quarta-feira, 16 de março de 2016

La caída de la demanda: ¿secuela reptando la realidad?



Immanuel Wallerstein



La ideología neoliberal ha dominado el discurso mundial durante los primeros 15
años del siglo XXI. El mantra ha sido que la única política viable para
gobiernos y movimientos sociales era otorgar prioridad a algo conocido como
mercado. La resistencia a esta creencia se volvió mínima, en tanto partidos y
movimientos que se dicen a sí mismos de izquierda, o por lo menos de
centro-izquierda, abandonaron su tradicional énfasis en medidas propias de un
Estado de bienestar y aceptaron la validez de esta posición orientada al
mercado. Arguyeron que por lo menos se podría suavizar su impacto reteniendo
alguna pequeña parte de las históricas redes de seguridad construidas por más de
150 años.

La política resultante fue una que radicalmente redujo el nivel de impuestos
para los sectores más acaudalados de la población, lo que por tanto incrementó
la brecha del ingreso entre este sector acaudalado y el resto de la población.
Las firmas, en especial las grandes, pudieron incrementar sus niveles de
ganancia reduciendo o dislocando sus empleos.

La justificación ofrecida por sus proponentes fue que, con el tiempo, esta
política volvería a crear los empleos que se habían perdido y que habría algún
efecto de derrama del valor incrementado que podría crearse si se permitía que
el mercado prevaleciera. El llamado mercado nunca fue una fuerza independiente
de la política. Pero esta verdad elemental fue diligentemente pasada por alto o,
si alguna vez se le discutía, se le negaba con ferocidad.

¿Terminó aquel día? ¿Hay lo que en un reciente artículo de Le Monde se le llama
un regreso tímido de las instituciones del establishment a una preocupación por
sostener la demanda? Ocurrieron por lo menos dos signos de esto, ambos de peso
considerable. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha sido por mucho tiempo el
pilar más fuerte de la ideología neoliberal, e impone sus requisitos a todos los
gobiernos que le solicitan préstamos. No obstante, en un memorándum emitido el
24 de febrero de 2016, el Fondo Monetario Internacional expresó sus
preocupaciones en público en relación con lo anémica que se ha tornado la
demanda. Urgió a que los ministros de Finanzas del G-20 se movieran más allá de
las políticas monetarias para dar aliento a las inversiones en vez de a los
ahorros, para sostener la demanda creando empleos. Esto significa un viraje muy
fuerte para el FMI.

Más o menos al mismo tiempo (el 18 de febrero), la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el segundo pilar en importancia
en cuanto a ideología neoliberal, difundió un memorándum anunciando un viraje
semejante. Y dijo que era urgente involucrarse colectivamente en acciones que
pudieran sostener la demanda mundial.

Por eso mi pregunta: ¿se cuela reptando la realidad? Bueno, sí, aunque sólo sea
tímidamente. El hecho es que, a escala global, el crecimiento prometido en
producción de valor agregado no ha ocurrido. Por supuesto la caída es dispareja.
China sigue creciendo, aunque sea a un ritmo reducido, uno que amenaza con caer
aún más. Estados Unidos parece seguir creciendo, en gran medida porque,
relativamente, el dólar sigue pareciendo el lugar más seguro para que los
gobiernos y los ricos estacionen su dinero. Pero la deflación parece haberse
vuelto la realidad dominante de casi toda Europa y de casi todas las llamadas
economías emergentes del sur global.


Ahora todos estamos en un juego de espera. ¿Acaso las tímidas jugadas
recomendadas por el FMI y la OCDE restañarán la realidad de una demanda mundial
en declive? ¿Podrá resistir el dólar una ulterior pérdida de la confianza en su
capacidad para ser un repositorio estable del valor? ¿O nos movemos hacia un
alocado vaivén mucho mayor y más severo en el llamado mercado, con todas las
consecuencias políticas que esto sin duda acarreará?

Una caída en la demanda mundial es la consecuencia directa de una reducción en
el empleo mundial. En los últimos 200, inclusive 500 años, cada vez que había un
cambio tecnológico que desaparecía empleos en alguno de los sectores
productivos, los obreros que estaban perdiendo su empleo resistieron estos
cambios. Quienes resistían se involucraron en las llamadas demandas ludditas de
mantener la tecnología previa.

Políticamente, la resistencia luddita siempre ha demostrado ser infructuosa. Las
fuerzas del establishment dijeron siempre que se crearían nuevos empleos en
reemplazo de aquellos que se perdieron, y que se renovaría el crecimiento. Y era
cierto. De hecho se crearon nuevos empleos –pero no entre los trabajadores de
cuello azul. Más bien los nuevos empleos fueron trabajos de cuello blanco. Como
resultado, y en el más largo plazo, la economía-mundo vio una reducción en los
empleos de cuello azul y un aumento significativo en el porcentaje de los
trabajadores de cuello blanco.

Se ha asumido siempre que los empleos de cuello blanco estaban exentos de
eliminación. Se suponía que estos empleos requerían interacciones de humanos con
otros humanos. Se pensaba que no había máquinas que pudieran reemplazar al
trabajador humano. Bueno, eso ya no es así.

Ha habido un gran avance tecnológico que permite que las máquinas realicen
cálculos de enormes cantidades de datos que hasta ahora fueron el ámbito de
asesores financieros de nivel bajo. De hecho estas máquinas están en camino de
eliminar puestos de trabajo de esos empleos de cuello blanco de nivel bajo. Con
seguridad, esto todavía no ha afectado a los que podrían llamarse puestos de
supervisión o mayor nivel. Pero uno puede ver para dónde sopla el viento.

Cuando los puestos de cuello blanco eran eliminados o reducidos en número, de
hecho fueron reemplazados por nuevos puestos de cuello blanco. Sin embargo,
ahora, cuando desaparecen puestos de cuello blanco, ¿dónde está el contenedor de
los nuevos empleos que vayan a crearse? Y si no pueden ser localizados, el
efecto global es que disminuyen severamente la demanda efectiva.

Sin embargo, la demanda efectiva es el sine qua non del capitalismo como sistema
histórico. Sin una demanda efectiva, no puede haber acumulación de capital. Ésta
es la realidad que parece colarse reptando. No sorprende entonces que se
expresen las preocupaciones. Pero no es probable que los tímidos intentos de
lidiar con esta nueva realidad hagan, de hecho, una diferencia. La crisis
estructural de nuestro sistema está en plena expansión. La gran pregunta no es
si podemos reparar el sistema, sino con qué vamos a reemplazarlo.

Traducción: Ramón Vera Herrera

In
La Jornada
http://www.jornada.unam.mx/2016/03/12/opinion/018a1mun
12/3/2016

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