sexta-feira, 11 de março de 2016

¿Revolución de la robótica o estancamiento de la productividad?




Paula Bach

La Izquierda Diario


Posiciones antagónicas. Factores que revolucionan la vida vs. rendimiento del
trabajo. El sentido de una paradoja. Robots en todas partes salvo en las
estadísticas.
El debate sobre el lugar de la robótica, la inteligencia artificial, la genética
y otras tecnologías de punta en el destino de la economía capitalista, abrió
paso a dos posiciones claramente antagónicas en la teoría oficial.

Por un lado están quienes señalan que las nuevas tecnologías se hallan a punto
de dar paso a una gigante transformación en la productividad generando una nueva
revolución industrial, partera de un período de auge económico. Los promotores
de esta tesis, entre ellos los especialistas Erik Brinjolfsson y Andrew MacAfee,
autores de The Second Machine Age, argumentan -como sintetiza Michel Husson- que
las nuevas tecnologías traen consigo “una buena y una mala”. La buena es que
beneficiará a los consumidores a través de una reducción de precios, la mala es
que en el transcurso de las décadas venideras se perderá una parte considerable
del empleo como consecuencia del reemplazo de trabajo humano por robots. Según
los autores y como cita Michael Roberts “nos estamos dirigiendo hacia un mundo
en el que habrá mucho más riqueza y mucho menos trabajo”. En concordancia con
esta tesis, estudios mencionados también por Roberts, auguran una pérdida de 7,1
millones de empleos –no por crisis, sino por auge económico, aclaremos- en las
15 principales economías durante los próximos cinco años al tiempo que se
crearán sólo dos millones de puestos nuevos.

Pero por otro lado están quienes podrían englobarse bajo la denominación de
“escépticos” de un futuro próspero resultante del concurso entre tecnología y
crecimiento económico. Autores como Robert Gordon –un muy importante
especialista norteamericano en productividad-, invierten la causalidad. En The
rise and fall of American Growth –un libro de reciente publicación, centrado en
la tendencia económica de Estados Unidos- Gordon argumenta contra los
“tecno-optimistas”. Aunque alberga cierto pesimismo con respecto a la
potencialidad de las actuales invenciones, su rechazo a la idea de un futuro
despegue espectacularmente rápido de la productividad se sustenta en lo esencial
en dos factores. La debilidad del crecimiento de la productividad en la década
previa por un lado y aquello que denomina los “vientos en contra” que afectan a
la economía, por el otro. La combinación de estas dos circunstancias es lo que
lo lleva a presagiar, a la inversa de los tecno-optimistas, un crecimiento
económico futuro más débil que en el pasado. Es de notar que lejos de la
perspectiva de “fin del trabajo”, Gordon identifica la escasez de mano de obra
debida al bajo crecimiento poblacional, como uno de los “vientos en contra”
explicativos de la actual fragilidad económica.

A los fines del análisis es necesario dividir el problema de la productividad de
aquel del trabajo aún cuando componen, sin duda, un mismo asunto. Por razones de
espacios comenzaremos con el primer problema y abordaremos ambos en distintas
entregas.

El sentido de la paradoja de Solow

Aunque es generalizada la idea del despliegue de un avance tecnológico arrasador
durante las últimas décadas, es preciso realizar una distinción. Una cosa es el
desarrollo indiscutible de factores que revolucionaron gran parte de la vida en
la tierra como la informática y la telefonía celular u otros que prometen nuevas
transformaciones como las impresoras 3D, la robótica o la genética. Pero otra
cosa muy distinta es en qué medida dichos elementos tuvieron la capacidad de
modificar el rendimiento de la producción en su conjunto o, dicho de otro modo,
la productividad del trabajo. Aunque la productividad por supuesto se incrementó
durante las últimas décadas, su crecimiento se viene gestando a un ritmo
decreciente desde los años ’70, como lo confirman una multiplicidad de fuentes.
De acuerdo con los datos que aporta Gordon, mientras la tasa de incremento del
producto por hora creció en Estados Unidos a un ritmo del 2,82% anual en el
período que se extiende entre 1920 y 1970, lo hizo a un ritmo bastante más
reducido del 1,62% en el período comprendido entre los años 1970/2014. Si se
toma en cuenta el concepto discutible pero muy en boga en la teoría económica de
Productividad Total de los Factores (PTF) que mide la velocidad a la que crece
la producción en relación con el incremento de trabajo e insumos de capital
incorporados, en Estados Unidos esta tasa se incrementó después de 1970 en
apenas un tercio de lo que lo hizo entre 1920 y 1970. Por su parte Gabyn Davies
muestra que la productividad agregada de los países del G7 marca una tendencia
declinante contrayendo su ritmo de crecimiento hasta 2,5% durante la década del
’70 si se la compara con un valor cercano al 4% alcanzado durante la década del
60’ y llegando posteriormente a rozar el 1% durante la década del 2000.

