14:30 llegó el patrón con 10 ó 15 patrulleros, personal de seguridad privada
y cinco cerrajeros”. Todo un arsenal. Pero la fábrica estaba tomada. El patrón
comenzó a gritar. Los policías pudieron desalojar a los trabajadores, pero no
podían tocar a las mujeres. Quedaron tres adentro. Una de ellas era Antonia.

“¡Quedamos con cinco policías!”, exclama Antonia. “Eran dos mujeres y tres
hombres contra nosotras tres. Pero a la primera semana se bajó una: tenía un
bebé de 7 meses. Abandona. A los días abandona la otra: tenía un chico chiquito.
Quedé yo. 45 días. Y cinco policías”.

45 días, sola, en una fábrica, con cinco policías.

Hoy Antonia Argota es la presidenta.


La ira

Subsistió más de un mes en el lugar donde había trabajado 25 años. La tenía
clara: “Sabía que si salía, ya estaba: perdíamos toda la lucha”. No se fue.
Afuera, en la calle, sus compañeros habían montado una carpa esperando el
momento para volver a entrar. Sumaron apoyo de otras cooperativas y fábricas, de
vecinos, de organizaciones sociales. Armaron ollas populares. Antonia no se
movía. “Un día se me acercó un señor policía, grande de edad, me agarró y me
dijo si podía hablar con él. Me dijo que nunca me acercara a la puerta, porque
había muchísima plata puesta para que me sacaran a la calle. Imaginate: ni me
acercaba”.

Antonia valora ese gesto. “Se hizo una convivencia”, recuerda. “Trajeron una
cafetera eléctrica para que tomemos café. Y una estufa, porque dormía arriba de
un banco con frazadas que me dieron los vecinos. Otras veces nos alcanzaban
fideos. Mis compañeros le daban a los policías la comida por una ventanita y
ellos me la traían”. Dice que los policías eran pagos: terminaban sus horarios
de trabajo y llegaban porque hacían adicionales. “Nunca vino un fiscal con una
orden de desalojo”, comenta. “Nosotros siempre dijimos que estábamos
resguardando nuestro lugar de trabajo y que estábamos cuidando las máquinas, que
son nuestra garantía de cobro de sueldos adeudados”.

Esa posición fue clave. “Legalmente también nos movimos bien”, expresa. Sin
embargo, fueron 45 días los que estuvo allí. “Es una cosa que vos no lo pensás”,
responde. “Son actos que nacen de adentro con la bronca, con la rabia.
Imaginate: entré a esta empresa cuando tenía 16 años, soltera. Me casé
trabajando en esta empresa, tuve mis hijas trabajando en esta empresa, tuve mi
nieto trabajando en esta empresa. Era una historia de mi vida, familiar: todo lo
que yo sé ahora y que puedo volcar al trabajo que hago lo aprendí estando en
esta empresa. Era una madre soltera, separada, con dos hijas, que trabajaba
sábado, domingo, feriado. Vivía acá, prácticamente”.

Sigue Antonia: “En ese momento pensás en todo y no pensás en nada. Los años que
trabajé acá no me los devolvía nadie. Y teníamos compañeras grandes. ¿A dónde
íbamos a ir? ¿Por qué nos hacían esto? Es la ira tuya la que te hace defenderte
y subsistir cada día. Vos te ponés más fuerte. Porque van pasando cosas, sí,
pero no: yo tengo que seguir parada y con la bandera en mano”.

Después de 45 días ingresaron todos los compañeros y compañeras

Empezaba otra batalla que sigue hasta hoy.

El Gran Hermano

Ocuparon la fábrica durante dos años y medio. De 2007 hasta 2009 la producción
estuvo parada. Dos años y medio sin trabajar ni ver un centavo. El impacto se
sintió: de 50 trabajadores quedaron 12. Algunos quedaban haciendo guardia, otros
salían a buscar trabajo. El fondo de desempleo ayudaba algo, pero tampoco mucho.
“Muchos compañeros eran grandes, no los querían tomar en ningún lado”, dice
Andrea Daquisto. El camino fue durísimo. En el transcurso de la lucha, uno de
los trabajadores (Rubén Palma) se enfermó. “Se fue agravando cada vez más
mientras más se estiraba esto. Quedó inválido. Murió de un infarto”.

