quinta-feira, 24 de março de 2016

Ilusiones progresistas devoradas por la crisis




Jorge Beinstein



La coyuntura global está marcada por una crisis deflacionaria motorizada por las
grandes potencias. La caída de los precios de las commodities, cuyo aspecto más
llamativo fue, desde mediados del 2014, la de las cotizaciones del petróleo,
descubre el desinfle de la demanda internacional mientras tanto se estanca la
ola financiera, muleta estratégica del sistema durante las últimas cuatro
décadas. La crisis de la financierización de la economía mundial va ingresando
de manera zigzageante en una zona de depresión, las principales economías
capitalistas tradicionales crecen poco o nada[1] y China se desacelera
rápidamente. Frente a ello Occidente despliega su último recurso: el aparato de
intervención militar integrando componentes armadas profesionales y mercenarias,
mediáticas y mafiosas articuladas como “Guerra de Cuarta Generación” destinada a
destruir sociedades periféricas para convertirlas en zonas de saqueos. Es la
radicalización de un fenómeno de larga duración de decadencia sistémica donde el
parasitismo financiero y militar se fue convirtiendo en el centro hegemónico de
Occidente.



No presenciamos la “recomposición” política-económica-militar del sistema como
lo fue la reconversión keynesiana (militarizada) de los años 1940 y 1950 sino su
degradación general. La mutación parasitaria del capitalismo lo convierte en un
sistema de destrucción de fuerzas productivas, del medio ambiente, y de
estructuras institucionales donde las viejas burguesías se van transformando en
círculos de bandidos, novedoso encumbramiento planetario de lumpenburguesías
centrales y periféricas.



La declinación del progresismo



Inmersa en este mundo se despliega la coyuntura latinoamericana donde convergen
dos hechos notables: la declinación de las experiencias progresistas y la
prolongada degradación del neoliberalismo que las precedió y las acompañó desde
países que no entraron en esa corriente de la que ahora ese neoliberalismo
degradado aparece como el sucesor.



Los progresismos latinoamericanos se instalaron sobre la base de los desgastes y
en ciertos casos de las crisis de los regímenes neoliberales y cuando llegaron
al gobierno los buenos precios internacionales de las materias primas sumados a
políticas de expansión de los mercados internos les permitieron recomponer la
gobernabilidad.



El ascenso progresista se apoyó en dos impotencias; la de la derechas que no
podían asegurar la gobernabilidad, colapsadas en algunos casos (Bolivia en 2005,
Argentina en 2001-2002, Ecuador en 2006, Venezuela en 1998) o sumamente
deterioradas en otros (Brasil, Uruguay, Paraguay) y la impotencia de las bases
populares que derrocaron gobiernos, desgastaron regímenes pero que incluso en
los procesos más radicalizados no pudieron imponer revoluciones,
transformaciones que fueran más allá de la reproducción de las estructuras de
dominación existentes.



En los casos de Bolivia y Venezuela los discursos revolucionarios acompañaron
prácticas reformistas plagadas de contradicciones, se anunciaban grandes
transformaciones pero las iniciativas se embrollaban en infinitas idas y
venidas, amagos, desaceleraciones “realistas” y otras astucias que expresaban el
temor profundo a saltar las vallas del capitalismo. Ello no solo posibilitó la
recomposición de las derechas sino también la proliferación a nivel estatal de
podredumbres de todo tipo, grandes corrupciones y pequeñas corruptelas.



Venezuela aparece como el caso más evidente de mezcla de discursos
revolucionarios, desorden operativo, transformaciones a medio camino y
autobloqueos ideológicos conservadores. No se consiguió encaminar la transición
revolucionaria proclamada (más bien todo lo contrario) aunque si se logró
caotizar el funcionamiento de un capitalismo estigmatizado pero de pie,
obviamente los Estados Unidos promueven y aprovechan esa situación para avanzar
en su estrategia de reconquista del país. El resultado es una recesión cada vez
más grave, una inflación descontrolada, importaciones fraudulentas masivas que
agravan la escasez de productos y la evasión de divisas que marcan a una
economía en crisis aguda[2].



