terça-feira, 14 de junho de 2016

Estados Unidos, crecientemente inestable



Immanuel Wallerstein



Estamos acostumbrados a pensar la inestabilidad de los Estados cual si ésta se
localizara primordialmente en el sur global. Es en relación con estas regiones
que los expertos y los políticos en el norte global hablan de Estados fallidos
donde ocurren guerras civiles.

La vida es muy incierta para los habitantes de estas regiones. Hay un
desplazamiento masivo de sus poblaciones y esfuerzos por huir de estas regiones
hacia las zonas más seguras del mundo. Estas partes más seguras se supone que
tienen más empleos y altos estándares de vida.

En particular, a Estados Unidos se le considera el objetivo migratorio de un
gran porcentaje de la población mundial. Alguna vez esto fue cierto en gran
medida. En el periodo que a grandes rasgos transcurrió entre 1945 y 1970,
Estados Unidos fue la potencia hegemónica en el sistema-mundo y la vida para sus
habitantes era, de hecho, mejor en lo económico y social.

Y aunque no era que las fronteras estuvieran exactamente abiertas para los
migrantes, aquellos que pudieron llegar, de una u otra manera, lograron estar
contentos con lo que consideraban una buena fortuna. Y otros, procedentes de los
países de origen de los migrantes exitosos, siguieron intentando seguir sus
huellas. En este periodo hubo muy poca emigración procedente de Estados Unidos
–salvo, temporalmente, por asumir algún empleo muy bien pagado, como mercenarios
económicos, políticos o militares.

La época dorada del sistema-mundo comenzó a deshacerse cerca de 1970 y se ha
seguido desmadejando desde entonces de modo creciente. ¿Cuáles son los signos de
todo esto? Hay muchos. Algunos de ellos al interior del mismo Estados Unidos, y
algunos otros en las cambiantes actitudes del resto del mundo hacia este país.

En Estados Unidos estamos atravesando una campaña presidencial que casi todos
califican de inusual y transformadora. Hay grandes números de votantes que se
han estado movilizando contra el establishment, muchos de ellos entrando por
primera vez en el proceso de votación. En el proceso republicano, Donald J.
Trump ha construido su búsqueda de la nominación montándose precisamente en la
ola de un descontento así. Alentando de hecho tal descontento. Y parece haberlo
logrado, pese a todos los esfuerzos de quienes se podría pensar que son los
republicanos tradicionales.

En el Partido Demócrata el relato es similar, pero no idéntico. Un senador,
previamente oscuro, Bernie Sanders, ha sido capaz de montarse en el descontento
verbalizado con una retórica más de izquierda y, para junio de 2016, ha estado
conduciendo una muy impresionante campaña contra la candidatura de Hillary
Clinton, postulación que alguna vez se pensó que no era desafiable. Aunque
parece que no obtendrá la nominación, ha forzado a Clinton (y al Partido
Demócrata) mucho más hacia la izquierda de lo que parecía apenas hace unos
cuantos meses. Y Sanders logró esto sin nunca haberse presentado en una elección
como demócrata.

Pero, uno puede pensar, esto se va a calmar una vez que la elección presidencial
se decida y prevalezcan de nuevo los juicios políticos centristas normales. Hay
mucha gente que predice esto. Pero, ¿cuál entonces será la reacción de aquellos
que expresaron vocalmente su respaldo por sus candidatos precisamente por no
proponer políticas centristas normales? ¿Qué pasará si se desilusionan de sus
campeones actuales?

Necesitamos mirar en otro de los cambios que ocurren en Estados Unidos. El New
York Times publicó un artículo de primera plana el 23 de mayo acerca de la
violencia con armas, a la que calificaba de interminable pero nunca escuchada.
El texto no abordaba los tiroteos masivos con armas que llamamos masacres, que
están muy documentados y que consideramos aterradores.