En 2010 murió otro obrero: Hugo Cejas. “Salía a buscar trabajo y no lo querían
tomar en ningún lado por la edad. Tenía 54 años”, cuenta Antonia. “Eso le trajo
conflictos con su pareja. Empezó a entrar en un estado depresivo. Lo ayudamos
acompañándolo al médico, estando con él. Un día se fue y no regresó. Lo
encontraron después de varias horas. Se ahorcó en su casa”.

No fue fácil la supervivencia. Muchas de las trabajadoras dormían con sus hijos
en la fábrica durante sus turnos. Los niños iban al colegio y al jardín desde la
propia empresa. Se llevaban los guardapolvos, las mochilas, los útiles. “La vida
estaba totalmente cambiada”, sintetiza Josefina Argota, 16 años como obrera
textil, que hacía guardias los fines de semana. “Mi nene en ese momento tuvo que
hacer una historia para el colegio. Contó la historia de la cooperativa. Del
comienzo. La maestra le preguntó si era real lo que había escrito. Le dijo que
sí, que todo eso le había pasado a su mamá cuando cerró el patrón las puertas de
la fábrica y ella se quedó sin su fuente de trabajo. Gracias a esa historia se
llevó un 10”.

Salían a buscar cartón, botellas. Los chicos acompañaban. “Para ellos era una
experiencia de juego”, dice Claudia Bellini, 5 años en la cooperativa, venía a
acompañar a su madre. “Una no quería que pasaran por las cosas que pasamos
nosotras, por eso decíamos: ´Hagamos que sea para ellos un juego´. Así les
explicamos el valor de las cosas y el sacrificio que una tuvo que hacer”.

Argota: “La convivencia en ese tiempo fue como la casa de Gran Hermano”. No
bromea.

María Alejandra Gallo trabajó un año, se fue y volvió cuando se conformó la
cooperativa. Tiene experiencia en la familia: su papá es uno de los trabajadores
que recuperó Cristalerías San Justo, también en La Matanza. “¿Por qué apostar a
esto? Porque era lo que hacías y sabías que funcionaba. Había mucho trabajo. Sí,
está bien, había un patrón, pero las que trabajábamos éramos nosotras”.

Daquisto: “Gracias a nosotras él tenía lo que tenía”.

Gallo: “Lo más importante estaba, y era saber quién podía hacer el trabajo:
nosotras. Fue una alegría enorme el día que nos pusieron la luz y cuando
prendimos las máquinas para escuchar cómo andaban. Era una fiesta”.

Argota: “Te revuelve muchas cosas. Cuando nos trajeron la primera materia prima
después de dos años y medio, fue una alegría. Nos dio fuerza saber que estábamos
en nuestra fuente de trabajo y que éramos nosotros los que íbamos a remar y a
manejar esto entre todos los compañeros”.

Bellini: “Por eso cuesta hacerles entender a los nuevos que entrar a la
cooperativa que no van a hacer sólo su trabajo y allí va a terminar todo. A
veces hay poco entusiamo, pero es porque no la luchó y no estuvo para aguantarla
como estuvimos nosotras”.

Argota: “Piensan, a veces, que como es una cooperativa y no hay patrón pueden
hacer lo que quieren. Los horarios no lo respetan, porque piensan que nadie lo
va a controlar”.

Las mujeres están hablando de la disciplina de la autogestión.

Esa es otra batallas que siguen hasta hoy.