En Brasil el zigzagueo entre un neoliberalismo “social” y un keynesianismo light
casi irreconocible fue reduciendo el espacio de poder de un progresismo que
desbordaba fanfarronería “realista” (incluida su astuta aceptación de la
hegemonía de los grupos económicos dominantes). La dependencia de las
exportaciones de commodities y el sometimiento a un sistema financiero local
transnacionalizado terminaron por bloquear la expansión económica, finalmente la
combinación de la caída de los precios internacionales de las materias primas y
la exacerbación del pillaje financiero precipitaron una recesión que fue
generando una crisis política sobre la que empezaron a cabalgar los promotores
de un “golpe blando” ejecutado por la derecha local y monitoreado por los
Estados Unidos.



En Argentina el “golpe blando” se produjo protegido por una máscara electoral
forjada por una manipulación mediática desmesurada, el progresismo kirchnerista
en su última etapa había conseguido evitar la recesión aunque con un crecimiento
económico anémico sostenido por un fomento del mercado interno respetuoso del
poder económico. También fue respetada la mafia judicial que junto a la mafia
mediática lo acosaron hasta desplazarlo políticamente en medio de una ola de
histeria reaccionaria de las clases altas y del grueso de las clases medias.



En Bolivia Evo Morales sufrió su primera derrota política significativa en el
referéndum sobre reelección presidencial, su llegada al gobierno marcó el
ascenso de las bases sociales sumergidas por el viejo sistema racista colonial.
Pero la mezcla híbrida de proclamas antiimperialistas, postcapitalistas e
indigenistas con la persistencia del modelo minero-extractivista de deterioro
ambiental y de comunidades rurales y del burocratismo estatal generador de
corrupción y autoritarismo terminaron por diluir el discurso del “socialismo
comunitario”. Quedó así abierto el espacio para la recomposición de las elites
económicas y la movilización revanchista de las clases altas y su séquito de
clases medias penetrando en un vasto abanico social desconcertado.



Ahora las derechas latinoamericanas van ocupando las posiciones perdidas y
consolidan las preservadas, pero ya no son aquellas viejas camarillas
neoliberales optimistas de los años 1990, han ido mutando a través de un
complejo proceso económico, social y cultural que las ha convertido en
componentes de lumpenburguesías nihilistas embarcadas en la ola global del
capitalismo parasitario.



Grupos industriales o de agrobusiness fueron combinando sus inversiones
tradicionales con otras más rentables pero también más volátiles: aventuras
especulativas, negocios ilegales de todo tipo (desde el narco hasta operaciones
inmobiliarias opacas pasando por fraudes comerciales y fiscales y otros
emprendimientos turbios) convergiendo con “inversiones” saqueadoras provenientes
del exterior como la megaminería o las rapiñas financieras.



Dicha mutación tiene lejanos antecedentes locales y globales, variantes
nacionales y dinámicas específicas, pero todas tienden hacia una configuración
basada en el predominio de elites económicas sesgadas por la “cultura
financiera-depredadora” (cortoplacismo, desarraigo territorial, eliminación de
fronteras entre legalidad e ilegalidad, manipulación de redes de negocios con
una visión más próxima al videojuego que a la gestión productiva y otras
características propias del globalismo mafioso) que disponen del control
mediático como instrumento esencial de dominación rodeándose de satélites
políticos, judiciales, sindicales, policiales-militares, etc.



¿Restauraciones conservadoras o instauraciones de neofascismos coloniales?



