quinta-feira, 10 de março de 2016

Hotel cooperativo, autogestionado y horizontal



Hotel Taselotzin: La cooperativa de cien mujeres indígenas


El Salmón Contracorriente

En la Sierra Norte de Puebla (México), escondido entre verdes de helechos
arborescentes, heliconias y colibríes, se erige el Hotel Taselotzin, que
representa el fruto más evidente de la colectiva de mujeres indígenas nahuas,
Masehual Sihuamej Mosenyolchicauanij (mujeres que trabajan juntas). Taselotzin
es un hotel cooperativo, autogestonado y horizontal (tanto en su organización
como en su arquitectura), que se ha convertido en una fuente de ingresos para
100 mujeres y sus familias.

Las socias de Taselotzin lo bautizaron hace más de 20 años como un hotel “con
corazón indígena”, aunque también es una voz náhuatl que significa “retoñito” o
“plantita”, e incluso podría decirse que la pacha mama se mete hasta las
habitaciones, sencillas, limpias y con vista a la montaña o a Cuetzalan, el
pueblo mágico.

El hotel germinó con la intención de evitar migraciones. “En una reunión de
consejo nos planteamos este sueño, porque lo que queríamos era tener nuestros
propios recursos, o sea no tener que andar pidiendo a una institución”, explica
Rufina Edith Villa, mujer indígena náhuatl y administradora del lugar.

“Siempre nos ha preocupado generar empleo para que nuestra gente siga en la
comunidad. Si la gente sigue, siembra en el campo lo que necesita para la
familia pero si se van los señores, o los hijos, se va perdiendo este amor a la
tierra o la mujer se queda con toda la carga y entonces es difícil hacer todo”.

Rufina Edith Villa, junto a sus cien compañeras lograron este espacio que es
visitado constantemente por estudiantes, organizaciones y turistas, ubicado a
unas calles del centro de Cuetzalan. Durante su construcción se emplearon a 50
personas de la comunidad y cada socia aportó 10 días de trabajo.

Taselotzin también se traduce como “lo que da la Tierra”, y lo que ella brinda
son las plantas. “Este lugar tiene que ver con la naturaleza, el hotel es una
planta, si no la cuidamos se puede acabar”, dice Rufina.
Mujeres que trabajan juntas
En esta comunidad, donde llueve casi todo el año y los niños venden pedazos de
“meteoritos” que caen con los rayos, las integrantes de Taselotzin recuerdan que
al principio, en 1985, buscaron vender su artesanía juntas, principalmente de
telares de cintura o cestos de jonotes, pero se dieron cuenta de los problemas
que tenían como mujeres y empezaron a realizar acciones para enfrentarlos, una
de ellas fue “enseñar a leer y a escribir a nuestras compañeras”.

Se capacitaron en la producción de textiles, las que sabían enseñaban a las que
no, y también comenzaron a aprender sobre Derechos Humanos. “Nosotras nunca
habíamos escuchado hablar de nuestros derechos, nos llamó la atención y formamos
un grupo de promotoras, se hicieron talleres, y se fue enfocando más hacia el
derecho de las mujeres”, recuerda Rufina.

Desde entonces las mujeres hicieron cambios concretos en sus vidas. “Rompimos
con la costumbre de que la mujer tenía que estar sólo en la casa, ir al campo a
dejar la comida, a trabajar con el marido, venir cargando la leña, hacer todo el
quéhacer, desgranar el maíz, atender a los enfermitos, a los abuelitos, pero no
ir a una reunión”.

“Fue un cambio fuerte”, prosigue Rufina, “tanto la comunidad como la familia lo
veían mal”, así que a raíz de los talleres comenzaron a educar de otra manera a
los hijos, “les enseñamos a los niños que aprendieran a lavar un traste, a lavar
su ropa, a barrer la casa, que antes sólo era el quéhacer de las niñas, entonces
a la niña la privábamos de todas las libertades y juegos y el niño tenía toda
esa libertad”.

Otra cosa que cambiaron fueron sus viviendas, “ahora no decimos que tenemos una
mansión, siguen siendo viviendas humildes pero protegedoras del frío, ya no se
nos mete el agua porque ya las hicimos de material, con su pisito, hemos
trabajado en ello y eso nos hace sentir bien”, dice la integrante de Masehual
Sihuamej Mosenyolchicauanij.
Herbolaria del corazón
En la zona de Cuetzalan se produce una bebida de caña y yerbas de nombre
Yolixpa, que significa “medicina del corazón”, para todo lo demás las mujeres
recuperaron los conocimientos de las abuelas e hicieron su temazcal y
herbolaria.

“Hemos ido retomando mucho de las enseñanzas de nuestras abuelas y abuelos. La
herbolaria, el masaje y el temazcal son las formas de curarnos de nosotros los
indígenas”, cuenta Rufina. Relata que en algún momento la herbolaria se fue
perdiendo, no era valorado, “pero nosotros le vemos muchas ventajas, no tiene
químico y nos ayuda a que nuestro organismo no sufra reacciones”.

Conocen las plantas, aprendieron a aplicarlas en tinturas, maceradas, en
jabones, en unciones “para la artritis y desinflamar las várices”, en jarabes y
hasta en vino “para curar el susto”. Se aprovechan las plantas de temporada “y
las podemos tener en un frasquito o gotero para cuando se necesiten”.

En la recepción de Taselotzin están a la venta los frascos de productos para
sanar, champús de la cooperativa Tosepan, jabones y cremas, que hacen a partir
de la miel de la abeja melipona, la que no pica.
Defensa del territorio
Defienden el derecho a recibir la lluvia constantemente. Cuando cae el chaparrón
lo verde se hace más intenso y los vecinos lavan sus banquetas. Es por esa
razón, aseguran, que Cuetzalan ha sido asediado por megaproyectos y grandes
cadenas comerciales. Organizados a partir de los consejos de las comunidades
(Tiyat Tlali, por la defensa del territorio, y el Cotic, de ordenamiento
territorial), han hecho frente a las concesiones.

En el Cotic, presidido por Rufina, en una asamblea de 3 mil personas lograron
cancelar los permisos de 4 hidroeléctricas de una subestación de la CFE. “No
queremos que se instalen esos proyectos porque Cuetzalan es como un paraíso de
biodiversidad, de cultura, un lugar donde nos llueve mucho, afortunadamente, y
eso también despierta la codicia de quienes quieren implementar estos
proyectos”.

Aunque una vez frenaron la instalación de un Walmart, los megaproyectos siguen
latentes. Sin embargo hoy las mujeres Taselotzin, disfrutan lo que más les
gusta: su territorio. “Yo me vengo caminando por la vereda tranquilamente
admirando la vegetación”, dice Rufina. Y también de su ser indígena, “me gusta
hablar en náhuatl, ponerme la ropa típica y me siento orgullos a de ser
cuetzalteca, y de ser mujer indígena nahua”.

Fuente:
http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Hotel-Taselotzin-La-cooperativa-de

In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=209842
10/3/2016

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