Precisamente la contradicción entre la presencia significativa de novedosos
medios tecnológicos y su escaso impacto sobre la productividad originó lo que
hacia 1995 Robert Solow definió como la paradoja que lleva su nombre. Decía
Solow que “Podemos ver la era de las computadoras en todos lados, menos en las
estadísticas de productividad”. No obstante, es cierto que poco tiempo más tarde
las estadísticas comenzaban a reflejar la comunión entre los ordenadores
personales y las comunicaciones bajo la forma de Internet, la navegación web y
el correo electrónico. Como apunta Gordon entre 1996 y 2004 la productividad
dobló la tasa de crecimiento promedio entre 1972 y 1996. Sin embargo, señala, el
efecto se quebró en 2004 cuando el crecimiento de la productividad retornó a las
tasas promedio de 1972-96 a pesar de la proliferación de las pantallas planas,
las laptops y los smartphones en la década posterior a 2004. Con lo que la
paradoja de Solow retomó el centro de la escena. Michel Husson sugiere que la
llamada “nueva economía” que dio lugar al reverdecer de la productividad por
aquellos años, no fue más que un ciclo “high-tech”. Robert Gordon resalta a modo
de contraste que a diferencia de esos pocos años, el estímulo que generó por
ejemplo la electricidad en la eficiencia industrial provocó un incremento de la
productividad que se elevó con fuerza a fines de los años ’30 y durante la
década del ’40, dando origen a la notable tasa media de crecimiento que se
extendió en el prolongado período que se desarrolla entre los años 1920 y 1970.

Por otra parte y volviendo a la actualidad, la tasa de crecimiento de la
productividad en Estados Unidos retornó luego de aproximadamente 2005 a los
débiles estándares del período, pero sufrió una desaceleración
significativamente más pronunciada en el curso de los años que siguieron a la
crisis de 2008. De acuerdo a datos de Conference Board la productividad
norteamericana declinó desde el 1,2% en 2013 hasta 0,7% en 2014 y la estimación
para 2015 arrojaba un magro 0,6%. Mientras tanto -y tal como señalamos desde
esta misma columna- el crecimiento promedio de la productividad laboral en las
economías desarrolladas se desaceleró desde un 0,8% en 2013 hasta un 0,6% en
2014.

Finalmente el crecimiento acelerado de la productividad en China y los llamados
países “emergentes”, contribuyó durante años a elevar significativamente el
promedio mundial. En el gigante asiático la tasa de crecimiento de la
productividad alcanzó durante la década del 2000 un valor promedio del 10,7%.
Sin embargo los límites del “modelo exportador” y la consecuente disminución de
su tasa de crecimiento, impusieron durante los años más recientes una retracción
en el incremento de la productividad. La tasa de crecimiento de la productividad
de las economías “emergentes” se desaceleró desde el 3,4% en 2014 al 2,9% en
2015. Según Conference Board el principal factor explicativo de este fenómeno
hay que buscarlo en la ralentización del crecimiento de la productividad china,
aunque debe tenerse en cuenta también el impacto del crecimiento negativo de la
productividad en Rusia y Brasil.

Erik Brinjolfsson y Andrew MacAfee, cuestionan que las estadísticas podrían no
estar reflejando fehacientemente la realidad. En un extenso artículo de Foreing
Affairs mencionado por Michael Roberts, Martin Wolf señala que los
tecno-optimistas “responden que las estadísticas del PBI omiten el enorme valor
no medido proporcionado por el entretenimiento gratuito y la información
disponible en Internet. Destacan la gran cantidad de servicios baratos o
‘gratuitos’ (Skype, Wikipedia), la escala de (…) entretenimiento (Facebook), y
la incapacidad de contabilizar plenamente todos estos nuevos productos y
servicios (...) Por otra parte dicen los tecno-optimistas que (…) en los
productos y servicios digitales, la diferencia entre el precio y el valor para
los consumidores, es enorme.” Wolf –apoyándose en gran parte en las concepciones
de Gordon- les responde que por un lado hay que considerar que “el ritmo de la
transformación económica y social no sólo no se aceleró sino que disminuyó en
las recientes décadas.” Y que por el otro, los aspectos planteados por los
tecno-optimistas “son correctos pero no tienen nada de nuevo: todo esto ha sido
cierto repetidamente desde el siglo XIX. De hecho las innovaciones pasadas
generaron mucho más valor no conmensurado que las relativamente triviales
innovaciones actuales.” Entre otros múltiples aspectos señala que es preciso
“imaginar el pasaje de un mundo sin teléfonos a uno provisto de ellos, o de un
mundo de lámparas de aceite a uno con luz eléctrica (...) Durante los dos
últimos siglos los avances históricos han sido responsables de generar un enorme
valor no conmensurado. Los vehículos de motor eliminan grandes cantidades de
estiércol de las calles urbanas. El refrigerador previno la contaminación en la
comida. La introducción del agua corriente limpia y las vacunas permitieron
disminuciones drásticas en las tasas de mortalidad infantil. (...) La
introducción del ferrocarril, el barco de vapor, el automóvil o el avión
aniquilaron las distancias.” Sin soslayar la importancia de los avances
actuales, Wolf remarca que por ahora y aunque se han introducido muchos cambios,
el impacto de las nuevas tecnologías en la productividad ha sido modesto, “las
tecnologías más recientes destinadas a fines generales –la biotecnología y la
nanotecnología, como las más notables- generaron hasta ahora poco impacto tanto
económicamente como en términos generales.”

