sexta-feira, 25 de março de 2016

Sindicatos y cooperativas, ¿regreso al futuro?




David García Aristegui

Diagonal





La mayor derrota que ha sufrido el sindicalismo en los últimos tiempos es la
cultural. No hay que minimizar en absoluto la represión, claro: hay que tener
muy presentes casos como el de Ana y Tamara, condenadas a tres años y un día de
cárcel por echar pintura a una piscina en una huelga de instalaciones deportivas
en 2010. O las funestas consecuencias legales de la huelga de 2012,
ejemplificadas en las condenas a compañeros como Alfon en Madrid, Carlos y
Carmen en Granada o Laura y Eva en Barcelona.

Y, para acabar, el caso paradigmático del SAT en Andalucía, con más de 600
compañeros sancionados y procesos judiciales que suman peticiones de más de 400
años de cárcel y más de un millón de euros en multas sólo entre 2011 y 2015.

Pero, insistimos, la derrota clave es la derrota cultural. Las y los
sindicalistas están preparadas para soportar y pelear las agresiones policiales
en la calle y las condenas en los juzgados, pero no para recibir lo que en la
guerra se conoce como "fuego amigo".

Dos ejemplos de estos ataques contra la lucha sindical desde compañeros que, al
menos aparentemente, parecían en el mismo lado de la barricada, son los de Ada
Colau y Pablo Iglesias.

Las declaraciones, actitud y posicionamiento de Ada Colau en la última huelga
del TMB, o con los trabajadores de las contratas de Movistar, han sido
clarificadoras acerca del papel que juegan los nuevos municipalismos y
ayuntamientos del cambio en el frente de la lucha de clases. Caretas fuera.

Pero lo que subyace en el proyecto estatal de Podemos, conviene ser analizado
con cierto detenimiento.

En el caso del periódico Público, que mandó al FOGASA a 126 trabajadores y luego
les impidió quedarse con la cabecera, Pablo Iglesias explicaba en su texto
¿Quiénes son los de abajo?:


"Teleoperadores, parados, empleadas del hogar, camareros, enfermeros,
trabajadores públicos de los que cobran menos del mil euros, profesores
interinos, estudiantes que ponen copas en negro para pagarse la matrícula,
chavales que reparten pizzas, cincuentones que jamás volverán a encontrar
trabajo, migrantes que trabajan en la agricultura, que se prostituyen, que
venden dvd's o que cuidan ancianos, falsos autónomos […] Ésos son los de abajo y
sólo la miopía de cierta izquierda puede insistir en agruparles a todos bajo la
etiqueta de obreros e invitarles a afiliarse a los sindicatos (ojalá pudieran).
Muchos de ellos ni siquiera pueden ejercer su derecho a la huelga".

El discurso de Iglesias es nítido.¿Por qué las y los trabajadores que enuncia no
pueden afiliarse a sindicatos? ¿Por qué no se pueden considerar obreras y
obreros? ¿Por qué no pueden organizarse para defenderse como trabajadores en el
mundo del trabajo?

Cuando hablamos de una derrota cultural del sindicalismo nos referimos a este
tipo de discursos, que de manera intencionada o no, olvidan toda la historia de
las luchas obreras y asimilan el sindicalismo a CCOO, UGT o el sindicato
corporativo o amarillo de turno.

Nega, del grupo de rap Los Chikos del Maíz, le respondió en La clase obrera hoy:
canis e informáticos, resaltando lo obvio: a pesar de que la actual composición
de clase del sector servicios y de su situación cada vez más precarizada, se
organizan en torno a sindicatos y, precisamente, es así como se logran, a través
de la lucha colectiva, condiciones laborales más dignas.

Pero volvamos de nuevo al texto de Iglesias. En su enumeración de realidades
laborales también añadía como grupos "no sindicalizables": "un bar con unos
amigos, o una cooperativa, o una pequeña empresa de servicios informáticos, o la
señora de la tienda de fruta, o un agricultor".

Aparecen las cooperativas, que están popularizándose como un opción laboral por
cada vez más personas, y que cuenta con el apoyo entusiasta tanto de
instituciones como de movimientos sociales. Pero… ¿qué es exactamente y qué
implica el cooperativismo? Y ¿cómo ha sido históricamente su relación con el
sindicalismo?

A pesar de que parezca un fenómeno novedoso, el cooperativismo es un viejo
conocido del movimiento obrero internacional. Suele marcarse el origen del
cooperativismo en Rochdale, en el norte de Inglaterra.

En 1844 se creó la Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale, que impulsó
la primera cooperativa de consumo, bajo la influencia directa de los postulados
de Owen y Fourier. En el Estado español, los introductores del cooperativismo
fueron fourieristas como Joakin Abreu o Fernando Garrido, fundador de la pionera
Asociación General de Abastos y Consumos en París junto con Proudhon y el propio
Fourier.