Una familia

La producción está detenida pero el trabajo no se detiene. Las goteras y las
intensas lluvias de las últimas semanas empujaron a un grupo de trabajadores a
arreglar el techo. Es en la terraza de la fábrica donde habla Ricardo Herrera,
31 años, 13 en la fábrica, hoy tesorero de la cooperativa: “El conflicto fue
duro. Aguantamos y apostamos, primero, por los compañeros, y después siempre
creí en la cooperativa, en que íbamos a salir adelante todos juntos. Y hoy
seguimos luchando, pese a las épocas buenas y malas. Cuando arrancamos no
sabíamos nada: sólo manejar una máquina. Y de ahí uno tenía que empezar a
reunirse con clientes, con proveedores. Uno se apichona, pero es hasta aprender
a pararse de igual a igual. Nosotros discutimos con grandes clientes que vienen
con saco y corbata, pero nosotros, con nuestra ropa de trabajo, tenemos que
hablarles de igual a igual”.

Gustavo Matías Gómez, 23 años, hincha de Almirante Brown, explica que esa
dignidad se construye día a día: “Cuesta hacerles entender a mis amigos qué es
trabajar en una cooperativa. Piensan que es una de las creada por el Estado.
´Ustedes se rascan todo el día. Total, siempre les van a pagar”, me dicen. Más
de una vez respondí: ´Vení una semana seguida a mi trabajo, fijate el esfuerzo
que hacemos para tener lo que tenemos y cobrar, no como vos, que por más que
hagas o no tu producción, a fin de mes vas a tener tu plata´. Si nosotros no
entregamos la producción en tiempo y forma, nos vamos a llevar menos a fin de
mes. Por eso tenemos que tirar todos para el mismo lado”.

Herrera: “No es que fuimos cooperativistas desde la cuna. Somos una empresa
recuperada. El patrón nos empujó a esto. Ahí nos fuimos instruyendo y cambiando
el pensamiento. Cuando estaba el patrón, venía y preguntaba las mismas cosas
ocho veces. No me interesaba. Si algo se rompía, tampoco. Hoy uno cuida sus
cosas como si fuera su casa. Y lo es: es nuestro segundo hogar”.

Qué hacer

Antonia habla y detrás suyo, sobre la repisa de una biblioteca, reposan una foto
con Néstor Kirchner y otra con Cristina Fernández. “Soy peronista desde la cuna.
Mi familia es peronista de Perón y de Evita. Mi abuela me cuenta que mi abuelo
estuvo preso cuando el peronismo estaba proscripto”.

En medio del silencio de las maquinarias, cuenta que pocas veces tramitaron
subsidios para la cooperativa. “Teníamos trabajo”, dice. Este fue el año que más
se movieron. El objetivo a mediano y largo plazo es tener materia prima propia y
producir una marca autónoma. Hacia allí se enfocarán las próximas demandas de la
fábrica. Aun así, la plata que sí pudieron recibir la invirtieron en los
respuestos de las máquinas: “Son muy caros”. Antonia subraya entonces dos
instancias clave en la lucha de las empresas recuperadas: el antes y el después.
El antes -clave, por supuesto- está signado por las batallas judiciales y
policiales. Los 45 días de Antonia adentro y la carpa afuera se convierten así
en una de las experiencias que condimentan la épica de un movimiento aún en
formación. El después es el presente, que también implica el futuro, y conlleva
nuevos aprendizajes cada día. Y dispara una pregunta: ¿cómo sostenemos la
autogestión?

“Uno de los problemas que tenemos es a la hora de hacer trámites”, responde
Antonia para ejemplificar una de las dificultades actuales que atraviesan al
sector. “Desde el Estado no pueden distinguir de las cooperativas creadas por el
propio Estado que las que nacen dentro de la economía social. Somos empresas
recuperadas, y cada vez que tenemos que tramitar algo debemos llevar la ley de
expropiación para que entiendan que no recibimos un sueldo del gobierno, sino
que nuestra plata sale de lo que trabajabamos mes a mes. Tampoco hay contadores
ni abogas que sepan trabajar y entiendan sobre cooperativas de trabajo dentro de
la economía social”.

Antonia, en medio del doloroso silencio de las máquinas textiles, deja una
enseñanza: “El sistema judicial y contable es uno solo. Y ahí hay que saber bien
qué decir y qué hacer”.

Esa es la batalla que sigue hasta hoy.


In
LAVACA
http://www.lavaca.org/notas/cooperativa-10-de-noviembre/
27/8/2015

Nenhum comentário:

Postar um comentário