Por lo general el progresismo califica a sus derrotas o amenazas de derrotas
como victorias o peligros de regreso del pasado neoliberal, también suele
utilizarse el término “restauración conservadora”, pero ocurre que esos
fenómenos son sumamente innovadores, tienen muy poco de “conservadores”. Cuando
evaluamos a personajes como Aecio Neves, Mauricio Macri o Henrique Capriles no
encontramos a jefes autoritarios de elites oligárquicas estables sino a
personajes completamente inescrupulosos, sumamente ignorantes de las tradiciones
burguesas de sus países (incluso en ciertos casos con miradas despreciativas
hacia las mismas), aparecen como una suerte de mafiosos entre primitivos y
posmodernos encabezando políticamente a grupos de negocios cuya norma principal
es la de no respetar ninguna norma (en la medida de lo posible).



Otro aspecto importante de la coyuntura es el de la irrupción de movilizaciones
ultra-reaccionarias de gran dimensión donde las clases medias ocupan un lugar
central. Los gobiernos progresistas suponían que la bonanza económica
facilitaría la captura política de esos sectores sociales pero ocurrió lo
contrario: las capas medias se derechizaban mientras ascendían económicamente,
miraban con desprecio a los de abajo y asumían como propios los delirios
neofascistas de los de arriba. El fenómeno sincroniza con tendencias
neofascistas ascendentes en Occidente, desde Ucrania hasta los Estados Unidos
pasando por Alemania, Francia, Hungría, etc., expresión cultural del
neoliberalismo decadente, pesimista, de un capitalismo nihilista ingresando en
su etapa de reproducción ampliada negativa donde el apartheid aparece como la
tabla de salvación.



Pero este neofascismo latinoamericano incluye también la reaparición de viejas
raíces racistas y segregacionistas que habían quedado tapadas por las crisis de
gobernabilidad de los gobiernos neoliberales, la irrupción de protestas
populares y las primaveras progresistas. Sobrevivieron a la tempestad y en
varios casos resurgieron incluso antes del comienzo de la declinación del
progresismo como en Argentina el egoísmo social de la época de Menem o el
gorilismo racista anterior, en Bolivia el desprecio al indio y en casi todos los
casos recuperando restos del anticomunismo de la época de la Guerra Fría.
Supervivencias del pasado, latencias siniestras ahora mezcladas con las nuevas
modas.



Una observación importante es que el fenómeno asume características de tipo
“contrarrevolucionario”, apuntando hacia una política de tierra arrasada, de
extirpación del enemigo progresista, es lo que se ve actualmente en Argentina o
lo que promete la derecha en Venezuela o Brasil, la blandura del contrincante,
sus miedos y vacilaciones excitan la ferocidad reaccionaria. Refiriéndose a la
victoria del fascismo en Italia Ignazio Silone la definía como una
contrarrevolución que había operado de manera preventiva contra una amenaza
revolucionaria inexistente[3]. Esa no existencia real de amenaza o de proceso
revolucionario en marcha, de avalancha popular contra estructuras decisivas del
sistema desmoronándose o quebradas, envalentona (otorga sensación de impunidad)
a las elites y su base social.



La marea contrarrevolucionaria es uno de los resultados posibles de la
descomposición del sistema imponiendo de manera exitosa en algunos casos del
pasado proyectos de recomposición elitista, en el caso latinoamericano expresa
descomposición capitalista sin recomposición a la vista.



Si el progresismo fue la superación fracasada del fracaso neoliberal, este
neofascismo subdesarrollado exacerba ambos fracasos inaugurando una era de
duración incierta de contracción económica y desintegración social. Basta ver lo
ocurrido en Argentina con la llegada de Macri a la presidencia: en unas pocas
semanas el país pasó de un crecimiento débil a una recesión que se va agravando
rápidamente producto de un gigantesco pillaje, no es difícil imaginar lo que
puede ocurrir en Brasil o en Venezuela que ya están en recesión si la derecha
conquista el poder político.



