sexta-feira, 4 de março de 2016

Aprendiendo de las empresas recuperadas




Erika González

OMAL





“Una empresa capitalista que se transforma en una gestionada colectivamente por
los trabajadores”. Así define el director del programa Facultad Abierta de la
Universidad de Buenos Aires, Andrés Ruggeri, las empresas recuperadas, un
fenómeno que tiene ya casi quince años de existencia en Argentina y “no es un
paraíso de la autogestión ni una isla en un mundo capitalista; está integrada en
el sistema”.


En su paso por Madrid la semana pasada, Ruggeri señalaba las cuestiones
centrales en las empresas recuperadas: los procesos de resistencia para
controlar los medios de producción, el problema no resuelto de la propiedad, la
autogestión como la única vía laboral, la solidaridad más allá del centro de
trabajo. Sin duda, del movimiento argentino de “empresas sin patrón” podemos
extraer muchos aprendizajes; veamos algunos de ellos.

1. Resistencia: En un contexto de crisis, tras la quiebra y el abandono de las
empresas por sus patrones, la perspectiva de la exclusión social determina la
búsqueda de opciones por una parte de las personas que estaban empleadas. Es
entonces cuando inician el proceso que se condensa en el lema de este
movimiento: “Ocupar, resistir, producir”. Generalmente, el primer paso que dan
los trabajadores y trabajadoras es “la toma”, es decir, la ocupación de las
empresas, lo que da lugar a un conflicto con el Estado y los dueños que intentan
proteger la propiedad privada. Así, quienes ocupan las fábricas, mercados,
colegios o restaurantes deben resistir los desalojos y la represión ejercida por
la policía, los jueces y los agresores contratados por los antiguos
propietarios. El objetivo final, ganar la legitimidad social y la autorización
legal para poner la empresa a producir bajo un modelo de autogestión.

2. Propiedad: Hasta ahora, el Estado argentino ha preferido rebajar la presión
social antes que garantizar la propiedad a los antiguos dueños de las empresas
recuperadas. Así es como ha sido relativamente fácil que se permitiera la
gestión colectiva de las instalaciones, pero eso no quiere decir que haya
cambiado la propiedad en sí. En la mayoría de los casos, lo que se ha logrado ha
sido el usufructo; por tanto, sigue existiendo una disputa por la propiedad. Si
el Estado, por el momento, no ha optado por ser muy beligerante frente a este
movimiento, es “porque se ha conseguido una elevada legitimidad social y por su
relativa debilidad actual”, dice Ruggeri. En el caso de que se amenacen
determinados intereses privados, cuando se intente recuperar una gran empresa,
por ejemplo la filial de una compañía transnacional, la respuesta estatal podría
ser muy distinta.

3. Autogestión: Una vez que se inicia la gestión colectiva de la producción
empieza una de las fases más duras. Y es que tienen que hacer frente a enormes
dificultades para reactivar instalaciones que están deterioradas, sin
financiación ni capital inicial con el que poner en marcha la actividad y sin
personal especializado en ámbitos como la ingeniería o la administración. Por
eso, muchas veces se quedan quienes no tienen otra opción y parten de la falta
de conocimientos en ámbitos clave para la producción y comercialización. En ese
contexto, el día a día de la empresa recuperada está lejos del ideal de la
autogestión: “No por ser una fábrica recuperada hay un colectivo que está
desarrollando la autogestión con convencimiento, sino que se está construyendo
en la práctica, con todas sus limitaciones”, apunta el investigador argentino.
Eso sí, el hecho de haber compartido momentos de gran conflictividad, como la
toma de la fábrica y la resistencia al desalojo, permite afrontar de forma más
igualitaria la reorganización del trabajo.

4. Democracia: Hay una gran variabilidad en las formas en las que se organizan
las empresas recuperadas: desde aquellas más horizontales hasta las que
mantienen estructuras jerárquicas, desde las que tienen en la asamblea el
principal espacio de toma de decisiones hasta otras donde el consejo de
administración tiene mucho peso. En cualquier caso, la asamblea es el recurso al
que acuden quienes están en la empresa recuperada para abordar decisiones con
las que no están de acuerdo. Un dato que Andrés Ruggeri ofrece al respecto: “El
50% de las fábricas recuperadas realizan una asamblea una vez por semana”. En
cuanto a la forma jurídica que adoptan, en su inmensa mayoría son cooperativas,
porque se adapta mejor a su realidad y por las ventajas legales que les ofrece.

5. Contradicción: Otra cuestión que no se puede dejar de lado son las
contradicciones que puede acarrear producir bienes y servicios para el mercado
capitalista: “El problema es que los tiempos y la intensidad del trabajo los
termina poniendo el mercado”. Así, no es posible abstraerse del modelo económico
porque tienen que conseguirse insumos, buscar crédito y establecer clientes para
comprar la producción. La situación se complica aún más cuando estas empresas
forman parte de cadenas de valor como, por ejemplo, las que fabrican piezas para
automóviles. El patrón no está entonces en el interior de la empresa, pero si su
“cliente” es una compañía transnacional esta se configura como un “nuevo patrón”
externo al que es más difícil de enfrentarse. Aún con todo, la forma en la que
se organizan, se relacionan y se toman las decisiones permite, generalmente,
romper con la lógica del máximo beneficio, imponiendo en su lugar lógicas de
solidaridad y equidad.

6. Solidaridad: “Ninguna empresa se recuperó solo con sus trabajadores, todas lo
hicieron porque hubo redes de solidaridad que les apoyaron”. De este modo
destaca Ruggeri la importancia del papel que han jugado los movimientos
populares y algunos sindicatos en las empresas recuperadas; las redes sociales
de los barrios, que se crearon a raíz de la crisis de 2001, han frenado el
desalojo de empresas y han aportado comida y recursos para sostener las
ocupaciones. A la vez, los trabajadores que reciben esa solidaridad la devuelven
de distintas formas; una de ellas, transformar la empresa en lo que se ha
llamado “fábrica abierta”, albergando actividades socioculturales llevadas a
cabo por diferentes colectivos que nada tienen que ver con el sector de
actividad de la empresa en cuestión. El hecho de apoyar a la comunidad local y a
organizaciones sociales permite una mayor fortaleza del movimiento de fábricas
recuperadas, especialmente ante de un posible intento de desalojo: “No es lo
mismo enfrentar a un conjunto de trabajadores que a una serie de organizaciones
sociales, educativas, culturales, de la comunidad que la rodea… Es un conflicto
social mucho más amplio, que los hace más fuertes”.

7. Alternativa: Como hemos dicho, la empresa recuperada parte de un proceso de
resistencia de los trabajadores y trabajadoras, cuestionando también la absoluta
prioridad de la propiedad privada sobre el bien común y poniendo en práctica
otras formas de gestionar la propiedad, la toma de decisiones y los beneficios
que, al final, nada tienen que ver con los modos habituales de la empresa
capitalista. Sin obviar, al mismo tiempo, las barreras externas e internas para
avanzar hacia una mayor democracia en la empresa, así como las limitaciones que
se derivan de poner en práctica la autogestión en el marco de un modelo
socioeconómico como el actual. Con todo ello, la experiencia de las empresas
recuperadas en Argentina aparece, con sus potencialidades no exentas de
contradicciones, como un espejo en el que mirarse a la hora de ir construyendo
alternativas económicas que posibiliten un sistema basado en la solidaridad, la
reciprocidad y el bien común.




Ecoportal.net

Fuente original: http://omal.info/

In
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=209545
3/3/2016

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