En cambio, el artículo persigue los tiroteos que la policía tiende a llamar
incidentes y que nunca llegan a los periódicos. Describe uno de tales incidentes
en detalle y le llama “la instantánea de una fuente diferente de violencia
masiva –una que surge con regularidad anestésica y que resulta casi invisible,
excepto para los casi siempre negros, sean víctimas, sobrevivientes o
atacantes”. Y los números suben.


Conforme crecen estas muertes por violencia, interminables y nunca escuchadas,
ya no es tan descabellada la posibilidad de que vayan más allá de los confines
de los guetos negros a las zonas no negras en las que habitan muchos de los
desilusionados. Después de todo, los desilusionados tienen razón en una cosa: la
vida en Estados Unidos ya no es lo que era. Trump ha utilizado como consigna el
de nuevo hacer grande a América. El de nuevo se refiere a la época dorada. Y
Sanders también se refiere a una época dorada previa, donde los trabajos no se
exportaban al sur global. Aun Clinton parece ahora mirar hacia atrás en busca de
algo perdido.

Y no se trata de olvidar una forma más fiera de la violencia –la propagada por
un grupo de milicias contrarias al Estado, todavía un grupo pequeño que se hace
llamar Citizens for Constitutional Freedom (CCF) o Ciudadanos por la Libertad
Constitucional. Éstos son quienes han estado desafiando al gobierno, porque les
veta tierra para su ganado y, de hecho, para que la usen. La gente de CCF dice
que el gobierno no tiene derechos en esto y está actuando inconstitucionalmente.

El problema es que tanto los gobiernos federal como local no están seguros de
qué hacer. Negocian por miedo a que afirmar su autoridad no sea muy popular.
Pero cuando las negociaciones fallan, el gobierno finalmente utiliza su fuerza.
Esta versión más extrema de la acción se va a esparcir pronto. No es cuestión de
moverse a la derecha, sino hacia una protesta más violenta, una guerra civil.

Todo este tiempo Estados Unidos realmente ha ido perdiendo su autoridad en el
resto del mundo. De hecho, ya no es hegemónico. Quienes protestan y sus
candidatos han estado notando esto pero lo consideran reversible, pero no lo es.
Estados Unidos es ahora un socio global considerado débil e inseguro.

Esta no es meramente la visión de los Estados que en el pasado se han opuesto
con fuerza a las políticas estadunidenses, como Rusia, China e Irán. Esto es
también cierto para los aliados presumiblemente cercanos, como Israel, Arabia
Saudita, Gran Bretaña y Canadá. A escala mundial, el sentimiento de
confiabilidad de Estados Unidos en el ámbito geopolítico se movió de casi 100
por ciento durante la época dorada a algo mucho, mucho menor. Y empeora a
diario.

Y como se ha vuelto menos seguro vivir en Estados Unidos, hay también un
incremento estable en la emigración. No es que otras partes del mundo sean
seguras, sólo más seguras. No es que los estándares de vida en otras partes sean
tan altos, pero ahora han aumentado en muchas partes del norte global.

Por supuesto no todos pueden emigrar. Hay una cuestión de costo y de
accesibilidad a otros países. Sin duda, el primer grupo que puede incrementar su
emigración es el de los sectores más privilegiados. Pero esto, conforme comienza
a notarse, hace crecer los enojos de las clases medias más desilusionadas. Y al
crecer, sus reacciones pueden asumir un giro violento. Y este giro violento se
retroalimentará en sí mismo incrementando los enojos.

¿Nada puede acaso aliviar las actitudes acerca de la transformación de Estados
Unidos? Si dejáramos de intentar hacer grande a América de nuevo y comenzáramos
por hacer del mundo un mejor lugar para vivir, podríamos ser parte de un
movimiento en favor de un otro mundo. Cambiar el mundo entero de hecho
transformaría a Estados Unidos, pero sólo si dejamos de pensar en una época
dorada que no fue tan dorada para casi nadie más en el planeta.

Traducción: Ramón Vera Herrera


In
LA JORNADA
http://www.jornada.unam.mx/2016/06/11/opinion/018a1mun
11/6/2016

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