La caída de los precios de las commodities y su creciente volatilidad, que la
prolongación de la crisis global seguramente agravará, han sido causas
importantes del fracaso progresista y aparecen como bloqueos irreversibles de
los proyectos de reconversión elitista-exportadora medianamente estables. Las
victorias derechistas tienden a instaurar economías funcionando a baja
intensidad, con mercados internos contraídos e inestables, eso significa que la
supervivencia de esos sistemas de poder dependerá de factores que las mafias
gobernantes pretenderán controlar. En primer término el descontento de la mayor
parte de la población aplicando dosis variables de represión, legal e ilegal,
embrutecimiento mediático, corrupción de dirigentes y degradación moral de las
clases bajas. Se trata de instrumentos que la propia crisis y la combatividad
popular pueden inutilizar, en ese caso el fantasma de la revuelta social puede
convertirse en amenaza real.



La estrategia imperial



Los Estados Unidos desarrollan una estrategia de reconquista de América Latina
aplicándola de manera sistemática y flexible. El golpe blando en Honduras fue el
puntapié inicial al que le siguió el golpe en Paraguay y un conjunto de acciones
desestabilizadoras, algunas muy agresivas, de variado éxito que fueron avanzando
al ritmo de las urgencias imperiales y del desgaste de los gobiernos
progresistas. En varios casos las agresiones más o menos abiertas o intensas se
combinaron con buenos modales que intentaban vencer sin violencias militar o
económica o sumando dosis menores de las mismas con operaciones domesticadoras.
Donde no funcionaba eficazmente la agresión empezó a ser practicado el ablande
moral, se implementaron paquetes persuasivos de configuración variable
combinando penetración, cooptación, presión, premios y otras formas retorcidas
de ataque psicológico-político.



El resultado de ese despliegue complejo es una situación paradojal: mientras los
Estados Unidos retroceden a nivel global en términos económicos y geopolíticos,
van reconquistando paso a paso su patio trasero latinoamericano. La caída de
Argentina ha sido para el Imperio una victoria de gran importancia trabajada
durante mucho tiempo a lo que es necesario agregar tres maniobras decisivas de
su juego regional: el sometimiento de Brasil, el fin del gobierno chavista en
Venezuela y la rendición negociada de la insurgencia colombiana. Cada uno de
estos objetivos tiene un significado especial:



La victoria imperialista en Brasil cambiaría dramáticamente el escenario
regional y produciría un impacto negativo de gran envergadura al bloque BRICS
afectando a sus dos enemigos estratégicos globales: China y Rusia. La victoria
en Venezuela no solo le otorgaría el control del 20 % de las reservas
petrolíferas del planeta (la mayor reserva mundial) sino que tendría un efecto
dominó sobre otros gobiernos de la región como los de Bolivia, Ecuador y
Nicaragua y perjudicaría a Cuba sobre la que los Estados Unidos están
desplegando una suerte de abrazo de oso.



Finalmente la extinción de la insurgencia colombiana además de despejar el
principal obstáculo al saqueo de ese país le dejaría las manos libres a sus
fuerzas armadas para eventuales intervenciones en Venezuela. Desde el punto de
vista estratégico regional el fin de la guerrilla colombiana sacaría del
escenario a una poderosa fuerza combatiente que podría llegar a operar como un
mega-multiplicador de insurgencias en una región en crisis donde la
generalización de gobiernos mafioso-derechistas agravará la descomposición de
sus sociedades. Se trata tal vez de la mayor amenaza estratégica a la dominación
imperial, de un enorme peligro revolucionario continental, es precisamente esa
dimensión latinoamericana del tema lo que ocultan los medios de comunicación
dominantes.



Decadencia sistémica y perspectivas populares



Más allá de la curiosa paradoja de un imperio decadente reconquistando su
retaguardia territorial, desde el punto de vista de la coyuntura global, de la
decadencia sistémica del capitalismo, la generalización de gobiernos
pro-norteamericanos en América Latina puede ser interpretada superficialmente
como una gran victoria geopolítica de los Estados Unidos aunque si profundizamos
el análisis e introducimos por ejemplo el tema del agravamiento de la crisis
impulsada por esos gobiernos tenderíamos a interpretar al fenómeno como
expresión específica regional de la decadencia del sistema global.