A decir verdad los tecno-optimistas no hacen más que explicar una paradoja
apelando a la misma paradoja. Como también señala Michel Husson hay quienes como
Lawrence Mishel están parafraseando a Solow: “los robots están por todas partes
en la prensa, aunque sus rastros no aparecen en los datos”.

El dilema de los tecno-optimistas

La explicación al problema de la disminución del crecimiento de la productividad
no es sencilla ni existen posiciones que puedan considerarse concluyentes. Se
trata de una aguda discusión en curso. Desde esta columna y en otros trabajos,
sintetizamos algunos de los principales debates vigentes en la teoría económica
oficial y propusimos algunos elementos interpretativos propios. Distintos
autores marxistas como los ya mencionados Michael Roberts o Michel Husson, por
su parte, sugieren diversos elementos para construir una hipótesis explicativa
del asunto.

La debilidad de la inversión tiende a operar como factor argumentativo común
frente al escaso crecimiento de la productividad. Tal como expusimos en
Estancamiento secular, fundamentos y dinámica de la crisis, la cuestión de la
inversión constituye una problemática de larga data que accedió a resoluciones
parciales durante los ’90 y ‘2000, pero adquirió particular intensidad a partir
del año 2008. Asunto que se profundiza con la reciente desaceleración de China y
de los llamados “emergentes”. Para no abrumar con datos, remitimos al lector a
aquel trabajo.

Michael Roberts muestra una correlación interesante entre inversión y
productividad. Advierte que la única fase en la que la eficiencia económica se
incrementó drásticamente en Estados Unidos durante los 34 años de la revolución
de Internet y las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), se
produjo luego de un salto sorprendente en la inversión de capital en el área. La
productividad comienza a tomar impulso a partir del año 1997, esto es tres años
después del inicio de un fuerte incremento de la inversión que comenzó en 1994 y
que correspondió mayormente al sector TIC. A partir de ese momento se verifica,
como da cuenta Roberts, una relación en la que por cada punto de aumento de la
inversión en el PBI, la productividad se incrementará en 0,86 puntos y 0,89
puntos 4 años más tarde. La productividad por hora llega a alcanzar una tasa de
crecimiento del 3,6% en 2003 representando el valor más alto en medio siglo.
Justamente el descenso de la inversión –que se recupera luego de un fuerte bajón
en 2001-, comenzó en 2005. No casualmente el mismo momento en el que, como
señalamos más arriba, la productividad retornaba a los bajos parámetros del
período.

Desde nuestro punto de vista el planteo de Roberts resulta de gran interés para
reflexionar sobre la pregunta del título. ¿Nos encontraremos a las puertas de
una revolución en la productividad? Traslademos al presente la relación que unos
años más tarde respondió -al menos parcialmente- en la década del ’90 a la
paradoja de Solow. Si estuviéramos frente a un ciclo de fuerte inversión y bajo
crecimiento de la productividad como el de aquel entonces, tal vez se podría
hacer un augurio semejante. Sin embargo, si se considera que un gran dilema de
los últimos años se concentra en la inversión declinante que los promotores de
la tesis del estancamiento secular –y un amplio espectro que incluye hasta al
FMI- definen como un creciente “exceso de ahorro”, parece muy poco probable que
nos encontremos a las puertas de un boom de productividad. Esto dicho sin emitir
juicio de valor alguno respecto de la calidad de los nuevos adelantos técnicos.
La paradoja de Solow parece estar expresando un problema incluso más profundo
que aquel de los años ’90. De otro modo habría que preguntarles a los
tecno-optimistas: ¿será que también están mal las estadísticas que reflejan la
inversión de capital?
Naturalmente esta discusión remite una vez más a la compleja relación entre
economía real y burbujas que venimos abordando desde esta columna. Pero de esto
hablaremos en una próxima entrega.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una
licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.


In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=209889
11/3/2016

Nenhum comentário:

Postar um comentário