Las relaciones entre cooperativismo y el movimiento obrero en el estado español
fueron siempre muy conflictivas.

Para contextualizar la tensión entre cooperativismo y sindicalismo, es
interesante recordar, como ya alertó en su momento Kropotkin, que el dogma
liberal del laissez-faire se aplicaba únicamente en la libertad para hacer
negocios (aunque se hiciese en forma de una cooperativa).

Una libertad de "dejar hacer, dejar pasar" de la que jamás se benefició el
movimiento obrero, cuyas organizaciones sufrieron constantes ilegalizaciones,
cierre de locales, censura de periódicos, cárcel y ejecuciones de sus
militantes. Las iniciativas cooperativas proliferaban mientras la represión
política y sindical eran una receta cotidiana.

Como no podía ser menos, fue materia de reflexión del Congreso Obrero de
Barcelona de 1870, uno de los motores de impulso para la creación de la Primera
Internacional. En sus sesiones se tocaron varios temas fundamentales:

• Se acordó que las huelgas debían tener un carácter reivindicativo, que se
impulsaran siempre orientas a superar el mero corporativismo gremial, y que se
así se convirtieran en el instrumento más útil para lograr la revolución social.

• Se apostó por la creación de sindicatos de oficio, agrupados en Federaciones
Locales, que desde el punto de vista de los anarquistas, podrían servir como
embriones de los futuros órganos de gestión de los municipios y del país.
Paralelamente, la alianza de anarquistas (antipolíticos) y de sindicalistas
(apolíticos) propició la renuncia de las sociedades obreras a intervenir
colectivamente en la política institucional, una decisión que que no impedía la
acción política individual de sus afiliados.

• Finalmente, se habló de cooperativas. Después de una gran polémica, sólo se
aceptó la existencia de las cooperativas de consumo, no así las de producción.
Caracterizadas claramente y sin ambages las cooperativas como de "institución
burguesa", a nivel organizativo el cooperativismo pasaría a ocupar un segundo
plano dentro de las tareas de las sociedades obreras y los sindicatos
emergentes. Aunque, en un extraño giro del Congreso, el dictamen final recogía
que "la cooperación de producción con la universal federación de asociaciones
productoras es la gran fórmula del gobierno del porvenir, y de aquí también la
utilidad de ir cultivando este ramo para adquirir hábitos prácticos de manejo de
negocios con aplicación a la sociedad futura". La polémica en torno a las
cooperativas como apuesta táctica o estratégica acompañó desde entonces al
sindicalismo revolucionario.

A pesar de que el capitalismo y los estados han evolucionado mucho desde 1870,
no podemos decir lo mismo de las respuestas políticas y organizativas que está
dando la clase trabajadora. De hecho, podría decirse que estamos volviendo a
formas de lucha pre-sindicales, de una suerte de mutualismo primitivo y
recuperación acrítica de las propuestas políticas del socialismo utópico.

Si a finales del siglo XIX el sector mayoritario del sindicalismo revolucionario
desechó la participación política, las huelgas corporativistas y la centralidad
de las cooperativas como herramientas de lucha revolucionaria, ahora mismo nos
encontramos en los movimientos sociales en el escenario opuesto.

Si en el seno de la Primera Internacional se veía con malos ojos las cajas de
resistencia –entendiendo que tenían un carácter desmovilizador a medio plazo
allí donde no pudieran articularse– hoy se presenta como una "novedad sindical"
el Correscales, "un crowdfunding de ayuda mutua más grande contra la
precarización".

O hay quien caracteriza a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca como un
nuevo tipo de sindicalismo o de "sindicalismo 2.0", cuando en realidad no es más
que una actualización de las antiguas Sociedades de Socorros Mutuos, ya que no
se plantea su actividad enmarcada en la lucha de clases o, al menos, dirigida a
la raíz del problema: el mercado de trabajo.

Por tanto, desgraciadamente, no se están perfilando nuevas formas de
sindicalismo, ya que el proceso que se está dando es un peculiar regreso a
formas proto-sindicales (el contexto es de fuerzas del cambio que no son "ni de
izquierdas ni de derechas", recordemos), lo que evidencia la enorme derrota que
ha sufrido la clase trabajadora a nivel ideológico, político y organizativo.

David García Aristegui, , autor de "¿Por qué Marx no habló de copyright?".

El autor agradece las aportaciones del foro de Laboral de Alasbarricadas.org

Artículo publicado originalmente en Directa.
Fuente:
http://www.diagonalperiodico.net/movimientos/29798-sindicatos-y-cooperativas-regreso-al-futuro.html

In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=210363
25/3/2016

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