El alejamiento del estorbo progresista puede llegar a generar problemas mayores
a la dominación imperial, si bien las inclusiones sociales y los cambios
económicos realizados por el progresismo fueron insuficientes, embrollados,
estuvieron impregnados de limitaciones burguesas y si su autonomía en materia de
política internacional tuvo una audacia restringida; lo cierto es que su
recorrido ha dejado huellas, experiencias sociales , dignificaciones (suprimidas
por la derecha) que serán muy difícil extirpar y que en consecuencia pueden
llegar a convertirse en aportes significativos a futuros (y no tan lejanos)
desbordes populares radicalizados.



La ilusión progresista de humanización del sistema, de realización de reformas
“sensatas” dentro de los marcos institucionales existentes, puede pasar de la
decepción inicial a una reflexión social profunda, crítica de la
institucionalidad mafiosa, de la opresión mediática y de los grupos de negocios
parasitarios. Ello incluye a la farsa democrática que los legitima. En ese caso
la molestia progresista podría convertirse tarde o temprano en huracán
revolucionario no porque el progresismo como tal evolucione hacia la radicalidad
anti-sistema sino porque emergería una cultura popular superadora, desarrollada
en la pelea contra regímenes condenados a degradarse cada vez más.



En ese sentido podríamos entender uno de los significados de la revolución
cubana, que luego se extendió como ola anticapitalista en América Latina, como
superación crítica de los reformismos nacionalistas democratizantes fracasados
(como el varguismo en Brasil, el nacionalismo revolucionario en Bolivia, el
primer peronismo en Argentina o el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala). La
memoria popular no puede ser extirpada, puede llegar a hundirse en una suerte de
clandestinidad cultural, en una latencia subterránea digerida misteriosamente,
pensada por los de abajo, subestimada por los de arriba, para reaparecer como
presente, cuando las circunstancias lo requieran, renovada, implacable.



- Jorge Beinstein es economista argentino, docente de la Universidad de Buenos
Aires.

jorgebeinstein@gmail.com






[1] Si consideramos el último lustro (2010-2014) el crecimiento
promedio real de la economía de Japón ha sido del orden del 1,5 %, la de Estados
Unidos 2,2 % y la de Alemania 2 % (Fuente: Banco Mundial).


[2] Un buen ejemplo es el de la “importación” de fármacos donde empresas
multinacionales como Pfizer, Merck y P&G hacen fabulosos negocios ilegales ante
un gobierno “socialista” que les suministra dólares a precios preferenciales.
Con un juego de sobrefacturaciones, sobreprecios e importaciones inexistentes
las empresas farmacéuticas habían importado en 2003 unas 222 mil toneladas de
productos por los que pagaron 434 millones de dólares (unos 2 mil dólares por
tonelada), en 2010 las importaciones bajaron a 56 mil toneladas y se pagaron
3410 millones de dólares (60 mil dólares la tonelada) y en 2014 las
importaciones descendieron aún más a 28 mil toneladas y se pagaron 2400 millones
de dólares (un poco menos de 87 mil dólares la tonelada). Como bien lo señala
Manuel Sutherland de cuyo estudio extraigo esa información: “lejos de plantearse
la creación de una gran empresa estatal de producción de fármacos, el gobierno
prefiere darles divisas preferenciales a importadores fraudulentos, o confiar en
burócratas que realizan importaciones bajo la mayor opacidad”. Manuel
Sutherland, “2016: La peor de las crisis económicas, causas, medidas y crónica
de una ruina anunciada”, CIFO, Caracas 2016.


[3] Ignazio Silone, “L'École des dictateurs”, Collection Du monde entier,
Gallimard, París 1964.


In
ALAINET
http://www.alainet.org/es/articulo/176210
21/3/2016

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